Magnitsky contra Putin

No, Serguéi Magnitsky no es ningún adversario actual de Putin. Tampoco lo son otros muchos, como Boris Nemtsov, Alexander Perepilichni o Andréi Kozlov, asesinados todos ellos por el mismo motivo: investigar el robo y blanqueo de capitales ordenados por oligarcas rusos cercanos al poder del Kremlin.

El asesinato del abogado Magnitsky se ejecutó con una saña atroz. Lo tuvieron encerrado en una prisión durante 358 días. Enfermó y no recibió atención médica, pese a solicitarla una y otra vez. Los cálculos biliares la pancreatitis y la colecistitis doblegaron su cuerpo, pero no su voluntad. El dolor llegó a ser irresistible. Se encogía sobre sí, abrazando con fuerza sus rodillas, como único modo de mitigarlo. Pero se negó en repetidas ocasiones a firmar un documento en que se declaraba culpable del robo que él mismo había descubierto a cambio de una promesa de libertad.

Su estado empeoró de manera alarmante. Los funcionarios de la cárcel, que hasta entonces le habían negado el tratamiento médico que necesitaba, lo enviaron a Matróssskaya Tishiná, un centro médico en otra prisión, para que pudiera por fin recibirlo. Lo llevaron, pero no entró en el pabellón médico, sino en una celda de aislamiento, donde lo esposaron a la cama de hierro. Llegaron ocho guardias. Magnitsky les exigió ver a su abogado y al fiscal. «Estoy encerrado, dijo, porque he descubierto los 4.500 millones de rublos robados por funcionarios». Pero los guardias no estaban allí para atenderlo, sino para matarlo. Se le vinieron encima y cumplieron su tarea: a palos. Había pasado algo más de una hora cuando por fin lo vio un médico, mas ya estaba muerto.

Tenía 37 años. Era el 16 de noviembre de 2009. Unos años antes había sido asesinado a tiros Andréi Kozlov, un funcionario decente que presidía el Central Bank de Rusia. Con él cayó también su chófer. Kozlov había ido a Tallin, la capital de Estonia, porque estaba rastreando un importante plan de blanqueo de dinero procedente de Rusia, que discurría a través del Sampo Bank, en Tallin, pero los estonios no le hicieron caso. Un poco después de la muerte de Kozlov, el Sampo Bank fue comprado por el Danske Bank, un banco danés prestigioso que había sido fundado en 1871. Por esa filial pasaron los 200 millones de dólares que había detectado Magnitisky en primer lugar, más otros 8.300 descubiertos por dos investigadores. Fue un terremoto para el banco danés, que ordenó una auditoría. Se descubrió que a través de esa modesta delegación estonia habían pasado 234.000 millones de dólares. El Danske Bank perdió el 65% de su valor de mercado. Aivar Rehe, anterior jefe de la filial estonia se suicidó durante la investigación.

Aparecieron más casos de blanqueo de dinero ruso en el SEB y el Swedenbank, de los países escandinavos: 42.000 millones de dólares. Para estas cantidades se habían utilizado bancos modestos, pero era de suponer que muchas otras entidades financieras occidentales habían colaborado en lo mismo. Bill Browder calcula que, desde que Putin había tomado el poder el año 2000, habría salido de Rusia un billón de dólares. Un billón español, no estadounidense: un millón de millones. La fortuna exterior de Putin no debe ser inferior a 200.000 millones. La interior ¿quién podría calcularla?

Dos meses después de la auditoría sobre el Danske Bank, los estados miembros de la Unión Europea empezaron a discutir una Ley Magnitsky, que Estados Unidos fue el primero en promulgar. Su primera formulación iba dirigida contra individuos y empresas de Rusia. Luego, en 2016, se promulgó la Ley Global Magnitsky, que se aplica contra personas físicas, especialmente funcionarios públicos, y jurídicas. Permite denegar la entrada en suelo estadounidense a persona involucradas y bloquear sus propiedades.

Con ese nombre, como recuerdo y homenaje al abogado moscovita asesinado en una celda, existe ya en más de treinta países: Gran Bretaña, Canadá, todos los miembros de la Unión Europea, Noruega, Australia, Kosovo, Montenegro, etc. Gracias a ella se ha sancionado no solamente a empresas e individuos de Rusia, sino también a los asesinos de Jamal Khashoggi, a los funcionarios chinos responsables de los campos de concentración uigures, a los generales culpables del genocicio rohinyá y a muchos otros criminales de igual o parecida calaña. Putin ha hecho todos los esfuerzos imagibles por evitar que fuera promulgada, pero no lo ha logrado. También ha pretendido que se le cambie el nombre, pero sin éxito. Es evidente que le produce temor el abogado muerto en una prisión de Moscú. ¿Cómo no? Hay demasiadas propiedades rusas fuera de Rusia y su origen es oscuro.

No hubo quien pudiera librar a Magnitsky de la prisión y la muerte, pero su nombre y su recuerdo, impresos en leyes de múltiples países, están salvando a otros o al menos castigando a los culpables. No otra es su victoria póstuma contra Putin.

El mal hace mucho ruido mientras el bien suele callar. Pero no todo está perdido.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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