La democracia gestionada de Putin

Boris Yelstin en 1999

La sucesión en el poder es uno de los más graves problemas que tienen todos los sistemas políticos. Ha recibido el nombre de morbo gótico por causa de la ausencia de reglas sucesorias aceptadas entre los nobles godos. De los treinta que accedieron al trono, doce fueron asesinados para ocupar su lugar. Las monarquías aceptadas por la población no suelen padecer este mal. Tampoco las modernas democracias. El poder pasa en éstas de un partido a otro sin violencia. En alguna ocasión, se hace uso de propaganda perversa para demonizar al adversario, como en España el PSOE cuando el PP contaba con todas las posibilidades de ganar unas elecciones, pero no se llega a más, al menos de momento.

En Rusia no ha habido desde hace más de cien años un sistema de normas claro para nombrar al gobernante una vez que cesa el anterior. La revolución de 1917, un cambio de dinastía en realidad que aumentó hasta el límite el dominio sobre la población y ensanchó las fronteras, no produjo normas sucesorias. Como lo suyo era la generación del hombre nuevo, no se preocupó de estas minucias. Ello explica, por ejemplo, que Estalin tardara seis años en afianzar su poder y que tuviera que hacerlo por medio del la violencia.

Si, después del desplome de la Unión Soviética, Rusia se hubiera convertido en una democracia, habría tenido elecciones limpias y libres para designar a sus gobernantes, pero no ha sido así. Se supone que Yeltsin fue el primer presidente de la Federación Rusa, pero en las elecciones de junio de 1991 los electores no votaron al presidente de Rusia, porque Rusia no era independiente, es decir, no existía como tal. Él ganó unas elecciones para la Rusia Soviética y siguió en la presidencia en la Rusia posterior a la independencia. Eso fue todo. Hubo apaños y acuerdos entre bambalinas, pero no elecciones propias de un sistema democrático. En otros países independizados de la Unión Soviética los aspirantes el poder sí se sometieron a elecciones para el Parlamento y la Presidencia casi de inmediato, pero no en la Federación Rusa. Si lo hubieran hecho, Yeltsin habría tenido legitimidad y habría dejado el camino abierto a un sucesor, pero no fue eso lo que sucedió.

Los nuevos oligarcas, individuos que habían asistido al final de la planificación soviética centralizada y se adueñaron de los recursos más importantes del país, gestionaron la democracia en su interés y el de Yeltsin. La descomunal privatización dirigida por ellos no tiene nada que ver con una economía de mercado regida por leyes, como esperaban algunos que sucedería al caer el comunismo.

El problema de la sucesión de Yeltsin requirió una solución urgente en 1999, cuando se comprobó que estaba enfermo y casi siempre borracho. ¿Elecciones para sustituirlo? Sí, pero gestionadas por los oligarcas. Había que encontrar un individuo sin aparente relación con Yelstin e inventar un problema que él aparentara solucionar para darle fama. Se le llamó “Operación sucesor”. Entonces surgió Putin, que también se había enriquecido. Nombrado primer ministro por Yeltsin ese mismo año, era casi desconocido. Faltaba inventar el problema.

En septiembre hubo una serie de atentados con bombas en territorio ruso que mataron a cientos de personas. Putin acusó a la República de Chechenia, independiente desde 1993. No había ninguna prueba que la incriminara, pero él inició una segunda guerra contra ella. Así adquirió la celebridad que no tenia, Yeltsin dimitió, lo nombró a él como sucesor suyo, hubo elecciones, se manipuló el recuento, la televisión informó de todo de manera sesgada y en ese ambiente de guerra ganó las elecciones presidenciales con mayoría absoluta.

A esto llaman “democracia gestionada”.

(Publicado previamente en Minuto Crucial el 31/03/2022d)

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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