Idea grandiosa y a la vez sencilla, una de las más ambiciosas creaciones del espíritu humano, dice Mises del socialismo en un libro dedicado precisamente a probar que el socialismo es imposible; añádase que es idea, solamente idea, fantasía que arraiga en profundas raíces de nuestra tradición. En sus varias vertientes, pero sobre todo en la marxista, ha dado respuestas seductoras a preguntas sobre el sentido de la vida y el destino de los hombres, otorgando a éstos una identidad que sobrepasa su efímera existencia. Ahí reside su enorme fuerza de atracción sobre masas tan grandes de individuos. El éxito del marxismo se extendió a todo el planeta, algo que originó los gobiernos más brutales que hayan existido y no cumplió una sola de sus deslumbrantes profecías y promesas.
En realidad, es una idea religiosa y por eso ha seducido y sigue seduciendo a tantos, una creencia que prolonga el proyecto de los seguidores de Joaquín de Fiore y los milenaristas del medievo. Es la religión del no ser, dijo no hace mucho Escohotado. Nihilismo, a fin de cuentas. Una fe que se estrella contra la realidad cada vez que se pone en práctica, originando dolor, desgracia y muerte, porque contra la realidad no valen las fantasías. El hecho de que haya subyugado la imaginación de muchas generaciones y de que tenga sus mártires y, sobre todo, sus víctimas, que son un número incalculable, no le añade un adarme de verdad. No ha sido lo que dice ser, sino uno de los arietes más importantes que hayan golpeado el orden social. Oponerse al socialismo es, por tanto, oponerse a la barbarie.
El orden real en que se desenvuelve la vida de los hombres está muy lejos de ser lo que dice esa doctrina. Es un orden que brota de las relaciones entre ellos, relaciones que dependen de una infinidad de decisiones que tienen que tomar cada día. Al hacerlo ajustan su actividad a las necesidades y exigencias de los demás. Las decisiones dependen a su vez de motivos que los propios individuos no son capaces de articular en un sistema consciente de conocimientos. Y, si lo lograran, sería para comprender de inmediato que no les habría servido de nada, pues se trata de un saber práctico de naturaleza cambiante. El caudal de información que producen, reciben y transmiten para su actividad diaria es demasiado amplio, profundo e inestable como para ser abarcado. Según algunos arbitristas de la Escuela de Salamanca, sólo Dios puede conocerlo. Que algún sujeto humano haya pretendido alcanzar el divino saber no tiene nada de extraño dada la abundancia de visionarios que produce la especie, sobre todo la subespecie europea, por la secularización de impulsos cristianos. Tampoco es extraño que sus seguidores sean legión. Hay que aceptar incluso que todos o casi todos ellos se mueven por un deseo elevado: el amor a la humanidad.
La pretendida posesión de ese sublime saber ha alimentado el ideal de todos los socialismos que en el mundo han sido, ideal que consiste en creer que es posible ajustar las conductas de los individuos mediante leyes de una manera mucho más lograda que cuando tales conductas fluyen libremente. Es un grave error. Siete músculos tiene la pierna. Catorce los que pone a funcionar un individuo cuando camina. Si su inteligencia tuviera que regir cada movimiento de cada uno de ellos, el sujeto tendría que detenerse. Menos aún es posible ajustar la conducta de muchos millones de individuos mediante una planificación urdida por uno cualquiera de ellos.
(Previamente publicado en Minuto Crucial el 02/12/2021)