En consecuencia, la filosofía repite en lo esencial la religión de los dioses olímpicos. Pero hay más. Algunos sucesos que se estaban produciendo en la sociedad griega al mismo tiempo que tenían lugar en lo religioso y lo filosófico los cambios mencionados fuerzan a ampliar considerablemente el horizonte de lo que estamos tratando, pues aportan unos elementos de juicio que, junto a lo dicho sobre la mitología, proporcionan una perspectiva imprescindible para comprender adecuadamente la posición de la filosofía en relación con las demás partes de la cultura griega.
La autoridad de Farrington merecería una particular atención si no fuera porque su teoría, que acostumbra atribuir las causas del pensamiento a las formas sociales de existencia, aduce una explicación sobre el paso de la religión a la filosofía que adolece de una grave insuficiencia. Según él, los primeros pensadores griegos se habrían inspirado en los modelos mecánicos e instrumentales de la nueva sociedad comercial y burguesa que veía la luz en las colonias del Asia menor, de modo que estos modelos habrían así venido a convertirse en la causa suficiente y necesaria de las ideas filosóficas. Esta tesis es débil, porque no explica la razón de que los pueblos de Oriente, de los que siempre fue Grecia deudora en materia tecnológica, no produjeran nunca un pensamiento como el de los milesios. No es que se quiera quitar a la tecnología su importancia, pero en este caso no basta como explicación.
Otro estudioso de la antigüedad clásica, Thomson, propone dos factores diferentes en los que sí puede observarse alguna coincidencia con el proceso mental que se estaba llevando a cabo: que en Grecia nunca haya existido una monarquía como las orientales y que, por haber pasado a un modelo comercial y monetario de sociedad, las cosas dejaran de manifestar fines y designios humanos, por haber perdido su valor de uso en favor de su valor de cambio, suceso que equiparaba todas las actividades y todos los seres y propiciaba, o tal vez repetía, los modelos de pensamiento abstractos y generalizadores que albergaban las mentes de los filósofos. Lo cual, dicho sea de paso, constituiría una seria objeción a las teorías de Levy-Bruhl y de Cassirer, por cuanto la «nivelación y extinción de las diferencias específicas» entre las cosas no sería ya propio y exclusivo de una supuesta ley de la imaginación mítica, o ley de participación, pues el nuevo y flamante pensamiento racional había tenido su correlato en la actividad de la moneda, un ser cuya esencia es precisamente la de nivelar e igualar todas las cosas, sirviéndose para ello de la eliminación de las cualidades personales, como se constata en nuestra propia sociedad. Pero no puede decirse que la moneda sea una institución propia de sociedades primitivas, al menos la moneda que nosotros usamos, pues, si acaso existe en ellas, no tiene ni lejanamente el valor, consenso y poder que le reservan nuestras formas de vida. Es más bien una institución perteneciente a las sociedades modernas, en las que la mentalidad, en opinión de Levy-Bruhl y Cassirer, no es arcaica o mitológica.