Los políticos

odos somos miembros del Estado, de la pólis, luego todos somos políticos. Lo somos en el más real de los sentidos. Nosotros somos los auténticos políticos, no aquellos individuos que se organizan en grupos jerarquizados para acceder al poder, los que componen las varias oligarquías que conforman la llamada “clase política”.

Nosotros, los políticos de verdad, estamos interesados en el buen orden de la pólis para podernos entregar con tranquilidad y seguridad a nuestras actividades económicas, familiares, religiosas, especulativas, artísticas, sociales, deportivas, al cuidado de nuestra propiedad y nuestra familia, etc. Para dedicarnos a cualesquiera de ellas con la despreocupación de quien sabe que no será nunca importunado en ninguna y con la confianza de quien tiene a su favor la fuerza del Estado para protegerle de quien trate de impedírselo. No otra es la paz social, nuestro interés como ciudadanos. Se le llama asimismo bien común. Esta denominación es perfecta, pues no hay otro bien que sea más propio y común a todos. Con un nombre u otro, de lo que se trata es de nuestras libertades, que son nuestro máximo interés, más bien incluso una necesidad básica que el Estado tiene que proteger, si es que no ha de ser un Estado tiránico.

Pero es poco menos que imposible que éste sea el interés que mueve al político de profesión, al hombre de partido o facción, que ordena sus afanes a la conquista y ejercicio del poder sobre los demás. Con ese fin forma partidos, es decir, facciones que él estima por encima de todo y se apoya en la capacidad de presión de que dispone sobre el resto de los individuos para acaparar las magistraturas del Estado. Su interés es interés de partido o de sección, no interés del conjunto. Es interés sectario en sentido propio. Por ese motivo estuvieron prohibidos los partidos políticos durante mucho tiempo después del comienzo de las actuales democracias, porque lo particular es opuesto a lo general. Sucedió, entre otras naciones, en España y Francia durante casi todo el siglo XIX.

Lo nuestro es necesidad universal y lo suyo tendencia particular, interés de partido, al que está dispuesto en demasiadas ocasiones a sacrificar el nuestro. Ciertamente es inevitable y conveniente que haya hombres dedicados a la tarea de administrar el poder político, de mandar sobre los demás. En todo cuerpo compuesto alguien tiene que regir y alguien ser regido, dejó sentado Aristóteles, y el cuerpo social es compuesto de oficios, religiones, valoraciones morales, grupos de interés, etc., que tienden con facilidad a enfrentarse y perturbar la paz social. No hay que hacerse ilusiones con la igualdad en este terreno. Muy al contrario: la desigualdad entre gobernantes y gobernados es necesaria, además de beneficiosa, pero debe limitarse de tal manera que quienes ocupen las magistraturas del Estado estén sujetos a las leyes, que no las ocupen más que un cierto tiempo, que se vean obligados a rendir cuentas de su actuación al frente de ellas, que haya contrapesos a su poder, que éste se halle dividido, pues su superioridad, aunque sea temporal, con harta frecuencia limita o suprime nuestras libertades.

Cuando esto no sucede, pasamos de forma inadvertida de ser ciudadanos a ser súbditos. De hombres libres que debemos ser pasamos a ser vasallos de un partido. Cuando el político de profesión menosprecia las leyes, que son el valladar de nuestras libertades, manifiesta su tendencia a la tiranía, lo que es intolerable para todo aquel que no esté dispuesto a abandonar su criterio en manos de otro ni a aceptar injerencia alguna en su vida, para todo aquel que haya decidido ser el único juez de su vida en este mundo. Si el político de profesión desprecia las leyes cuando detenta el poder es que está en camino de convertirse en tirano, si es que no lo es ya de hecho.

Tenemos un caso claro de inclinación a la tiranía en esta España nuestra. En el momento que el TC, máximo intérprete de la ley, dictamina en varias ocasiones, por impulso de VOX, que el Gobierno ha actuado contra la ley, ha dictado en realidad que el gobierno ha actuado de forma tiránica. La pública opinión bien pensante de nuestro tiempo no permite decir abiertamente esta verdad tan obvia. Ello es debido a que ya hemos perdido en gran medida la libertad de que gozaban los hombres en los siglos medios y en la España del siglo XVII.

(Previamente publicado en Minuto Crucial el 05/11/2021)

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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