Vestigios humanos primitivos y la formación cultural de la humanidad

O sobre qué puede hallarse en la edad primitiva del hombre para hacerse una idea sobre la religión original

Entre los datos más significativos que ofrece la paleontología humana, deben destacarse dos hechos de notoria relevancia. El primero se refiere a la dispersión geográfica de los hallazgos de restos óseos humanos: en efecto, en regiones como Java, China, África y Europa, no así en América hasta el presente, se han descubierto osamentas de gran antigüedad. Sin embargo, estas no permiten construir una auténtica serie genealógica que ordene de forma evolutiva la aparición de la forma humana. Toda tentativa en tal sentido no deja de ser una operación del intelecto que impone un orden ideal a lo que permanece en sí mismo sin conexión manifiesta[1]. Tal interpretación descansa en un presupuesto no demostrado: que la multiplicidad solo puede ser comprendida mediante la categoría de la descendencia y el principio de evolución[2].

El segundo hecho, de gran peso anatómico, concierne al volumen encefálico de los restos hallados. Aun aquellos cuya antigüedad geológica se considera mayor exhiben una capacidad craneal muy próxima a la media del ser humano actual[3], superando en más del doble el volumen del cerebro de los denominados antropoides superiores[4]. Desde una perspectiva biológica, no se trata, por tanto, de formas transicionales, sino de hombres ya constituidos como tales. Las anomalías morfológicas presentes en algunos individuos, como la ausencia de mentón, la protuberancia supraorbital o la inclinación de la frente, no son suficientes para excluirlos de la humanidad. Además, permanece ignorado su origen racial, su posible pertenencia a ramas colaterales del género humano, o su vínculo genealógico con los hombres actuales[5].

Estos resultados dificultan cualquier intento serio de establecer una serie evolutiva coherente. Sólo los estratos geológicos permiten ordenar los hallazgos conforme a una sucesión temporal. Así, puede trazarse una secuencia cronológica parcial, en la que los distintos tipos de restos se distribuyen conforme al terreno en que fueron hallados[6]. Puede proponerse, con carácter aproximativo, el siguiente esquema:

La época diluvial constituye la última gran etapa de la historia geológica de la Tierra. En ella se suceden varios períodos glaciales e interglaciales. A continuación se abre la época aluvial, que se extiende desde el último gran periodo glacial hasta tiempos relativamente recientes. Esta última no sobrepasa la duración de un período interglacial medio, estimándose en unos quince mil años. En cambio, la época diluvial podría haberse prolongado por un lapso cercano al millón de años[7].

Según los testimonios arqueológicos, el hombre habitaba ya el planeta durante la época diluvial, en sus fases glaciales e interglaciales últimas. No es hasta el transcurso de la última glaciación, hace aproximadamente veinte mil años, que surge la raza de Cromañón, cuyas características antropológicas no difieren en esencia de las nuestras[8]. A este hombre de Cromañón debemos las admirables pinturas rupestres de las cavernas franco-españolas, ejecutadas hacia el fin de aquel último ciclo glacial. En virtud del primitivismo técnico de sus útiles líticos, tal estadio ha sido denominado Paleolítico.

El Neolítico, caracterizado por el uso de piedra pulimentada, se sitúa cronológicamente entre los años 8000 y 5000 antes de Cristo. Es en este periodo donde se atestiguan las etapas más antiguas de la civilización histórica, en Egipto, Mesopotamia, el valle del Indo y la cuenca del río Amarillo en China[9].

Sin embargo, todo intento de explicar esta evolución cultural como una progresión lineal resulta insatisfactorio. En rigor, no se trata de una gradación uniforme, sino de la aparición y yuxtaposición de múltiples círculos culturales, en los que ciertas líneas de progreso técnico, como el perfeccionamiento de la industria lítica, se transmitieron lentamente por contacto y tradición, más que por innovación espontánea[10].

La prehistoria puede dividirse, según los criterios actuales, en dos grandes segmentos: la prehistoria absoluta, que abarca todo el tiempo anterior al nacimiento de las grandes culturas hacia el 4000 a. C., y la prehistoria relativa, que es coetánea al desarrollo de dichas civilizaciones históricas. Esta última puede a su vez subdividirse: por un lado, comprende las culturas tardías (germánicas, romanas, eslavas), desarrolladas bajo la influencia o proximidad de los grandes focos civilizatorios; por otro, se extiende hasta aquellos pueblos que, por razones diversas, han perdurado en estado primitivo hasta tiempos recientes, una suerte de prehistoria remanente, todavía no absorbida del todo por la historia documentada[11].


[1] Cfr. Sobre las limitaciones metodológicas de la paleoantropología, en Leroi-Gourhan, A., Le geste et la parole, vol. I, Albin Michel, Paris, 1964.

[2] El principio de continuidad y progresividad en la evolución ha sido criticado, entre otros, por Stephen Jay Gould (The Structure of Evolutionary Theory, 2002), quien propone un modelo de equilibrios interrumpidos.

[3] Véanse los estudios de endocraneometría en: Holloway, R. L., «Brain Endocasts: A Paleoneurological Method», en American Anthropologist, vol. 78, núm. 2, 1976.

[4] El cerebro del Pan troglodytes (chimpancé) tiene un volumen medio de 400 cc; el del Homo sapiens moderno ronda los 1350 cc.

[5] Sobre la dificultad de trazar filiaciones directas en paleoantropología, véase Tattersall, I., Becoming Human: Evolution and Human Uniqueness, Oxford University Press, 1998.

[6] Cfr. Leakey, R., The Origin of Humankind, Basic Books, 1994.

[7] Véase el cuadro cronológico en: Walker, M., «Quaternary Dating Methods», Wiley-Blackwell, 2005.

[8] Ver: Valladas, H. et al., «Chronology of the Grotte Chauvet Cave Paintings», Proceedings of the National Academy of Sciences, vol. 98, núm. 7, 2001.

[9] Sobre la datación del Neolítico: Childe, V. G., Man Makes Himself, 1936.

[10] Cf. Clark, G., World Prehistory in New Perspective, Cambridge University Press, 1977.

[11] Una propuesta moderna sobre la distinción entre prehistoria y protografía puede consultarse en: Renfrew, C., Prehistory: The Making of the Human Mind, Modern Library, 2008.


 
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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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