Averroes: unidad del entendimiento humano

§ 9. La escuela aristotélico-averroista (en el Renacimiento)

Ya dejamos indicado que el peripatetismo averroísta, y con especialidad la teoría del filósofo cordobés acerca de la unidad del entendimiento humano, tuvo partidarios más o menos fieles, más o menos manifiestos, a contar desde los últimos años del siglo XII. A la sombra del Renacimiento, y favorecido por la confusión, amalgama y choque de sistemas filosóficos iniciado por éste, el averroísmo levantó la cabeza, y tuvo muchos y ardientes partidarios en las universidades de Italia, y principalmente en la de Padua, en la cual puede decirse que dominó hasta mediados del siglo XVII. La tesis capital del averroísmo en la época que nos ocupa, y considerado desde el punto de vista cristiano, es su teoría sobre el entendimiento humano, teoría que entraña la negación de la inmortalidad del alma.

Aunque son muchos los que han hablado y escrito acerca de esta teoría averroísta, son pocos, muy pocos, los que lo han hecho con verdad y exactitud filosófica, contribuyendo a ello la ignorancia de la terminología y de la doctrina escolásticas, condición absolutamente indispensable para comprender el sentido real y verdadero de la teoría psicológica de Averroes. Los que quieran formar idea, ya que no cabal y completa, al menos exacta y clara, de la doctrina averroísta en este punto, deben no perder de vista lo siguiente:

1.º Para el filósofo cordobés, lo mismo que para los antiguos escolásticos, el alma sensitiva de los brutos superiores o más perfectos lleva consigo o posee cuatro potencias o sentidos interiores, que son: el sentido común, la imaginación, la memoria y la estimativa. El oficio o función propia de esta última es percibir y juzgar, pero con juicio instintivo y no comparativo, ciertas cualidades y atributos de los objetos singulares y sensibles, como cuando la oveja huye del lobo, porque percibe y juzga que es su contrario y enemigo.

2.º Lo que en los animales es y se llama estimativa, y es principio de percepciones meramente instintivas, en el hombre adquiere cierto grado de perfección, por lo mismo que radica en una alma más perfecta que la de los brutos. En virtud de esta mayor perfección de la estimativa en el hombre, éste percibe y juzga ciertas cualidades y atributos que existen en los objetos sensibles singulares, pero no de una manera puramente instintiva y fatal, sino comparando esos objetos singulares sensibles, razón por la cual lo que se llama estimativa en los brutos recibe el nombre de cogitativa en el hombre, y también el de razón particular (ratio particularis) para distinguirla del entendimiento o razón universal.

3.º De lo dicho se infiere, que lo que Averroes –lo mismo que los antiguos escolásticos cristianos– apellida cogitativa, vix cogitatrix, ratio particularis, es una potencia sensitiva quoad substantiam; es una facultad perteneciente al orden sensible, y que, por consiguiente, nace y perece con el alma sensible de que es potencia.

Esto supuesto, he aquí ahora la teoría de Averroes:

Averroes

a) Cada hombre particular se halla constituido en la especie humana, y se halla vivificado e informado substancialmente por la que llamamos generalmente alma humana, la cual, aunque es más perfecta que la de los brutos, no pertenece, sin embargo, a la esfera de las formas o substancias espirituales subsistentes e intelectuales, sino más bien al orden sensible, a la esfera de los seres sensibles

b) Además de esta alma humano-sensitiva, que es la forma substancial intrínseca de cada hombre individual, existe otra alma, que pudiéramos llamar humano-inteligente, la cual se une a cada hombre, no con unión substancial, no por información interna y específica, sino por unión de asistencia y de presencia, por comunicación de potencias y funciones intelectuales.

c) De manera que esta alma humano-inteligente debe concebirse como una substancia intelectual, subsistente por sí y separada de todo cuerpo, la cual sirve de forma a toda la especie humana, no por información propiamente substancial e interna, sino con información accidental y externa, o sea por razón de su presencia, asistencia y comunicación con todos y cada uno de los hombres, sin formar parte esencial y constitutiva de los mismos, pues esto pertenece al alma humano-sensitiva.

d) Por medio de la facultad cogitativa, que es la potencia y la función más perfecta de esta alma humano-sensitiva, se establece, conserva y desarrolla la comunicación permanente entre el individuo humano y la inteligencia universal de la especie, o sea con el [33] alma humano-inteligente, el alma una y superior, que es independiente en cuanto a su esencia, existencia y substancia de cada individuo humano; porque esta inteligencia o alma universal, que está siempre presente y asiste a cada hombre singular, percibe y conoce los objetos universales y las verdades necesarias, abstrayendo y elaborando sus ideas y concepciones universales de las especies o representaciones sensibles y singulares contenidas en la cogitativa, después de haber pasado por otros sentidos externos e internos. En suma: la intelección, el conocimiento de la verdad y la ciencia, como actos y manifestaciones de lo que llamamos entendimiento humano, proceden, pertenecen y residen exclusivamente en el alma humano-inteligente, forma separada y distinta in essendo, in substantia et in existendo de cada individuo; pero pertenecen al individuo, y se dice que existen en el individuo humano, en cuanto que son ocasionadas y excitadas por la cogitativa, facultad que suministra los objetos y representaciones necesarias al efecto, y que sirve de lazo de unión entre el alma personal (la humano-sensitiva) y el alma inteligente separada y común a todos los individuos.

e) El alma humano-sensitiva, que es la verdadera forma substancial del hombre, comienza a existir con el cuerpo humano; pero el alma universal o humano-inteligente, sólo comienza a existir en el hombre, o, digamos mejor, asiste al hombre-individuo, cuando la cogitativa se halla en disposición de suministrarle los materiales necesarios para la intelección y demás funciones puramente intelectuales. Cuando muere el hombre, perece el alma humana individual que le sirve de [34] forma substancial, desaparece la comunicación personal y consciente del mismo con la inteligencia separada, o sea con el alma humano-inteligente, y desaparece, por lo mismo, la personalidad consciente e inteligente del individuo, del cual es parte esencial y substancial la forma humano-sensitiva.

Tal es, en resumen, la famosa teoría averroísta de la unidad del entendimiento humano, teoría que, según se desprende de lo dicho, es absolutamente incompatible con la inmortalidad del alma humana en el sentido propio de la palabra, y con la existencia de una vida futura, con premio y castigo para las acciones de cada hombre. No es de extrañar, por lo tanto, que la Iglesia haya mirado siempre con recelo y con aversión marcada al averroísmo, oponiéndose a sus manifestaciones y progresos.

§ 10. Partidarios principales de la escuela aristotélico-averroista

Los principales representantes del averroísmo fueron:

a) Nicolás Vernias, profesor de Filosofía en la universidad de Padua desde 1471 hasta 1499. Aunque enseñó y defendió la teoría psicológica de Averroes en toda su crudeza, la abandonó en los últimos años de su vida, admitiendo la inmortalidad de las almas particulares en el sentido de la religión y de la Filosofía cristiana. [35]

b) Alejandro Achillini, que enseñó Filosofía en Bolonia y Padua, y que murió en 1518, fue partidario y propagandista del averroísmo, pero haciendo reservas más o menos explícitas en favor de la inmortalidad del alma humana.

c) Agustín Nifo, discípulo de Vernias, que nació en 1473 y murió en 1546, defendió, como su maestro, la unidad del entendimiento humano en el sentido averroísta; pero después abandonó esta doctrina, y defendió contra Pomponazzi la inmortalidad del alma en el sentido cristiano.

d) Ya se ha dicho que el averroísmo tuvo muchos partidarios en Italia hasta mediados del siglo XVII, distinguiéndose entre ellos el médico del Papa Clemente VIII, AndrésCesalpini, el cual apellidaba a Dios anima universalis, y amalgamó con el averroísmo ciertas ideas panteístas.

Al lado y en pos de los dichos, preséntase el nombre del desgraciado

e) Vanini (Lucilio o Julio César), el cual parece haber querido concertar y reunir en su persona y en su doctrina todos los extravíos y errores, no sólo de Averroes, que es para él el primero de los filósofos, sino también de la escuela más o menos materialista y anticristiana de Pomponazzi y demás partidarios del aristotelismo alejandrino. Vanini, que nació en Nápoles por los años de 1585, y pereció en Tolosa en 1619, condenado por el Parlamento a ser quemado como ateo, «era, dice Cousin, un espíritu ligero e inquieto, imbuido en las opiniones peores de la escuela de Padua, donde había estudiado, despreciador de Platón y de Cicerón, admirador apasionado de Aristóteles, [36] enseñado, según su propio testimonio, a jurar sobre la palabra de Averroes, ocultando unas veces sus principios bajo apariencias de gran celo católico, y otras haciendo ostentación de los mismos con impudencia.»

A pesar de las reiteradas protestas de sumisión a la Iglesia que se encuentran en sus obras, y principalmente en su Amphiteatrum aeternum Providentiae[1], es lo cierto que se burla casi abiertamente del Cristianismo y que hace pública profesión de ateísmo.

No sólo admite la eternidad del mundo, sino que le considera independiente de toda voluntad e inteligencia supremas, considerando su movimiento como inherente y resultado de su propia forma o esencia (a sua forma, non ab intelligentiae voluntate moveri), a la manera que los modernos materialistas hacen de la fuerza el atributo de la materia. La virtud y el vicio dependen del clima, alimentación, sistema de vida y demás condiciones naturales o medios ambientes. Excusado parece añadir que se burlaba de la inmortalidad del alma, punto sobre el cual había hecho voto de no pronunciarse abiertamente, decía, «sino cuando fuera viejo, rico y alemán». Para cualquiera que haya leído sus obras, y principalmente sus diálogos De Admirandis, etc., es cosa punto menos que evidente, que [37] Vanini, por medio de alusiones más que transparentes, claras y explícitas, cómbate y rechaza los dogmas cristianos y hasta la existencia de Dios, so pretexto[2] y bajo la máscara de combatir y rechazar a los herejes y a la religión de los antiguos gentiles.

Sus costumbres estaban en armonía con su doctrina. «Se le imputaban, no sin fundamento, costumbres infames, escribe Cousin: fue acusado de tener conciliábulos secretos, donde propalaba sus opiniones entre los jóvenes de las mejores familias. Fue acusado y [38] convencido de ateísmo (ante el Parlamento de Tolosa), después de un largo proceso, de confrontación de testigos y de debates contradictorios.»

A juzgar por lo que dice en sus diálogos De Admirandis naturae reginae deaeque mortalium arcanis, la madre de Vanini debió ser española u oriunda de España, pues se dice que se apellidaba López Noguera.

f) Hablando de Filosofía o escuela aristotélico-averroísta, sería injusto pasar en silencio el nombre de Zimara (Marco Antonio, †1532), el cual fue uno de los que más contribuyeron con sus escritos a propagar y difundir por las escuelas de Italia y de la Europa toda la doctrina de Aristóteles comentada por Averroes. Entre aquellos escritos merecen citarse las Solutiones contradictionum in dictis Aristotelis et Averrois, y sobre todo la que lleva por epígrafe Tabula dilucidationum in dictis Aristotelis et Averrois. Contiene esta última un índice copiosísimo de la doctrina del Estagirita y del filósofo cordobés, pero índice acompañado de digresiones, y éstas encaminadas a fijar su sentido, indicando a la vez sus relaciones con la doctrina de los principales filósofos griegos y árabes. Zimara, sin embargo, procura mantenerse generalmente en el terreno del expositor, sin aprobar las opiniones averroísticas que encierran sentido contrario al Cristianismo.


[1]  Las pretensiones extravagantes de este filósofo y el desorden de sus ideas, se revelan hasta en los títulos de sus obras. La que vio la luz pública en Lyon, año de 1615, lleva el siguiente encabezamiento: Amphiteatrum aeternum Providentiae, divino-magicum, christiano-physicum, necnon astronomico-catholicum, adversus veteres philosophos, atheos, epicureos, peripateticos et stoicos. Al año siguiente publicó en Paris otra obra con este título: De admirandis naturae, reginae, deaeque mortalium, arcanis, dialogorum inter Alexandrum et Julio Caesarem libri IV.

[2]  Entre las muchas citas que pudieran aducirse para demostrar lo dicho en el texto, bastara el siguiente pasaje, en el cual se transparenta con sobrada claridad su pensamiento acerca de la Trinidad católica y acerca de Dios y la religión. Después de exponer el misterio de la Trinidad, Vanini dice por boca de su interlocutor: «Discurres con tanta fuerza, que hasta podrías convencer a los filósofos que se ríen del misterio de la Trinidad como de un hecho quimérico e imposible…. a fuerza de genio, serás capaz de elevar al nivel de la razón las fábulas de los poetas.

«¿Según qué ley honraron a Dios de una manera verdadera y piadosa los antiguos filósofos? –Según la ley natural solamente; porque la naturaleza, que es Dios, puesto que es el principio del movimiento, grabó esta ley en el corazón de todos los hombres. En cuanto a las demás leyes, los filósofos las miran como ficciones y engaños inventados, no por algún mal genio, sino por los príncipes para la educación de sus súbditos, y por los sacerdotes para tener honores y riquezas. Y así es como la plebe ignorante está sujeta en servidumbre por el temor de un Dios supremo que lo ve todo y todo lo compensa por medio de castigos eternos: por esta razón el epicúreo Lucrecio dijo en sus versos, que el primero que introdujo los dioses en el mundo, fue el temor.»

«Si la religión de los paganos, añade después, era falsa, ¿cómo es que estaba apoyada por milagros y prodigios extraordinarios? –Preguntad a Luciano, el cual os responderá que todas eran imposturas de los sacerdotes. Por lo que a mi hace, atribuyo todas estas maravillas a causas naturales.» Œuvres Philos. de Vanini, pág. 227, trad. de Rousselot.

Zeferino González, Historia de la filosofía. III, capítulos &9 y &10.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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