Sistemas del lenguaje

a)    Sistema fonológico. Los hablantes de una lengua agrupan los sonidos según sus rasgos constantes, dejando de lado las diferencias existentes entre ellos. No se pronuncia igual el sonido n en andar y angosto, ni el sonido b en batalla y abad, pero esas diferencias reales no impiden que un español agrupe el primer par de sonidos bajo en rótulo n y el segundo bajo el b. Estos rótulos son los fonemas, tipos ideales de sonido que solamente se realizan en formas como las descritas, llamadas alófonos.

Las variantes fónicas de un fonema, o alófonos, no transportan significado, una función que está reservada exclusivamente a los fonemas. Un español reconoce un significado concreto para las palabras “poro”, “caso”, “cuatro”, “mago”, “sarro”, “loro”, “jarra”, etc., sea cual sea el alófono que entre en la pronunciación de cada una. Pero si cambia un solo fonema, dando, por ejemplo, “moro”, “paso”, “cuadro”, “mayo”, “tarro”, “lloro”, “parra”, etc., reconocerá otro significado. Por esto se dice que el sistema fonológico o sistema de los fonemas con que se fabrica el vocabulario de una lengua, es el conjunto de normas que prescriben cómo pronunciar unos fonemas en presencia de otros y qué orden deben guardar entre sí para poder ser portadores de significado.

Los fonemas son, pues, los modelos mentales del sonido que caracterizan a cada lengua, aunque en el habla concreta aparezcan realizados como sonidos diversos. Son los fonemas y no los sonidos las unidades mínimas que se combinan para formar la expresión o significante de las palabras y conseguir así la evocación de significados distintos. Por ello, se consideran los fonemas como unidades distintivas, o sea, elementos que distinguen los significados. (Alarcos, E., Gramática, etc., p. 27)

b)    Sistema morfológico. Del mismo modo que un fonema, carente por sí mismo de significado, es un tipo ideal o categoría que agrupa diversas variantes de sonido, así también un morfema es un son tipo ideal o categoría que agrupa diversas variantes, o morfos, con la diferencia de que éstos sí están dotados de significado. En nuestras gramáticas se ha preferido darles el nombre de monemas, que pueden ser lexemas, si se trata de los radicales de las palabras, y morfemas, si se trata de las desinencias.

La palabra “cántaros”, por ejemplo, se descompone en los siguientes monemas o segmentos significativos: “cántar-”, que evoca un recipiente de barro, “–o–”, que evoca el género masculino, y “–s”, que evoca el número plural. Cada uno de ellos es un monema, tanto si está compuesto de varios fonemas como si está compuesto de uno solo. Incluso podría constar de una “ausencia de fonema”, como sucede cuando el número singular se da por la ausencia de –s o –es, que evoca el plural en nuestra lengua. Así en “cántaro” por oposición a “cántaros”.

El sistema morfológico es el conjunto de normas que indican de qué manera deben constituirse los monemas, cuáles pueden aparecer aislados y cuáles en combinación con otros.

c)    Sistema sintáctico de una lengua comprende el conjunto de normas que indican a los hablantes cómo deben ordenase las palabras en oraciones. Todas las lenguas poseen principios que determinan la ordenación de las partes en que se divide una frase y las variaciones que puede adoptar tal ordenación. El sufijo español “-s”, por ejemplo, cuando, añadido a un sujeto gramatical, denota número plural y tercera persona, obliga a poner asimismo el verbo en plural y en tercera persona: “los sueños son de Júpiter”.

El sistema normativo de la sintaxis española permite modificar el orden de esta frase de varias maneras: “de Júpiter son los sueños”, “los sueños de Júpiter son”. Pero impide otras como: “sueños los Júpiter son de”.

d)    Sistema semántico, o sistema de las denotaciones, de una lengua comprende el conjunto de normas necesarias para seleccionar las palabras que han de usarse para transmitir un significado concreto. Esto exige hallarse en posesión de las categorizaciones impuestas por la lengua a la experiencia. El idioma español permite que se llame con el mismo nombre a la hija del hermano de la madre que a la de la hermana del padre, porque pertenecen a la misma categoría para los hablantes del español. Pero en otras lenguas pertenecen a categorías tan diferentes que en el primer caso se trata de una mujer con la que no puede uno casarse, pues se comete incesto, en tanto que sí es posible hacerlo en el segundo.

Esto es así porque el sistema semántico es el encargado de incorporar la experiencia humana al idioma. A él se debe, pues, el hecho de que la experiencia se exprese por medio de un juego de fonemas, morfemas, formas sintácticas, etc.

e)    El sistema simbólico, o sistema de las connotaciones, comprende el conjunto de normas que determinan los usos evocativos de un idioma. De lo que aquí se trata no es tanto de lo que las palabras dicen cuanto de lo que sugieren. Borges puede decir sobre una espada: “en su hierro perdura el hombre fuerte” (Obra poética, etc., p. 230), sin que esté atribuyendo un significado real a sus palabras, pues la fuerza del hombre que empuña una espada no sobrevive en ella, sino en la memoria de otro hombre, y no como fuerza, sino como recuerdo.

En un idioma existen semejanzas, asociaciones, oposiciones y una larga serie de elementos, y más cuanto más rico sea tal idioma, que permiten a quien hace uso de él con maestría evocar sentimientos y actitudes que la simple enunciación de la realidad empírica no puede evocar. Esta es la base de la poesía y la literatura en general.

Recreamos estos elementos morfológicos al combinar el limitado número de elementos fonológicos según determinados principios. De forma similar, recreamos los conceptos mediante la combinación de elementos morfológicos en palabras y frases, según determinados principios. Recreamos las complicadas disposiciones de estos conceptos, que reflejan situaciones vitales, combinando las palabras y las frases en oraciones, y las oraciones en relaciones descriptivas y narraciones según nuestros principios de la sintaxis y de la construcción narrativa. Al hacerlo, también evocamos los estados subjetivos que las personas han llegado a asociar con estas situaciones de la vida. De este modo, gracias al lenguaje, recreamos la experiencia; y mediante nuestra habilidad para recrearla, también nos habilitamos para crear toda clase de experiencias nuevas e imaginarias. (Goodenough, W. H., “Cultura, lengua y sociedad”, en Kahn, J. S., El concepto, etc., p. 165)

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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