79. Industrias literarias.
Los libros que usaban los romanos eran todos manuscritos, lo cual obligaba a la existencia de un oficio o industria muy importante: la de copista o copiador (librarius). De las obras que adquirían fama, se hacían numerosas copias que se vendían en las librerías (tabernae), dispuestas de una manera análoga a las de hoy. Se escribía sobre tablitas recubiertas de cera(códices), sobre una especie de papel hecho con las hojas de una planta llamada papyrus, y sobre pergamino. El papel se escribía por una sola cara y luego se juntaban las hojas por uno de sus lados formando una tira larga, que se guardaba enrollada, a menudo sobre un eje de madera; y de aquí el nombre de volumen. Para leer se iba desenvolviendo el volumen de izquierda a derecha, con objeto de ir descubriendo las páginas necesarias. Las hojas de pergamino, que no podían enrollarse, se cosían unas a otras como en nuestros libros actuales, formando el tomo (tomus), al cual se ponían cubiertas de madera forradas de púrpura o pergamino. Andando el tiempo, se llamó liber (libro) a la obra formada por un solo volumen o tomo; y codex a la que comprendía varios. La afición a la lectura era grande, y, además de las bibliotecas públicas del Estado, las personas ricas tenían sus bibliotecas particulares.
La literatura oficial —leyes, decretos, sentencias, etc., y la relativa a los enterramientos, monumentos y edificios públicos— se grababa en planchas de metal o en piedra (inscripciones). En España se han encontrado, como hemos dicho, algunas leyes especiales de ciudades (Osuna, Málaga, etc.) grabadas en bronce.
(Altamira, R., Historia de España y de la civilización española I, «79. Industrias literarias»/Epub)