Cosas y conceptos

Los conceptos y los razonamientos que con ellos se hacen pueden  descubrir la verdad, pero también pueden encubrirla. El conocimiento ordenado sobre una cosa cualquiera no puede evitar el recurrir a conceptos y razonamientos, pues solamente así es posible colocar en estructuras coherentes los caracteres extraídos de la realidad. No obstante, esa estructuración debida al trabajo de la razón es algo que parece añadirse a lo real. Es la razón puesta en la cosa. Por esto es preciso discernir en la ciencia construida lo que viene del sujeto y lo que  viene del objeto. Si lo agregado por la razón fuera real entonces con cada conocimiento de un ser se añadiría a ese ser algo que antes no estaba en él, lo que es inadmisible. Que el ojo agrega algo a la visión es seguro, pero no agrega nada a la cosa vista. El hombre que pretenda ver bien tendrá que distinguir lo que pone su ojo y lo que está en la cosa.

Una propiedad lógica, que procede de la razón, no es lo mismo que una propiedad real, que procede de la cosa, pero aquélla es imprescindible para construir un conocimiento científico, ordenado y sistemático de ésta. Son dos elementos de los que no puede prescindir la filosofía, pero sin confundir uno con otro.

Para ir más a lo concreto, ténganse presentes estas dos proposiciones:

1. David fue rey de Israel.
2. David es el sujeto gramatical de la proposición anterior.

La primera es verdadera y también lo es la segunda. Pero una dice algo del David real, que fue rey de Israel, y la segunda no dice nada acerca de él, porque David no es un sujeto gramatical, sino la palabra que lo nombra. El asunto de la segunda proposición es un asunto de palabras o, lo que es igual, de conceptos producidos por la inteligencia.

La proposición primera es verdadera si dice algo de David y es falsa en caso contrario. La segunda es verdadera o falsa sin decir nada del David real ni en contra de él. Podría también darse el caso de que la primera fuera falsa y la segunda verdadera. Las dos proposiciones se mueven en territorios diferentes.

Los objetos de la razón tienen la propiedad de desligarse con facilidad del mundo real. Es obvio además que David, el de la primera proposición, y David, el de la segunda, no son el mismo David. El primero es real y existe en sí, el segundo no es real y no existe más que en la gramática, que es una construcción de la razón humana. En verdad no existe ni puede existir en la realidad. Ahí es un ser imposible. Se le ha llamado ente de razón, pero ni siquiera es un ente. Su entidad es la mera enunciación por parte de quien habla o piensa durante el breve instante en que hace una u otra cosa. La diferencia entre una propiedad real y una propiedad de la razón o del lenguaje humano, o sea, de una propiedad lógica, es evidente. La primera es algo de la cosa, la segunda ha sido fabricada o concebida por la razón a propósito de la cosa y tiene que ver con ésta no en cuanto a ella misma, sino en cuanto entra en el territorio de la actividad racional. Lo que está en el campo de visión se sujeta a las imposiciones del ojo. En sí misma, una propiedad lógica es o bien inexistente o bien tiene la existencia que dura la pronunciación de la palabra o su fugaz paso por una inteligencia. Su materia en el primer caso es el sonido articulado, en el segundo una imagen acompañada de cierta generalidad.

Obsérvese de paso que las llamadas “violencia de género”, “actitud de género” y otras expresiones semejantes son también propiedades lógicas construidas en el idioma español para su uso en el habla o la escritura, pero que los individuos reales no pertenecen a un género gramatical más de lo que David, el rey de Israel, es un sujeto de una oración.

Las cosas poseen propiedades reales tanto si se ordenan en un conocimiento como si no. Pero cuando sucede lo primero, cuando los conceptos formados a propósito de ellas, se insertan en un campo de conocimientos, hacen acto de presencia otras propiedades que ni son suyas ni son reales. Son propiedades lógicas.

Como puede verse, la lógica tiene como objeto algo irreal. Su objeto solo es objeto ante la razón. Como ente de la razón solo se da en ella. También un ser real puede caer bajo la consideración de la razón, pero no se agota en ello. El ente de razón, por el contrario, no es ente en la realidad. No tiene otro ser que ser pensado o hablado. Ni siquiera es un ser posible, pues un ser posible puede existir, pero un ente de razón no. ¿O podrían acaso existir los géneros y los sujetos gramaticales? Es grave confusión tomar como cosas reales productos de la mera razón, como la “humanidad” o el “género masculino”, que ni siquiera son entes posibles. Un ente posible al menos es un poder ser, pero un ente de razón es un no poder ser, un imposible. No hay lugar para él fuera del juicio del entendimiento o la proposición del lenguaje.

Lo cual no quiere decir que sea un artificio inútil. Todo lo contrario. Es imposible, por ejemplo, que exista algo como la llamada “estructura feudal de vasallaje”, porque en el periodo medieval existieron individuos que entonces resultaron ser señores o siervos. La relación entre ellos era de vasallaje de unos a favor de otros, pero solo unos y otros existieron en realidad. La “estructura feudal de vasallaje” es un artificio mental del historiador, un ente de razón extraordinariamente útil para comprender lo que sucedía en aquel tiempo, para lo cual se prescinde de lo que fue real en su momento, de los sujetos particulares que entonces vivieron. Es lo que siempre hace la ciencia: deja de lado lo que existe y se enfrasca en la construcción de conceptos y en el ensamblaje coherente entre ellos. Decir esto no es revelar una deficiencia suya, pues esa manera de proceder produce efectos admirables en el conocimiento de la realidad.

Share

Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
Esta entrada fue publicada en Filosofía teórica, Lógica. Guarda el enlace permanente.