Libertad es voluntad fuerte

Que el fruto maduro de una buena educación es formar hombres bien educados parecerá una redundancia, pero no lo es. Solo es preciso preguntarse en qué consiste un hombre bien educado. Yo respondo por mi parte que es un hombre libre. Y, como hay varias especies de libertad –política, económica, física, moral, etc.-, es forzoso decir a cuál de ellas pertenece el hombre bien educado.

No hay que buscar soluciones muy alejadas de lo que piensa la gente corriente. Un hombre libre es el que hace lo que quiere hacer. Libertad es hacer lo que se quiere. Eso piensa todo el mundo y piensa bien.

Pero si esto está bien pensado, entonces no es elegir entre varias alternativas, porque entonces los pobres no podrían ser libres, pues generalmente tienen poco que elegir, o serían menos libres que los ricos, que tienen mucho más.

Tampoco es ausencia de obstáculos para hacer algo, como si se diera primero la decisión de actuar y fuera necesario a continuación que se allanara el camino. No es así como suelen pasar las cosas. Cuando el rey David deseó a la mujer de Urías, éste, Urías, se convirtió en un obstáculo, pero no por él, sino por el rey. Si David no hubiera deseado a Betsabé, Urías no habría sido obstáculo de nada. Es el deseo el que pone el obstáculo.

Ni consiste en elegir entre varias alternativas ni en remover obstáculos para actuar. Está en el querer y consiste en hacer lo que se quiere, como se acaba de decir. Sólo que hay que precisar bien esto del querer, porque también hay varias clases entre las que es necesario distinguir. En todo hay que distinguir siempre, porque el que no distingue confunde.

Si un muchacho dedica todo su tiempo a divertirse y no a estudiar, o si se deja vencer por el abatimiento porque su novia le ha abandonado y se abandona él a la pereza, hace lo que quiere y es libre si decide no levantarse de la cama. También hace lo que quiere y es libre el que dedica buena parte de su tiempo a estudiar y no se deja vencer por el abatimiento porque le deja la novia. La diferencia entre un querer y otro está en que el último enfoca lo que es bueno y provechoso porque así lo ha pensado él mismo y porque, una vez pensado, ha sido capaz de hacerlo. Para este, querer es poder. ¡Y qué poder! El del otro es como un barco a la deriva, siempre a merced otras cosas y nunca de sí mismo.

Parece indiscutible que, de las dos libertades, es con mucho preferible la del que trueca el querer en poder. La del otro es impotencia.

Ya no es difícil extraer una conclusión de estas razones: ¿habrá quien discuta que un fin imprescindible de una buena educación es la libertad entendida como potencia?

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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