Platón y Aristóteles sobre la democracia

Sucede a veces que no se sabe disociar la gran filosofía antigua de las ideas políticas del presente. Como la democracia se ha vuelto sublime y como Sócrates, Platón, Aristóteles y otros son grandes filósofos se oculta o no se quiere ver la verdad: que fueron contrarios a este sistema político. De Sócrates, condenado injustamente por la democracia a tomar la cicuta, no se conocen a ciencia cierta sus razones, pero sí las de Platón y Aristóteles.

Nave griega de cincuenta remos

El primero atacó el sistema en muchas ocasiones, de las cuales puede recordarse la comparación del Estado con una nave capitaneada por marinos ignaros que, en lugar de procurar aprender el oficio que practican, engrosan su hacienda a costa del pueblo, el honrado patrón, más fuerte que ellos ciertamente, pero corto de vista y oído, y pasan sus días en jolgorio y diversión. He aquí la comparación (República, 488a – 489a):

-Figúrate que en una nave o en varias ocurre algo así como lo que voy a decirte : hay un patrón más corpulento y fuerte que todos los demás de la nave, pero un poco sordo, otro tanto corto de vista y con conocimientos náuticos parejos de su vista y de su oído; los marineros están en reyerta unos con otros por llevar el timón, creyendo cada uno de ellos que debe regirlo sin haber aprendido jamás el arte del timonel ni poder señalar quién fue su maestro ni el tiempo en que lo estudió, antes bien, aseguran que no es cosa de estudio y, lo que es más, se muestran dispuestos a hacer pedazos al que diga que lo es. Estos tales rodean al patrón instándole y empeñándose por todos los medios en que les entregue el timón; y sucede que, si no le persuaden, sino más bien hace caso de otros, dan muerte a éstos o les echan por la borda, dejan impedido al honrado patrón con mandrágora, con vino o por cualquier otro medio y se ponen a mandar en la nave apoderándose de lo que en ella hay. Y así, bebiendo y banqueteando, navegan como es natural que lo hagan tales gentes y, sobre ello, llaman hombre de mar y buen piloto y entendido en la náutica a todo aquel que se da arte a ayudarles en tomar el mando por medio de la persuasión o fuerza hecha al patrón y censuran como inútil al que no lo hace; y no entienden tampoco que el buen piloto tiene necesidad de preocuparse del tiempo, de las estaciones, del cielo, de los astros, de los vientos y de todo aquello que atañe al arte si ha de ser en realidad jefe de la nave. Y en cuanto al modo de regirla, quieran los otros o no, no piensan que sea posible aprenderlo ni como ciencia ni como práctica, ni por lo tanto el arte del pilotaje. Al suceder semejantes cosas en la nave, ¿no piensas que el verdadero piloto será llamado un miracielos, un charlatán, un inútil por los que navegan en naves dispuestas de ese modo?

-Bien seguro- dijo Adimanto.

Los reparos que Aristóteles pone a la democracia no son quizá tan explícitos, pero son más devastadores. Hay quienes creen, sin embargo, que él pone este sistema de gobierno entre los buenos regímenes en su conocida clasificación de los gobiernos. La democracia sería, junto a la monarquía y la aristocracia, uno de los que buscan el bien común y, en consecuencia, sería un régimen bueno, en tanto que su desviación, la demagogia, sería un régimen perverso. Pero esto no concuerda con lo que él dice realmente en su Política.

El ideal, se dice en ella, es que gobierne quien sobresalga entre todos por su vida perfecta y virtuosa, tanto en lo privado como en lo público, lo cual es abogar por la monarquía, pero Aristóteles advierte de que se debería al azar que existiera un hombre así y que el gobierno del Estado no puede depender del azar. No cabe, por tanto, esperar que el gobierno de un solo hombre perfecto y sabio llegue a existir.

A falta de este ideal, podría quizá abrigarse la esperanza de un gobierno excelente regido por hombre excelentes, capaces del mando político. Esto sería poner la confianza en un gobierno aristocrático, pero también es un ideal demasiado elevado y no es sensato esperar que sea real alguna vez.

Si no es prudente esperar que exista un buen gobierno de uno solo, o monárquico, ni de varios, o aristocrático, hay que poner la esperanza en uno que el autor llamó “Politeia”, constituido por una multitud de hombres capaces de obedecer y mandar alternativamente y de poner en práctica una legislación que asigne los cargos a quienes los merecen y puedan desempeñarlos de forma cabal.

Esto es confiar en un gobierno de clases medias, situadas entre la oligarquía y la democracia, un gobierno regido por el pueblo, diferente, por tanto, de la oligarquía, pero de modo que los gobernantes no se extraigan de la chusma de los desheredados, lo que lo diferencia de la democracia. Tal vez Aristóteles tenía presente la Constitución de Atenas del año 411 a. C., o Constitución de Teramenes, cuando administraban el gobierno cinco mil ciudadanos poseedores de bienes suficientes como para tener armas pesadas.

Éste es el único régimen bueno que cabe esperar en la realidad y su corrupción es la democracia. Sin embargo, no es así como a veces se ha interpretado la idea de Aristóteles.

Como ejemplo de ello puede leerse que el libro tercero, capítulo V, de la Política (trad. de P. de Azcárate, que corresponde al pasaje 1279b), dice lo siguiente:

Las desviaciones de estos gobiernos son: la tiranía, que lo es del reinado; la oligarquía, que lo es de la aristocracia; la demagogia, que lo es de la república. La tiranía es una monarquía que sólo tiene por fin el interés personal del monarca; la oligarquía tiene en cuenta tan sólo el interés particular de los ricos; la demagogia, el de los pobres. Ninguno de estos gobiernos piensa en el interés general.

En esta traducción la democracia queda como buen gobierno y la demagogia como su corrupción.

Azcárate tuvo ante sí la traducción francesa de la Política. Es en ella donde debió producirse el error. Sin embargo, en el original griego, según la edición bilingüe de Marías y Araujo, no dice que lo opuesto de la república, o politeia, vocablo que a veces se ha traducido por «constitución», sea la demagogia, sino la democracia, que ocupa así un lugar entre los malos regímenes, solamente por detrás de la tiranía.

También en la edición de Gredos, traducción de M. G. Valdés, es la democracia la que aparece como corrupción de la politeia. Por último la traducción de Pedro Simón Abril vierte politeia por «gobierno popular», pero se mantiene la oposición. He aquí el texto:

Las quiebras y viciosos gobiernos que a los ya dichos corresponden son: al reino, la tiranía; a la aristocracia, la oligarquía, y al gobierno popular, la democracia.

En realidad, el vocablo «demagogia» no aparece nunca en la Política de Aristóteles para dar nombre a un tipo de gobierno o régimen. Solamente se encuentra tres veces y es para designar un procedimiento de que hacen uso algunos en: «el seno de la misma minoría» o bien «cuando los que forman parte del gobierno oligárquico se atraen con procedimientos demagógicos al pueblo, como en Larisa». En Larisa sucedió que los miembros de la jerarquía se hicieron jefes de las clases inferiores porque los que tenían a su cargo la defensa de la ciudad adularon al pueblo, que tenía el derecho de nombrarlos. Este es el destino de toda oligarquía en que “los individuos del gobierno no tienen el poder exclusivo de nombrar para todos los cargos públicos, y donde estos cargos, sin dejar de ser privilegio de las grandes fortunas y de algunas clases, están, sin embargo, sometidos a la elección de los guerreros o del pueblo”, se dice en otro pasaje de la Política.

En conclusión, Aristóteles, en contra de lo que a veces se ha querido pensar de él, ve la democracia como un régimen corrupto, equiparable a la tiranía. No obstante, habría que indagar si la solución propuesta por él, el gobierno de esos 5.000 propietarios que saben gobernar su hacienda y, por extensión, la pólis de Atenas, que no debió contar en aquel tiempo con más de 500.000 individuos, de los cuales sólo se reconocían derechos políticos a los varones libres mayores de edad, pero no a las mujeres, los esclavos y los metecos, que constituirían las cuatro quintas partes de la población, es adecuada para una nación actual, que, como la española, tiene más de cuarenta y cinco millones de miembros. Pero eso tiene que ser tratado en otro momento.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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