Finis operis y finis operantis
La Idea de Imperio no puede explicarse como fruto de la ambición personal de un guerrero, un dirigente, un rey, etc. No cabe aquí la perspectiva del finis operantis, una perspectiva que, según Hegel, es la propia del ayuda de cámara. O del maestro edificante, que achaca al deseo de poder las conquistas de Alejandro, con lo que viene a decir a sus pupilos: “¿Véis? Como no soy ambicioso, yo no conquisto Persia”.
La historia no se teje con las decisiones y voluntades de los individuos, sino con lo que resulta de ellas. ¿Actuó César por ambición? Seguramente sí. Pero el Imperio de Roma, su religión, su lengua, su sistema jurídico, sus obras de ingeniería, etc., todo ello extendido a todo el mundo, que entonces eran las riberas del Mediterráneo, no se debe a la ambición de César, aunque podamos estar seguros de que sin ella y las de otros muchos como él no podría haber existido. Tampoco puede existir el idioma si no es por actuación, debida a intereses particulares, de los hablantes, pero la estructura morfológica, sintáctica, etc., de un idioma no se explica por esos intereses particulares.
Tampoco se explican la lengua, la religión, el derecho, las formas de Estado, las universidades, etc., en Hispanoamérica por la ambición de Cortés o Pizarro. Las cosas que suceden en la historia son resultado de las decisiones que toman los individuos, pero no es un resultado consciente que ellos se hubieran propuesto. Hay que diferenciar entre el finis operis y el finis operantis.
La Idea de Imperio está hoy desacreditada por asociarse a las bajas pasiones humanas, pero esa asociación es un error que impide ver la realidad.
Concepto de Imperio real y existente
Dejando de lado otras acepciones del término, algunas de las cuales tienen sentido subjetivo, como al hablar del imperium del imperator, es decir, del general romano sobre sus tropas, trataremos la que puede ser calificada de comunidad política real y existente. Antes es preciso, sin embargo, presentar un concepto de Imperio que solamente puede darse cuando existen sociedades políticas constituidas como Estados y se da como algo que procede del exterior de dichas sociedades. Aunque ésta no es la idea correcta de Imperio, es su antecedente inmediato y necesario en el transcurso de la historia.
Este primer concepto, construido desde fuera de la sociedad política, pero con consecuencias que se hacen sentir en su interior, puede proceder de Dios o de la Conciencia.
Procedía de Dios, de Enlil, el Imperio de Sargón, que vivió hacia el 2850 a. C. y extendió su dominio sobre diferentes regiones de Mesopotamia:
“Enlil dio a Sargón Summer, Acad., el Alto País de Mari, Iarmuti, las Montañas de Plata…”
El historiador supondrá seguramente que Enlil, una divinidad inexistente, es en realidad solamente un nombre con el que encubrir la camarilla de sacerdotes y hombres de poder para así dotar de dignidad a sus planes de rapiña. Un historiador así corre el riesgo de convertirse en el ayuda de cámara o el maestro de escuela de que habla Hegel y de no darse cuenta de que Enlil tal vez no represente solo los planes de Sargón y su corte, sino que también representa a los pueblos sometidos a él, en cuanto que el dominio de Sargón se produce quizá con su acuerdo. ¿Cómo entender si no, cambiando los tiempos y lugares, que Napoleón pudiera invadir Rusia con un ejército de medio millón de soldados reclutados en su inmensa mayoría en Alemania, que acababa de ser sometida por él, o que Cortés conquistara México con un ejército de varios miles de guerreros indios, si no es porque los alemanes del ejército de Napoleón y los indios de Cortés veían aquella empresa como propia? Tal vez no exista Enlil, habría que decirle al historiador convertido en ayuda de cámara o maestro de escuela, pero en su idea están contemplados los planes de Sargón y los de los pueblos que se entregan a su dominio y están de acuerdo con él.
El concepto más antiguo de Imperio se forjó efectivamente a partir de una teología concreta. Y no habría de ser el último caso.
Procede también de la Conciencia, de una conciencia que se sitúa fuera de la pólis para comprenderla o dirigirla hacia un fin. Y esto lo puede hacer de varias maneras, pero una de ellas, la que aquí nos interesa, consiste en elevarse a la Idea de una Ciudad Universal, de una Cosmópolis o Imperio Universal Único capaz de abarcar a todos los hombres. Esta Idea se abrió paso a través de los filósofos griegos y de los estoicos.
¿Qué peso pueden tener en la política real estas ideas metafísicas o trans-físicas de Dios y la Conciencia? La respuesta es que únicamente esta perspectiva metapolítica representada por las ideas de Dios o la Conciencia puede canalizar las energías de cada Estado, tanto del hegemónico como de los dominados. La acción hegemónica de un Estado no se explica solo por él. Es necesario tener en cuenta también la reacción de los afectados, reacción que implica necesariamente un consenso. Un sistema será imperial si entraña la acción de una sociedad sobre otras sociedades, la reacción de éstas sobre la anterior y la de todas entre sí.
Claro está por lo demás que tiene que haber algún mecanismo que engrane las Ideas de Dios y la Conciencia con la acción real de los sujetos, pues por sí mismas no tienen efectividad directa, ni siquiera cuando se trate del Dios verdadero, que actúa a través de las causas segundas. Hay que rechazar las explicaciones psicológicas. Los caracteres psíquicos individuales no tienen efectividad alguna si no se da un cierto estado de cosas en la sociedad de referencia.
La Idea metapolítica tendrá que actuar a través de causas políticas. Un ejemplo sería el siguiente: las “ideas” -entre comillas porque no llegan a ser verdaderos conceptos, nociones o ideas- delirantes del nacionalismo vasco, ideas oscuras trufadas de cristiano-racismo, no habrían tenido efectividad ninguna si, además de los asesinatos de ETA para extender el terror entre los que se atrevan a disentir de sus planes, no hubieran servido para canalizar intereses de unos grupos sociales frente a otros, como los de los locales frente a los maketos, los de las élites urbanas frente a los de Madrid o del resto de España, etc.
Para el caso del Imperio de Roma, estas Ideas-fuerza de la Conciencia y Dios, Ideas metapolíticas, actúan por la Iglesia Romana, que acoge a clases oprimidas, a esclavos y a bárbaros, a gentes del interior y del exterior de Roma. La Idea-fuerza de la Conciencia no procede del Género Humano, sino de los estoicos, que habían llegado hasta el propio Emperador: Marco Aurelio, el Emperador filósofo, era estoico, igual que Séneca, preceptor de Nerón, etc. Amplias capas del funcionariado de la República y del Imperio eran asimismo seguidoras del estoicismo. Después fueron también cristianas. Lo mismo pasaba en las legiones. Y esas capas de estoicos y cristianos fueron ampliando su presencia hasta la familia de Constantino.
La Idea metapolítica de Imperio se asume en la época de Augusto a través de fórmulas estoicas. Zenón de Citio, el iniciador del estoicismo, ya había justificado a Alejandro Magno diciendo que no se había presentando en Persia como conquistador, sino como juez, con el fin de extender la ley universal, natural, del hombre y la razón. También se asume a través de fórmulas cristianas, que recogen en gran parte las anteriores, como se observa en Constantino, el Emperador que comenzó a verse como representante de Dios en la Tierra. Ya en el 330 se acuñan monedas con la leyenda “por la gracia de Dios”. Se trata de un proceso alentado conscientemente por Eusebio de Cesarea, entre otros.
La confluencia de estas tendencias en la época de Constantino permiten sentar la tesis de que en tiempos de este Emperador se inicia la Idea de Imperio Universal y Único que ha de perdurar por los siglos. San Agustín afirmaría unos años más tarde que la ciudad terrena solamente podrá ser Universal si se conforma a la Ciudad de Dios y que en caso contrario no pasará de ser una partida de piratas, un imperio depredador o heril, como lo definió mucho más tarde Ginés de Sepúlveda (1490 – 1573).
El género humano
Esta Idea de Imperio pertenece al hiperuranio. G. Bueno la llama Idea metapolítica porque está más allá de las unidades políticas de los entes humanos existentes.
Una tal Idea es el concepto cósmico, o cosmopolita, de los estoicos, un concepto que se extiende al Género Humano en su totalidad como si éste pudiera ser el sujeto que diera lugar a un Imperio Universal, siendo así que el Género Humano no puede ser sujeto de nada, pues no tiene realidad política alguna. Es únicamente el horizonte último al que puede tender alguna unidad política real en sus proyectos de expansión. Trajano lo llevaba en su cabeza, de lo cual es prueba el hecho de que, al llegar con sus legiones hasta el Golfo Pérsico, el punto más lejano a que logró llegar el Imperio de Roma, lloró de impotencia al comprender que el Género Humano quedaba todavía muy lejos de su alcance. También Alejandro Magno hubo de volverse desde la India cuando los monzones le hicieron desistir de su intento de abrazar la Tierra. En su mente anidaba el mismo concepto que en la de Trajano: el límite máximo al que puede tender un Estado. Ambos mostraron que un Imperio Universal solo se construye a partir de un Estado concreto que se propone incluir bajo una sola ley a toda la humanidad, la cual no puede ser en modo alguno un todo anterior a las partes o un género anterior a sus especies.
El triángulo en general, con los teoremas que se le aplican (“la suma de sus ángulos equivale a dos rectos”, etc.) puede especificarse en equilátero, isósceles o escaleno, sin que ello impida que se apliquen esos teoremas a dichas especificaciones. Pero con el Género Humano no sucede lo mismo, pues no pueden atribuírsele predicados que sean anteriores a sus especies, debido a que son predicados de éstas, pues han surgido de la constitución de las partes y no de un todo imaginario anterior a ellas. Ese todo no sería otra cosa que el primate. De ahí que si alguna propiedad hay en el Género que sea anterior a las Especies debe ser atribuida también al Homo Neanderthalensis, al Erectus, al Habilis, e incluso a los australopitecos. En eso tal vez estén de acuerdo los actuales promotores del Proyecto Gran Simio, pero como no saben lo que dicen no caen en la cuenta de que ellos no hablan de hombres, sino, a lo sumo, de pitecántropos.
Lo que llamamos Género Humano, o Humanidad, es posterior a sus razas, etnias, o sociedades, no anterior. Se trata de algo que solamente puede esperarse que aparezca por la peculiar relación que establezcan entre sí las partes, por su entrecruzamiento. Estas partes (Roma, Cartago, Atenas, España, la Unión Soviética, etc.), por otro lado, no son unidades compactas, pues sus lenguas, religiones, costumbres, técnicas productivas y reproductivas, etc., se entrelazan unas con otras saltando en la mayoría de las ocasiones por encima de los límites de las sociedades y no permiten que se forje unidad; la unidad de todas ellas, por otra parte, es imposible, contra lo que piensan todos los cosmopolitas que en el mundo han sido. Lo cual no quiere decir que sea impensable.
Es pensable, desde luego, una humanidad compuesta de sociedades con diferentes lenguas, religiones, instituciones matrimoniales, económicas y jurídicas. Puede pensarse, en un ejercicio máximo de irenismo propio de muchos socialdemócratas actuales que han visto, por ejemplo, en la ONU, el germen de esa humanidad futura, obviando el hecho de que en ese organismo tienen su asiento casi todas las tiranías que existen en el planeta al lado de las democracias.
El Género Humano del futuro debería consistir, según parece, en la fusión irenista de todos esos regímenes, algo que no puede imaginarse que suceda si para llegar a ese final han de conservar sus caracteres actuales. El Género Humano del pasado tampoco ha existido, salvo que se considere como tal a los homínidos del Paleolítico, cuando no se diferenciaban de los antropoides. Pero entonces no eran hombres. Lo fueron después, cuando se hicieron políticos, miembros de alguna pólis. A partir de entonces ha sido la peculiar relación de guerra y paz que ha existido entre las diferentes entidades políticas lo que ha dado lugar a nuestro presente, que es el de una Humanidad de más de seis mil millones de individuos repartidos entre las unidades políticas existentes y por ellas separados.
¿Puede pensarse en un Género Humano resultante de la interacción de esas partes, en un Hombre Universal que pueda haber superado las diferencias existentes hoy? Sí, puede pensarse. De hecho es lo que se ha pensado bajo una u otra forma en las diferentes imperios que han existido. El de Alejandro Magno lo pensó como miembro de la pólis, por cuya causa extendió un dominio de ciudades por todo el territorio que conquistó, muchas de las cuales se llamaron Alejandría. El de Augusto como un estoico que vive en paz perpetua bajo la pax augustea. El catolicismo español como un hombre entendido como persona que había que extender a todo el globo. La Unión soviética como un productor que supera las diferencias de clase y establece la igualdad universal. Y los Estados Unidos actuales como un demócrata de mercado que comercia y vota en todas partes.