Izquierda e Imperio

El proyecto revolucionario no se engendró en el mundo roussoniano habitado por buenos salvajes, desprovistos de tradiciones legales, familiares, políticas, religiosas, etc., sino en un punto del planeta en que había entidades políticas cuyos miembros, pese a ser hombres, igual que los revolucionario franceses, por pertenecer a la especie homo sapiens, eran distintos de ellos por su pertenencia a esas unidades. Luego la revolución, si pretendía lograr sus fines, tenía que aplicar la racionalización analítica también a esas unidades políticas lo mismo que la estaba aplicando en al interior de Francia a los estados, las familias, los estamentos, etc.

El proyecto era doble: había que imponer la igualdad hacia dentro, venciendo las resistencias que muchos franceses estaban dispuestos a oponer, y hacia afuera, venciendo a los ejércitos que las potencias extranjeras estaban preparando en contra de la revolución. A la guerra civil se sumaba la guerra contra el exterior.

Napoleón fue el fruto maduro de esta dialéctica. Él fue el encargado de  impedir que las células libres e iguales del interior se movieran a su antojo y de someter a unos mismos principios a las potencias enemigas. A ello se debieron sin duda alguna sus incursiones por Europa y Egipto. Algunos, queriendo creer que el imperio y la revolución son conceptos contrapuestos, siguen interpretando las campañas napoleónicas como una vuelta a la derecha, siendo así que es precisamente lo contrario: una continuación literal, decidida y eficaz, del primer programa de la izquierda. Pensar lo contrario es pensar según un model alejado de la realidad, casi teológico.

La constitución del año VIII (1799), bajo el consulado de Napoleón, una constitución en la que se inspiraría la de Bayona, fue votada y aprobada por 3.011.107 sufragios frente a 1567. Esa constitución reforzó al estado como única manera de mantener los logros de la revolución. No era una vuelta el Antiguo Régimen. Más atinado es pensar que abría el paso a poderes mucho más terribles, toda vez que ponía en manos del estado la sangre y la hacienda de los ciudadanos, una para nutrir los ejércitos, la otra para pagar los impuestos necesarios para mantenerlos. Luis XIV no habría podido soñar con tanto.

Hacia afuera las campañas de Bonaparte fueron una consolidación del proyecto de la primera izquierda revolucionaria, y un intento de extenderla al menos a Europa, ya que no al mundo entero por medio de la conquista de dos grandes imperios: el español y el ruso. El intento tuvo gran éxito, pese a que el imperio napoleónico fue efímero, en Europa y en América Hispana. La mayoría de estas sociedades, organizadas según los principios del Antiguo Régimen, hubieron de sufrir una metamorfosis que las convirtió en naciones políticas modernas, en sociedades políticas compuestas de ciudadanos libres e iguales. En lo cual tuvo un destacado papel el código civil napoleónico aprobado en Francia en 1804.

Está de más decir que las sociedades metamorfoseadas en naciones políticas eran sociedades preparadas ya para el cambio, como fue el caso de España.

En aquel juego de fuerzas la presión sobre Francia fue irresistible y Napoleón hubo de abdicar. Sobrevivió la monarquía, se iniciaron grandes empresas, empezó a cobrar fuerza un proletariado que habría de ser absorbido por la extrema izquierda cuando ésta apareció, etc.

Cuando la versión bonapartista de la primera izquierda se extinguió, una versión suya encontró su continuación, como izquierda radical, en la III República (1875). Pero para entonces habían aparecido ya otras izquierdas en muchas partes de Europa. Resulta interesante recordar que fuera de Francia el fascismo italiano se consideraba heredero de aquella izquierda. En España obtuvo el poder durante muy poco tiempo en la Primera República. En la Segunda fueron continuadores suyos el partido de Azaña y el primer Lerroux. Estos entendían la República Española como referida a la Nación. Para marcar más aún su identidad con la izquierda primera hicieron que las Cortes Constituyentes, nacidas de las elecciones del 28 de junio de 1931, coincidieran con el 14 de julio, fecha de la toma de la Bastilla. Incluso se había cantado la Marsellesa por las calles de Madrid y Barcelona el 14 de abril.

La unión de estas izquierdas españolas con otras como la CNT, los sindicatos, etc., fue una unión de solidaridad contra los monárquicos. A la primera de cambio la unión se deshizo, lo que prueba que no había una izquierda, sino varias, enfrentadas entre sí. Los anarquistas veían en la República un medio para instaurar el colectivismo, los sindicatos una herramienta para la lucha de clases, los comunistas un paso intermedio para el internacionalismo proletario, los separatistas eran indiferentes ante una España republicana o monárquica, lo que ellos querían era segregarse, etc.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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