La naturaleza en el concepto y en la cosa

Los predicados esenciales que pueden atribuirse a un sujeto conforman su naturaleza real o esencia. Cualesquiera otros que puedan atribuírsele conforman la apariencia del mismo sujeto. La distinción entre realidad y apariencia siempre debe estar presente en la mente del filósofo. Un redondel puede ser grande o pequeño, rojo o de cualquier otro color y estar hecho de madera o metal, pero esto no tendrá importancia para quien se pregunte qué es un círculo, porque entonces sólo contará que es una superficie barrida por un segmento que gira sobre uno de sus extremos. Es decir, sólo se contará con su predicación esencial.

La distinción entre lo real y lo aparente es paralela a la que hay entre lo pensado y lo sentido. Lo segundo sucede en un lugar y un momento dados, en un aquí y ahora, el aquí y el ahora donde vive el animal sensitivo que es cada hombre. Lo primero, por el contrario, parece permanente. Platón llegó a decir que es eterno. La naturaleza de una cosa no pertenece, en efecto, a ningún momento ni lugar. Ser círculo o caballo es siempre lo mismo, independientemente de cómo sean en algún momento un círculo o un caballo particulares. Incluso parece ser lo mismo aunque no haya círculo ni caballo alguno.

Para comprender mejor esto tómense las dos oraciones siguientes:

a) Es la una de la tarde.
b) El triángulo es una superficie limitada por tres líneas.

En seguida se ve que el valor de «es», un presente gramatical aparentemente insignificante, no es el mismo en el primero y el segundo casos. En uno se presenta como algo pasajero y contingente, válido solamente para el instante en que se dice, en el otro tiene un significado intemporal, válido para siempre, lo que se debe al hecho de mencionarse una naturaleza real, que, por serlo, tiene que ser además inmutable.

Algo parecido sucede si se comparan entre sí estas dos proposiciones:

a) El hombre de hoy es un consumista.
b) El hombre es el animal que come pan.

Parece evidente que la primera solamente es válida para un cierto grupo particular de humanos y que lo que dice puede no ocurrir mañana, en tanto que la segunda, enunciada por Hesíodo, parece referirse a algo más estable y universal.

Estas razones y otras parecidas impulsaron a Platón a afirmar que la especie siempre permanece y que el concepto que la representa nos introduce en la eternidad y nos alza del tiempo cambiante en que nos sumerge el animal sensitivo. No se debería, según él, creer que la esencia pertenece al pasado o al futuro, sino a un presente que nunca pasa. De la suma de los ángulos de un triángulo no puede decirse, en efecto, que fue o será equivalente a dos rectos. Lo que es inmóvil solamente es, no ha sido ni será. Es un error transferirlo al tiempo. Todo lo que sucede en éste es una imagen móvil de lo eterno, dice Platón en el Timeo:

 Cuando su padre y progenitor vio que el universo se movía y vivía como imagen generada de los dioses eternos, se alegró y, feliz, tomó la decisión de hacerlo todavía más semejante al modelo. Entonces, como éste es un ser viviente eterno, intentó que este mundo lo fuera también en lo posible. Pero dado que la naturaleza del mundo ideal es sempiterna y esta cualidad no se le puede otorgar completamente a lo generado, procuró realizar una cierta imagen móvil de la eternidad y, al ordenar el cielo, hizo de la eternidad que permanece siempre en un punto una imagen eterna que marchaba según el número, eso que llamamos tiempo. Antes de que se originara el mundo, no existían los días, las noches, los meses ni los años. Por ello, planeó su generación al mismo tiempo que la composición de aquél. Éstas son todas partes del tiempo y el «era» y el «será» son formas devenidas del tiempo que de manera incorrecta aplicamos irreflexivamente al ser eterno. Pues decimos que era, es y será, pero según el razonamiento verdadero sólo le corresponde el «es», y el «era» y el «será» conviene que sean predicados de la generación que procede en el tiempo — pues ambos representan movimientos, pero lo que es siempre idéntico e inmutable no ha de envejecer ni volverse más joven en el tiempo, ni corresponde que haya sido generado, ni esté generado ahora, ni lo sea en el futuro, ni en absoluto nada de cuanto la generación adhiere a los que se mueven en lo sensible, sino que estas especies surgen cuando el tiempo imita la eternidad y gira según el número –y, además, también lo siguiente: lo que ha devenido es devenido, lo que deviene está deviniendo, lo que devendrá es lo que devendrá y el no ser es no ser; nada de esto está expresado con propiedad. (Platón, Timeo)

 Expresar la realidad mediante conceptos adecuados, que son productos mentales elaborados por la acción experimentadora, manipuladora y crítica de individuos capacitados, es, en fin, prescindir del parecer y retener el ser o naturaleza de la cosa.

Esta naturaleza se expresa mentalmente en los conceptos y existe realmente en las cosas que tienen la misma esencia o especie. En ellas se multiplica identificándose con aquello gracias a lo cual cada una es lo que es, algo que nunca pierde, excepto para convertirse en otra cosa, como ocurre a la madera que se quema y ya no es madera, sino humo y ceniza, o al hombre que muere y es cadáver y no hombre. Puede estar, pues, en muchas cosas: el ser del caballo está en todos los caballos, el del hombre en todos los hombres y el del agua en todas las aguas.


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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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