La salud

Dice Dalmacio Negro Pavón en su libro El mito del hombre nuevo (Ediciones Encuentro, Madrid, 2009, páginas 264 y siguientes), que la ideología de la salud pretende conseguir la salvación en este mundo. Sería, pues, una más de las bioideologías que tratan de reemplazar a la religión cristiana, que promete la salvación en el otro.

Esta bioideología está teniendo un éxito indudable, pues por su causa se pueblan de gimnasios las ciudades, se inclinan las gentes por la comida sana y los alimentos naturales, como si hubiera alguno que no se obtenga por medios artificiales, y nadie se olvida de visitar la consulta del médico, no tanto para combatir alguna enfermedad, sino para preservar la salud.

El europeo actual tiene cultura, lee la prensa y cuida su salud, decía Nietzsche con desprecio del tipo humano que él consideraba el último hombre. No obstante, el fenómeno era anterior. Goethe decía en su Viaje a Italia: “tengo por cierto que la humanidad trinfará finalmente (de la naturaleza). Solo temo que al mismo tiempo el mundo se convierta en un gran hospital y cada hombre en el “humano” enfermero del otro hombre”[1]. Ambos anticiparon una sociedad medicalizada. Estamos pagando el progreso de la técnica médica con un mayor control social.

La obligación ética de conservar la salud y la vida se han enseñoreado de muchas conciencias, desplazando o anulando los demás deberes éticos que todos tenemos con nosotros mismos y con los demás. Sucede por querer cambiar la curación del alma por la del cuerpo.

Un proyecto que hacen suyo los partidos políticos, presentándolo con una demagogia compasiva que les procura una buena cantidad de votos, porque ellos proponen a sus seguidores lo que éstos están deseando oír.

La Organización Mundial de la Salud, “el más potente centro difusor de esta bioideología”, no sabe decir qué es la salud, pero sí la enfermedad: “un estado completo de bienestar físico, psicológico y social”. Si ha de cumplir estas tres condiciones, advierte Imre Loeffler con sorna, uno está sano únicamente cuando tiene un orgasmo simultáneo con su pareja. El resto del tiempo, que es casi todo, está enfermo.


[1] Negro, D., op. cit., pág. 265


 

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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