Las instituciones

El carácter heredado y rara vez modificado por los hombres a lo largo de su vida es la primera fuente de sus deseos y, en consecuencia, de sus acciones. Pero no es la única. Si se tuvieran que dejar llevar exclusivamente de los vagos e indefinidos impulsos de que consta cada uno de los mundos internos humanos la vida humana sería imposible, porque, como se ha dicho más arriba, se trata de tendencias que no están ajustadas al medio externo ni a la convivencia de los hombres entre sí. De ahí que necesiten otra fuente de deseos y acciones. Esta segunda fuente es el conjunto de las instituciones sociales.

Las instituciones son poderes de estabilización por medio de los cuales puede soportarse este ser inseguro, inestable y sobrecargado de excitaciones por la naturaleza de su propio organismo. Así tiene una conducta previsible y puede confiar en sí mismo y en los demás. Cada uno halla en las instituciones, más que en el carácter de sus congéneres, las certezas sobre lo que se ha de hacer y no hacer. Le regalan la enorme ventaja de hallar estabilidad en los demás individuos y en su propio interior. Estas cristalizaciones de las formas en que los individuos conviven y colaboran, de las formas en que se manifiesta la autoridad, la producción económica, la organización familiar, las actividades de ocio, las creencias en lo sobrenatural, etc., adquieren autonomía con respecto a las personas, que ingresan en ellas con la conciencia de que son más duraderas que ellas mismas. Esto permite prever la conducta de un ser que, de otro modo sería imprevisible. Basta saber en qué institución social está insertado.

Las instituciones no viven en el exterior, sino en el interior. No son un poder que oprime, sino una fuerza que vivifica. Rigen la conducta humana, dan a los sujetos valores sobre la vida y deseos específicos que ellos prosiguen como suyos, pues dentro de sí los sienten. Es la fuerza suave, pero irresistible, de nuestra especial naturaleza. Suave porque no se ejerce en contra de lo que queremos, sino que es nuestra propia voluntad. Irresistible porque, una vez convertida en nuestra propia voluntad, ¿cómo podría pensarse siquiera en oponerse a ella?

Lo mismo que se observa la importancia del aire cuando falta se observa la de las instituciones cuando, por una catástrofe social, como una guerra civil, se derrumban las estructuras estatales y las organizaciones sociales, las familias se disgregan y dejan de funcionar la propiedad, la ley, la educación institucional, etc. Entonces aparece de inmediato la privación de inseguridad y la desorientación. Los individuos tienen que tomar decisiones a cada paso, se ven obligados a improvisar sin los criterios que el normal funcionamiento institucional les brindaba y aparecen las conductas más extrañas e imprevisibles.


 

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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