Otra vez el antisemitismo

Jorge Semprún en 2009

En el prefacio al libro de Poliakov, Europa suicida, Jorge Semprún comienza diciendo que el antisemitismo no es sólo aberrante, sino el síntoma del Mal absoluto y que hay que extirparlo, sea cual sea el ropaje con que se disfrace. No se trata de un hecho que ya sucedió y que, como otros hechos deleznables de la historia, hay que lamentarlo e ir a otra cosa, dejándolo en el rincón oscuro como algo que pasó porque los antiguos, los nazis, los malvados, cometieron esas atrocidades que nada tienen que ver con nosotros; Auschwitz, que fue espantoso, es cosa del pasado. No existen ya esos tipos antiguos, nazis, malvados, y menos en la izquierda. Nec nominetur inter vos. ¡Ni se le ocurra pensarlo; la izquierda es y siempre será la negación del nazismo!

Pero Semprún, que no está de acuerdo, cita a Adorno: Auschwitz es un hito de la historia universal. Un paradigma de nuestra civilización.

Los que negaron aquella realidad son los llamados negacionistas, un atributo que ahora se aplica a cualquier cosa, lo que indica su desvalorización. Pero los negacionistas no son un problema en comparación con lo que ahora está pasando. Fueron y son seres miserables, pero su influjo es menor. Han mutado. León Poliakov expone un hecho siniestro, repetido: el carácter proteico del antisemitismo.

En Crónicas marcianas presenta Bradbury el negativo de ese ser proteico que es el racismo antijudío. De todos los que habían dejado este planeta turbulento para aposentarse en Marte, nadie había visto nunca un marciano, hasta que apareció uno, hasta que en el mes de agosto se hizo visible a dos viejos que habían perdido a su hijo. Caía la lluvia en los largos canales. Las montañas se alzaban azules en el horizonte. La vieja vio a su hijo. El viejo vio también a su hijo. Después, cada uno de los que lo vieron veían a un ser querido dejado atrás. El marciano adoptaba la figura, la sonrisa, el calor del abrazo del ser querido que había fallecido tiempo atrás.

El negativo siniestro del marciano es el judío para el antisemita. Es la figura odiosa en que cada cual proyecta sus propias pesadillas, miedos y odios. Durante un tiempo fue la idea de que el pueblo judío había matado a Jesús. Luego fue que dominaba las finanzas con el fin de adueñarse de las fortunas de todos y empobrecerlos. Más tarde, cuando vinieron las epidemias medievales, fue el que envenenaba el agua. En el siglo XIX y XX pretendía dominar el mundo, tal como explicaba con detalle un panfleto inmundo, de nombre Los protocolos de los sabios de Sión. También las teorías raciales del XIX y el XX. Hoy se viste ropaje ideológico de izquierda, se declara antisionista y defiende “los derechos del pueblo palestino a poseer su propio Estado”. Pero es el mismo antisemitismo de siempre.

El problema de ser judío no es un problema de los judíos, sino de todos. Estos días lo ha sufrido de forma horrible una niña francesa, por ser judía. En ella han proyectado unos antisemitas su rechazo ancestral del Otro. El Otro es siempre una invención de quienes necesitan trazar un círculo en que sentirse ellos. Un círculo imaginario, falso, que hiede a establo. Es una invención antihumana. El antisemitismo es la “forma más acabada del antihumanismo”, acaba diciendo Semprún.

P. S.: Jorge Semprún fue ministro de cultura entre 1988 y 1991 en un gobierno presidido por Felipe González, secretario general del PSOE.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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