Socialdemocracia nihilista

Ante la euforia de que pueden quizá participar algunos de los que se han alegrado del triunfo del Partido Popular español puede venir bien tomar una cierta distancia para volver a las líneas generales de actuación de los partidos políticos.

No debe olvidarse, por ejemplo, que los instrumentos principales utilizados por la oligarquía para mantenerse en el poder son la coacción y el consenso. Las castas políticas nacidas para dominar el estado-nación surgido del derrumbamiento de las anteriores monarquías han aprendido a utilizarlos con una gran maestría. El consenso se construye sobre el miedo, la propaganda, cuyo poder es hoy mayor que en pasado gracias a los medios de comunicación de masas, y el monopolio del poder que, según se dice, es propiedad del pueblo, de la llamada ciudadanía, pero que en la práctica pertenece en exclusiva a los que se dicen representantes suyos, por más que no existe un solo significado del término “representación” que lo permita.

Los nacionalsocialistas fueron quizá los primeros en hacer uso de estas habilidades, pero se condujeron como el aprendiz de brujo y fueron barridos por la historia. Lo que ahora se sigue llamando socialdemocracia en Europa, comprendiendo ahí al PSOE, aprendió bien la lección y ahora aplica los mismos métodos con más prudencia. Se ha vuelto más sutil. Ya no utiliza la coacción física, que tan malos resultados dio a los totalitarismos nazi y soviético. En su lugar procura dominar las planas conciencias de los ciudadanos-súbditos por medio de llamamientos al pacifismo y procura asimismo encandilarlas por medio de la propaganda.

La propaganda fue un invento de Napoleón que un siglo y medio más tarde depuró Goebbels y que el socialismo utiliza para no perecer, pues necesita sustituir la cientificidad de que antaño hizo gala por algo que penetre en mentes poco o nada habituadas a la crítica racional. En los primeros cincuenta años del siglo XIX esa cientificidad dio a las obras de Marx y Engels un prestigio que hubo de hundirse estrepitosamente cuando la marcha de los acontecimientos del mismo XIX y posteriormente del XX las desmintió rotundamente. A partir de entonces el socialismo debería haber sido visto como lo que realmente es, como un camino perdido de la historia, como tantos otros. Pero pervive en nuestro tiempo, aunque no por su “verdad científica”, sino por su capacidad de engaño.

Era ya una ideología agonizante mucho antes del 11 de noviembre del año 1989. Ese día preciso, el día de la caída del muro berlinés, debería haberse levantado acta definitiva de su defunción, pero no fue así, aunque tampoco se puede decir que haya sobrevivido, porque en el presente es un muerto viviente que se mueve entre nosotros tras haberse transmutado en un extraño y contradictorio sistema de ideas que mezclan el liberalismo, el homosexualismo, el feminismo, el ecologismo, el cosmopolitismo, la bioideología de la salud, el pacifismo, el abortismo, etc. Es una religión nihilista, porque la suma de tales ideas es igual a cero.

Ahora sobrevive como superstición, lo cual es el destino de todas las religiones políticas. Y sobrevive gracias a intereses bien concretos, como la creación de cargos dependientes del dominio que los automentados progresistas mantienen sobre el cine, la televisión, la radio, la prensa y todo el armatoste de producción de dinero de que se ocupan el mal llamado Ministerio de Cultura y todas las consejerías del ramo; de puestos funcionariales diseminados por las administraciones, que han tenido que multiplicarse para intentar saciar una voracidad sin límites, de cargos más o menos legales, de subvenciones, de negocios, etc. Todo ello, claro está, se carga sobre las espaldas del contribuyente, que se resigna a contemplar cómo medran los ineptos.

No se vaya a entender que este progresismo socialdemócrata nihilista es exclusivo de los partidos que se llaman a sí mismos socialistas. Con mayor o menor intensidad porque está presente en todos los partidos.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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