Tiranías revolucionarias

Se dice que las revoluciones son alzamientos contra los tiranos y así se presentan ellas mismas, pero no es verdad. Su triunfo mismo lo prueba. La que logra derrocar a un tirano es porque su poder era débil y nadie llamará tirano a un poder así. Consiguen sobreponerse a Luis XVI de Francia, Nicolás II de Rusia, pero no contra Luis XIV, ni contra Pedro I el Grande de Rusia. Franco murió de vejez y en los cuarenta años que duró su mandato no encontró resistencia alguna que le hiciese correr el riesgo de perderlo. La sublevación post mortem a la que asistimos hoy, cuando han pasado ya más de treinta y cinco años desde su desaparición, es algo ridículo.

El movimiento popular revolucionario no derroca tiranos, sino que los eleva y los pone sobre sí. Henchido de entusiasmo, el movimiento suprime a los peones desgastados del régimen anterior y abre el camino a quien sepa colocarse a su cabeza y encarnar en su persona el entusiasmo revolucionario. ¿Cómo no obedecer a ciegas a alguien así, a alguien que emerge de la ola que todo lo arrasa a su paso? La tiranía de un individuo o un grupo de esos será tanto más completa cuanto mayor sea la destrucción de los poderosos anteriores, porque se le habrá allanado el camino. Para defender su palacio, Luis XVI tuvo que contratar a soldados suizos, a los que no fue luego capaz de darles la orden de atacar al pueblo de París cuando éste se sublevó contra él: “Decidles que no disparen”. Para enfrentarse a toda Europa, los revolucionarios proclamaron el principio de la nación en armas y pusieron en pie de guerra un ejército tras otro reclutando a todos los hombres de Francia. Un poder tan inmenso no estuvo al alcance de ningún monarca en la historia de Europa.

Pese a todo, la Revolución Francesa no fue perfecta porque no llegó a perfeccionar el poder del tirano. Antes que ella, la de Cromwell tampoco lo fue, por el mismo motivo. La única que ha logrado la perfección ha sido la bolchevique.

Es cierto que Cromwell casi hizo tabla rasa de los derechos de propiedad, pero fue solo para entregar la tierra a nuevos propietarios previamente enriquecidos con la Compañía de Indias. Estos llegaron a morar con el tiempo una clase de notables y fueron capaces de frenar el poder estatal. También es cierto que los revolucionarios parisinos destruyeron la nobleza francesa, pero respetaron las propiedades, por lo que se formó también en Francia una clase social de propietarios de capital que impidió la expansión del Estado. En Rusia, por el contrario, la revolución se hizo dueña de todas las formas posibles de propiedad. Pervivió si acaso la de los kulaks, que también fueron aniquilados más tarde. Allí no hubo ningún dique capaz de contener la marea ascendente de la tiranía.

Primero fue Inglaterra, luego Francia, luego Rusia. La tiranía revolucionaria se fue perfeccionando con el tiempo. La última implosionó. Pero las tres muestran el mismo principio: lo que se presenta como liberación de las cadenas es en realidad una forma de fortalecerlas y de sujetar mejor a los hombres suprimiendo todo lo que en la sociedad pueda hacerles frente.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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