Las hijas paren a las madres

El mañana es oscuro como la noche. No es posible decir nada sobre él con conocimiento cierto. Tampoco se puede decir gran cosa del pasado; solo un poco de aquellos hechos que hayan dejado estela sobre la superficie de la mar. Los que no la han dejado no están ante la mirada del navegante y no forman parte del pasado para él. Ello no significa que su mirada no sea objetiva. Todo lo contrario, pues tiene ante ella lo que en el transcurso del tiempo es resultado. Lo demás no cuenta ni puede contar. Si trata de saber algo de ello es por el afán del polimatés, no del filósofo. No se pueden recorrer los documentos antiguos con afán turístico, para decir «yo he estado allí». ¿Qué interés tiene hacer algo así?

Que hay pueblos sin historia es entonces algo de lo que no cabe dudar. ¿Cuál es el resultado presente de la civilización cartaginesa? ¿Y del Imperio Sasánida? En el mar del pasado ha naufragado la mayoría de los pueblos sin que ni siquiera hayan algunos pecios suyos flotando sobre la superficie. La mayoría de las cosas que han sucedido en el mundo no han dejado el más mínimo rastro.

Otros sucesos mucho menos importantes para quienes los contemporáneos que esos otros que se han sumergido bajos las aguas han sido, sin embargo, relevantes para la historia. Cuando se domestica el primer buey no se está poniendo el primer eslabón de una cadena que lleva hasta la carreta. Que la domesticación fuera un eslabón de esa cadena ocurrió porque se inventó la carreta. Y si no se hubiera inventado no sería eslabón ni habría habido cadena alguna. El antecedente es antecedente cuando algo es consecuente, no antes. Son las hijas las que paren a las madres y para conocer a éstas tienen que haber nacido aquéllas. De las que no son madres nada hay que saber.

Solo se sabe que hay estela cuando se ha formado. Las sectas pitagóricas, que se dedicaban al estudio de las matemáticas y prohibían comunicar a otros sus descubrimientos, tienen ahora por herederos a todas las universidades del planeta. Sería ridículo que los griegos actuales, sobre todo los que no saben matemáticas, pretendieran ser los sucesores de aquellos pitagóricos. Más cerca de ellos están seguramente los universitarios de Corea de Sur, cuyos planes de estudios son más eficaces que los de muchos países europeos. Nadie habría pensado tampoco que los constitucionalistas de Cádiz, cercados por las tropas de Napoleón y abandonados a su suerte por casi todos los españoles, estuvieran iniciando una estela de más de veinte naciones que se inspiraron en aquella Constitución de 1812.

Hay pueblos, la mayoría de ellos, sin historia y hay pueblos, una exigua minoría, con ella. En los primeros también pasan cosas, que quizá hagan más felices a sus moradores. Eso no es lo que importa. Lo que importa es que hayan dejado huella en el presente y eso es algo que solo en el presente y no en el pasado, cuando los hechos suceden, puede constatarse. Nadie diga entonces, por muy importante que crea que es el hecho al que esté asistiendo y por muchos seguidores que tenga tras de sí dispuestos a creer lo mismo que él, que «está haciendo historia», pues eso no depende de él ni de nadie, sino que dependerá de que se forme o no una estela que un hombre del futuro pueda ver. La historia es retrospectiva, no prospectiva.

Muchos creen lo contrario porque la han tomado como un sustituto de la Divina Providencia. Siguen creyendo en el Dios de la Historia porque se les ha olvidado creer en Dios. Son muy religiosos estos ateos. Dicen que ingresarán en la Historia, como ingresa el bienaventurado en la salvación. Que están haciendo Historia, que la Historia los juzgará, que con ellos comienza un nuevo tiempo, etc. El Juez Supremo, la vida renacida, el Hombre Nuevo, etc. Todo eso es para ellos la Historia, un dios visible y tangible… para los que han de venir más tarde, es decir, un dios intangible e invisible a fin de cuentas. El cielo de más acá resulta estar más allá incluso para ellos. ¡Cuán piadosos son estos ateos! Tanto que de vez en cuando sale de entre ellos algún mesías encargado de guiar a todos a la Nueva Jerusalén.

Share

Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
Esta entrada fue publicada en Filosofías de (genitivas), Historia. Guarda el enlace permanente.