La iglesia y la religión son también instituciones mundanas y en cuanto tales reciben influjos de otras instituciones y otras creencias, a la vez que influyen sobre ellas. Ambas, religión e iglesia, han adoptado a lo largo de la historia una serie de actitudes, no siempre congruentes entre sí, acerca de lo que los hombres deben ser y hacer. Si no mantuvieran viva la llama de la moral se encerrarían y agostarían en el molde estrecho de las normas rituales.
Esto último es lo que ha sucedido al islam y al judaísmo, dos grandes religiones que en su tiempo fueron vivas y fecundas. Pero la segunda es ahora todavía la religión del Talmud y sus teólogos fueron estrellas apagadas hace más de mil años. Y el impulso que mueve a la primera es más el rechazo de lo ajeno, que no acaba de incorporar a su ser, que una fuerza que procediera de su interior. Esa fuerza se agotó algo más tarde que la del judaísmo. Podría ponérsele una fecha: el año 1195, cuando el califa Yaqub al Mansur cedió a las presiones de los que veían las ciencias profanas, sobre todo la filosofía, como un peligro para la religión, publicó un decreto contra los que se dedicaban a ellas y confinó en la cárcel de Lucena a Averroes, que antes había padecido la suerte de ver cómo se quemaban sus libros en público y se le expulsaba de la mezquita por la acción de un populacho fanatizado.
El cristianismo, por el contrario, sigue vivo y activo, pero a costa de chocar en muchas ocasiones con las normas morales que emanan de otros sectores e incluso de chocar las que emanan de él mismo. No puede suceder de otro modo. Todo impulso tiende a expandirse y en su expansión tiene que encontrarse con otros.
La moral de Lutero no es la misma que la de Santa Teresa de Jesús, la del teólogo de la liberación no equivale a la del creyente liberal, la del cura nacionalista vasco o del cardenal nacionalista catalán son tal vez contrarias a la de otros que no lo son, etc.
La fe cristiana y, sobre todo, la fe cristiana occidental, no se resigna a dejar en manos del Estado, la ley y los movimientos sociales, políticos y económicos las normas que han de regir la vida humana. Hace cuanto puede por no verse reducida a un ritualismo vacío y desvinculado de la acción. Antes al contrario, trata de abarcar al hombre entero, de darle respuestas válidas para cada problema que su vida le presente.
El cristiano sabe que la Biblia contiene la palabra de Dios. Si es protestante, pensará que esa palabra que se le da en los textos sagrados está por encima de toda iglesia. Si es católico creerá que tiene un origen divino, pero que su correcta interpretación corresponde a la iglesia. Puede parecer que este último profesa una doctrina dualista, pero no es así, porque consagra más bien una unidad superior al obtener por ese medio una lectura sistemática, coherente y capaz de responder a las novedades que se producen en la historia.
Una fe vida no puede proponer una moral que se limite a dar soluciones viejas a problemas nuevos. Sería disparatado aplicar hoy al pie de la letra el pasaje del Levítico, 25, 36-37 y convertirlo en deontología de los sistemas financieros:
No tomes interés y usura de él, mas teme a tu Dios, para que tu hermano viva contigo.
No le darás tu dinero a interés, ni tus víveres a ganancia.
En la Sagrada Escritura se encuentra el origen del cristianismo, su núcleo, pero no consiste todo él en esto. Es verdad que la esencia de algo lo comprende, pero no es independiente del curso que ha seguido o haya de seguir en el futuro. En el Nuevo Testamento, por ejemplo, se halla la doctrina de la divinidad de Cristo, pero tuvo que asentarla con su autoridad el Concilio de Nicea el año 325, en contra de Arrio y sus seguidores. ¿No pertenece acaso el Concilio a la esencia del cristianismo?
No se infiere de aquí que cualquier desarrollo es válido y que ha de aceptarse que pertenece a lo principal de la fe, sino que ésta no es un cuerpo cerrado y completo de doctrinas teológicas y morales.
No es correcto, en consecuencia, creer que en el origen del cristianismo se encuentra todo él. Lo que allí se halla es su forma primera. Es lo que sucede con cualquier ser vivo. Una planta es la misma desde que nace hasta que se convierte en árbol frondoso. A cada paso es otra sin dejar de ser ella misma. De otro modo no sería un organismo vivo. Así también en la religión, que habría fenecido si se hubiera anquilosado en su forma original.
La Biblia tiene, según esto, la máxima importancia como fuente de doctrinas morales que pueden servir para guiar a los hombres en cada momento histórico, no como doctrinas ya elaboradas con ese fin. Ha sido preciso, por ejemplo, inventar una teoría moral nueva sobre el terrorismo porque es un delito de una nueva índole. Nadie dudará de que los obispos españoles se han inspirado en los textos sagrados, pero el desarrollo de la teoría que aparece en la Instrucción Pastoral “Valoración moral del terrorismo en España, de sus causas y sus consecuencias”, de noviembre de 2002, es obra suya. ¿Puede decirse por ello que el contenido de esa pastoral no es cristiano?