Del ser y del no ser, y de cómo Parménides impugnó a Heráclito y a la común opinión de los hombres

Parménides, varón de agudo ingenio y no menor severidad en el juzgar, contradijo a los sabios que le precedieron, y entre todos a Heráclito, que afirmaba que todo cuanto es, muda y se transforma. Mas Parménides, buscando asentarse sobre principios firmes e inconcusos, no consintió tal sentencia, pues vio que en ella se encerraba contradicción manifiesta e intolerable al entendimiento recto.

Porque si el ser es mudanza, y mudarse es dejar de ser lo que se es para comenzar a ser lo que no se es, síguese que en todo cambio se da que el ser no es, lo cual repugna al sentido primero y más universal del entendimiento. Si lo que es deja de ser, es porque ya no es; y si comienza a ser otra cosa, es porque antes no era eso otro. De manera que, al admitir el cambio como naturaleza del ser, se afirma a un tiempo que el ser es y no es, lo cual es absurdo y contrario a razón.

Estableció, pues, Parménides un principio segurísimo y sin tacha: que el ser es y no puede no ser, y que el no ser no es y no puede ser. Esta sentencia no puede ser violentada por ninguna hipótesis, pues es fundamento de todo discurrir humano. El pensamiento no puede concebir sino lo que es; y querer pensar el no ser es no pensar en absoluto, pues pensar es pensar algo, y el no ser no es algo, sino nada.

Propuso, pues, tres caminos al entendimiento:

El primero, que es el del ser, afirmando que solo el ser es y puede ser pensado.
El segundo, que es el del no ser, que queda vedado por la misma razón.
El tercero, que pretende juntar el ser con el no ser, lo cual ni la mente ni el habla pueden soportar, pues entre ser y no ser no hay medio ni término intermedio. Tertium non datur, decían los antiguos.

Así, rechazado el tercero por imposible, y el segundo por contradictorio, queda solo el primero como digno de asentimiento.

Parménides razonaba así: si afirmamos que algo no es, no decimos nada inteligible, a no ser que con tal negación señalemos otra afirmación. Decir que algo no es agua, no es vino, no es ave ni número par, no es sino indicar que es tierra, aceite, gato o número impar. Toda negación presupone alguna afirmación. Por tanto, el hablar del no ser no es hablar propiamente, sino abusar del habla; y el pensar en el no ser, no es pensar, sino vaciar el pensamiento de objeto. De ahí que Parménides concluyese: ser y pensar son lo mismo, pues solo lo que es puede ser pensado.

De esto se siguen estas necesarias consecuencias:

Primera. Si se dijere del ser que fue o que será, y no simplemente que es, se estaría admitiendo que hubo tiempo en que no era, o tiempo en que aún no es, lo cual lo hace depender del no ser, lo que ya se vio ser imposible. Luego el ser es sin tiempo, presente eterno, instante que no corre, perfección sin mudanza. El tiempo, propiamente hablando, no le toca.

Segunda. Fuera del ser no puede haber cosa alguna. Si se dijere que hay algo fuera de él, sería o ser o no ser. Si es ser, ya está contenido en él. Si no es ser, entonces no es nada. Luego el ser es único, sin segundo.

Tercera. El cambio se da cuando lo que es se transforma en otro. Pero ¿en qué podría transformarse el ser? ¿En otro ser? No, pues ya es. ¿En no ser? Imposible. Luego el cambio es ilusión, no realidad.

Cuarta. Lo limitado es aquello que halla otro que lo contiene o lo excluye. Pero el ser no puede hallar fuera de sí nada que lo limite, pues nada hay fuera de él. Lo que no es no puede limitar lo que es. Luego el ser es sin límite, entero, perfecto, uno.

De esta manera dejó sentado Parménides, con rigor y sin concesión a los sentidos ni al vulgo, que el ser es eterno, uno, inmóvil e ilimitado. Y, lo que es más, que tales atributos no fueron afirmados a la ventura, sino por vía de reducción al absurdo, mostrando que todo cuanto se niega del ser conduce a contradicción.

Dirá alguno que tal doctrina se aparta de la vida y la experiencia; y así es. Porque, como decía el filósofo, los sentidos engañan, y el común de los hombres, que vive por ellos, ve mil cosas que vienen y van, que nacen y mueren, que mudan sin cesar. Mas esto, para Parménides, no es más que apariencia y confusión. La verdad está fuera del teatro del mundo sensible. Allí todo es mezcla de ser y no ser, de verdad y de engaño. Por eso los hombres, atrapados entre lo que ven y lo que piensan, son como aquellos de dos cabezas, que miran con una a lo contrario de lo que con la otra contemplan.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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