El asno y el galgo

Luego tampoco merece el nombre de libertad el hecho de que haya o deje de haber varias posibilidades entre las cuales poder elegir, porque la existencia de varias posibilidades se parece más a un impedimento que a una ayuda para la voluntad y la acción. Quienes creen esto añaden a veces que las oportunidades deben ser iguales en atractivo, pero tanto en una forma como en la otra, esta noción no puede mantenerse.

Para empezar, la noción de atractivo es engañosa. Contra lo que suele pensarse, la fuerza de atracción no reside únicamente en el objeto. El motivo principal por el que alguien se siente atraído por algo está en él mismo y no en la cosa. Siendo ya un anciano, el rey David dormía con una muchacha de 16 años, pero no para disfrutar de ella, sino para sentir el calor que su cuerpo no podía ya darle. Es seguro que aquella misma muchacha habría tenido atractivo para el rey cuando, siendo joven, llegó al extremo de hacer matar a Urías para apoderarse de Betsabé, su esposa.

Además de esto, nunca pueden darse dos seres iguales en atractivo. Las mujeres y los hombres sólo son iguales ante la ley, porque la ley no siente atracción por nadie, pero para ninguna mujer son iguales todos los hombres ni al revés. Lo mismo sucede en el campo de la política. La ley, que no siente preferencias e inclinaciones por un partido u otro, debido a que es una entidad impersonal que no está dotada de sentimientos ni inclinaciones, debe tener a todos en la misma consideración, es decir, en ninguna, pero los votantes se inclinarán siempre por una u otra opción. La igualdad política es igualdad ante la ley y debe serlo también ante el funcionario que la representa, que por este motivo está obligado a hacer callar sus preferencias individuales, pero es imposible que lo sea para el ciudadano, pues entonces no podría decidirse por un partido frente a otro.

La ley y el funcionario que la aplica no deben estar determinados por una opción u otra. En este punto no deben existir preferencias, por lo que aquí sí es de aplicación la idea de libertad como indeterminación, porque se trata de una entidad abstracta o de un individuo que finge el silencio de sus sentimientos y obra como si no los tuviera.

Pero ningún hombre es así. Ninguno hay que actúe sin estar determinado a hacerlo. Siempre que haya dos o más opciones una de ellas será deseada por encima de las demás y se inclinará por ella si puede. El tener que elegir no será un momento de goce y disfrute, sino más bien de indecisión y fastidio, un obstáculo, pues, en lugar de continuar la trayectoria deseada, el sujeto se verá forzado a explorar las posibles consecuencias de las otras opciones que se le presentan para ver cuál es la que mejor se ajusta al fin que se haya propuesto alcanzar.

Un galgo que persigue a una liebre por un camino sigue su deseo sin trabas y con decisión. Si el camino se cruza con otro habrá tres ramales de los que no tendrá más remedio que seleccionar uno para continuar persiguiendo a la liebre. El animal se detendrá porque ha perdido el rastro. Elegir el mejor camino no será más que desistir momentáneamente de su propósito. Luego el tener que elegir es un impedimento. Si al olfatear el ramal A no detecta el olor de la liebre, probará el B y si tampoco allí lo detecta entonces se lanzará por el C sin pararse a olfatear de nuevo. El deseo necesita siempre un camino por el que desbordarse. Cualquier cosa que lo impida o retrase es una barrera que se le opone.

En el Diccionario apologético de la fe católica se presenta este ejemplo como una argumento esgrimido por los sensualistas a favor de la inteligencia animal, y se supone que el perro habría tenido que hacer un razonamiento como el siguiente:

La liebre que persigo ha debido pasar por uno de estos tres caminos; es así que no ha tomado ninguno de los dos primeros; luego ha debido necesariamente pasar por el tercero. Allá voy, pues, sin más investigaciones ni vacilaciones.

Y si las opciones son idénticas, de tal manera que no es posible decidirse por ninguna, la voluntad caerá en indecisión y no hará nada. Se dice que Juan Buridán, que seguía las doctrinas nominalistas de Guillermo de Occam, propuso la fábula de un asno que, puesto entre dos haces de heno, morirá de hambre porque no podrá decidirse por ninguno. Ello se debería a que la voluntad elige lo que el entendimiento le presenta. Si un bien se presenta como mayor que el otro, la voluntad se inclinará por el primero. Si es el otro el mayor, se decidirá por él. Y si son iguales no podrá decidirse por ninguno.

El ejemplo del asno no se halla en las obras de Buridán, pero sería una demostración por reducción al absurdo de lo que él sí defendió en sus comentarios a la Ética de Aristóteles: que las elecciones vienen determinadas y que cuando no es así no hay decisión ninguna y, en consecuencia, el sujeto queda sumido en la inactividad.

La causa de la elección no puede estar solo en el sujeto –el perro del ejemplo-, sino también en las alternativas entre las que tiene que elegir. El caso del asno de Buridán, un asno motivado por el hambre, dice que si los dos haces de heno le atraen por igual tendrá que morir de hambre por no poder preferir uno sobre el otro. El asno de Buridán demuestra por reducción al absurdo que uno de los haces, pese a que sean exactamente iguales, estén situados a igual distancia, etc., debe tener una fuerza de determinación superior a la del otro, lo que es otra manera de decir que la elección está causalmente determinada. A quien objetara que eso no es propiamente una elección habría que responderle que en la mayor parte de las ocasiones la determinación no se forma por la causa procedente de la vía elegida, sino por la no elegida. Es lo que enseña el caso del galgo, que no optó por el ramal C porque le resultara el mejor, sino porque el A y el B no eran buenos. El galgo tuvo libertad negativa respecto a A y B y libertad positiva respecto a C. Libertad positiva no quiere decir aquí otra cosa que poder o capacidad de lanzarse por aquel ramal del camino. Ese poder puede ser unas veces capacidad física, como muscular y agilidad para perseguir a la liebre, lo que no se da en un galgo cojo o enfermo, otras puede ser capacidad psicológica, o fuerza de carácter, para mantener un plan previamente fijado y resistir otras sugerencias o presiones, y otras, en fin, capacidad social, política, económica, etc.

Un ejemplo de esta última clase de capacidad es, según Gustavo Bueno, la conducta de los berlineses que en 1990, tras la caída del muro, ensalzaron la libertad al son de la Novena Sinfonía de Beethoven. Pedían ausencia de trabas políticas (libertad negativa) para comprar lo que ellos quisieran, por ejemplo, un Volkswagen, porque creían tener capacidad económica (libertad positiva) para hacerlo. Pero muchos no hicieron bien el cálculo, porque se les quitaron las trabas pero siguen sin poder comprar el Volkswagen.

Los casos del asno y el galgo prueban lo mismo, que es necesario sentir deseo o rechazo de algo para moverse y que en caso contrario no se hace nada. También que, lo mismo que los dos animales, la mayoría de los hombres, si no todos, tomamos muchas decisiones porque perseguimos lo que queremos, pero tomamos más todavía porque procuramos evitar lo que no queremos.

(Extraído de Sobre la libertad)

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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