La razón por holización

La racionalización llevada a cabo por la izquierda revolucionaria tuvo y tiene que ver con los todos y las partes. Lo que sucede es que hay diferentes clases de todos y de partes. Un todo se puede descomponer en partes desiguales entre sí. Sucede cuando se piensa en las manos, los pies, el bazo, el hígado, etc. También se puede descomponer en partes iguales, como, por ejemplo, la carne triturada que se utiliza para hacer albóndigas o las moléculas del agua. La primera clase de división puede llamarse anatómica, la segunda atómica.

La segunda es la que nos interesa ahora. Se le llama racionalización por holización (holon = todo) y es la que empezó a poner en práctica la primera izquierda que ha existido, la izquierda revolucionaria francesa que derrocó a Luis XVI y tomó el poder en 1792. La racionalización por holización puede considerarse en su fase analítica o en su fase sintética, según que se asista a la fragmentación de un todo en partes iguales entre sí o a la recomposición del todo con sus características propias, dadas en función de las partículas halladas en la primera fase.

Ésta no es la única clase de racionalización posible, sino solo la que parece que mejor explica la política racional que inició la primera izquierda. No se trata del canon de toda razón, sino de un modelo particular que resulta útil para entender un hecho político que dura ya más de doscientos años.

Un todo puede estar constituido de partes formales o de partes materiales. Los cuatro trozos que resultan de un jarrón que se ha roto son partes formales del mismo, porque conservan su forma y a partir de ella es posible reconstruir el jarrón. Las partículas de polvo resultante de un jarrón que se ha hecho polvo son partes materiales, porque en ellas no se encuentra ya ninguna indicación que sirva para reconstruirlo. Los átomos de hierro o potasio son partes materiales de un organismo, pero las manos, los pies o la cabeza son partes formales por el mismo motivo. A partir de las partes formales de un organismo puede el buen carnicero reconstruirlo entero, según la famosa metáfora de Platón.

Los organismos son prototipos de las totalizaciones que aquí nos interesan, por estar compuestos de células, pero sin que pueda decirse que, aun pudiéndoseles tener por “asociaciones” o “comunidades” de células, han surgido por agregación, “acuerdo” o “contrato” de las mismas. Un organismo humano sería una comunidad celular compuesta de unos setenta y cinco billones de individuos. Teniendo en cuenta que cada dos minutos mueren unos seis mil millones de ellos y tienen que ser reemplazados por otros tantos para mantener el equilibrio, podría definirse el organismo humano como asociación de células, pero la definición no puede conducir a pensar que las células han existido antes que el organismo, que se han unido entre sí para formarlo y que de manera parecida podrían separarse, volverse a unir de otro modo para dar lugar a otro compuesto, etc. En este terreno las partes no son antes que el todo.

Hay que distinguir en todo caso entre la holización analítica, que será siempre una operación de descomposición, y la sintética, que será el momento de la reconstitución del todo original. Solo que habrá ocasiones en que tanto la tarea analítica como la sintética no lleven hasta el último peldaño. En unas ocasiones se detendrá en un escalón y en otras en otro. Otra cosa es comprender dónde se encuentra el último, tanto en el camino analítico como en el sintético.

Es de suponer que el punto extremo del análisis es el individuo humano, pero un individuo material, no formal, un individuo que sea simplemente hombre y no francés, inglés, chileno, etc., un individuo tal que carezca de tradiciones, lengua, costumbres, creencias, es decir, un individuo que no puede existir. El punto extremo del análisis tendría que ser la humanidad en su conjunto, una humanidad que abarcara en un único organismo a todos los humanos, sin distinción de lenguas, creencias religiosas y tradiciones. Parece claro que este polo tampoco puede ser real. Se trata, pues, de dos polos imaginarios, que no pueden lograrse empíricamente. Entre ellos ha de situarse la tarea real del análisis y de la síntesis a que nos venimos refiriendo.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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