Que un zande esgrima su explicación emic de la muerte y que el antropólogo se esfuerce por insertarla en el complejo de ideas, tanto empíricas como no empíricas, de su portador y también en la organización social, política y económica del mismo, no compromete al antropólogo. Es posible comprender que, siendo la brujería hereditaria según la creencia zande, tiene que contribuir al fortalecimiento de los lazos familiares, pues el hijo no podrá acusar al padre de brujería sin estarse denunciado a sí mismo. Tampoco el padre podrá acusar al hijo. Se comprende asimismo que los azande contribuyen poderosamente al fortalecimiento de la estructura política al creer que el oráculo del príncipe ejerce de tribunal de última instancia. Se trata, pues, de creencias muy eficaces para el orden social. Éste podría desintegrarse si aquéllas cambiaran sin ser sustituidas por otras del mismo valor.
El antropólogo que discute de la verdad o falsedad de la creencia de una población dada no se comporta como antropólogo, sino como filósofo. Pero no puede evitar que la simple exposición de tales creencias y de la relación que guardan con otras ideas y con la realidad ponga de relieve la inconsistencia de las mismas.
Ese no es un peligro que haya de tenerse en cuenta aquí. Y para que no haya sorpresas al respecto adelantaré una convicción que juzgo verdadera: lo mismo que fue falsa la teología política del Antiguo Régimen, según la cual Dios daba el poder directamente al monarca, el cual no venía obligado en consecuencia a rendir cuentas de su conducta más que ante el divino tribunal en la otra vida, lo que no impidió que fortaleciera los lazos entre el Trono y el Altar y con ellos la estabilidad política europea durante varios siglos, también es falsa la teología política secularizada del presente, según la cual la soberanía reside en el pueblo y éste la delega en sus representantes, lo que no impide que sea útil para mantener la estabilidad de los regímenes parlamentarios actuales.
Para llevar adelante este propósito, lo mejor es tomar la razón como hilo conductor. No se trata sin embargo de decir qué es la razón, sino de decir qué idea de razón aparece ligada a la creencia de la izquierda revolucionaria del siglo XIII y principios del XIX, idea que no era la de los ideólogos y filósofos del XVII, sino la de las ciencias positivas modernas, la de la astronomía de Copérnico y Kepler, la mecánica de Galileo, la geometría analítica de Descartes, la física de Newton, etc., y, muy en particular, la que pusieron en acción otros científicos que, como Laplace o Lavoisier[1], vivieron directamente el periodo revolucionario. Se trata más de una idea de razón puesta en marcha que de una idea de razón pensada.
La razón puede hacer acto de presencia en las ciencias positivas de dos maneras. Es posible, en primer lugar, considerar un todo, como un organismo, como compuesto de órganos, éstos de tejidos, los tejidos de células, las células de constituyentes menores, como el núcleo, el aparato de Golgi y otros, y éstos de moléculas, las moléculas de átomos, etc., hasta llegar al último reducto de la materia. Dado que esta forma de proceder actúa por análisis, podría llamarse “razón analítica” a la forma de utilizarla. Se entiende que los conjuntos de que se parte son la suma de los componentes y que éstos son anteriores a aquellos: las partes son antes que el todo. Las propiedades y funciones del todo deben entenderse entonces por las propiedades y funciones de las partes. Se puede llegar a considerar incluso que el todo no es real y que sólo lo son las partes.
Pero es posible también operar al revés y pensar que el todo es autónomo y tiene sus propias funciones, que no dependen de las partes. Estas solamente se entenderán entonces por el papel que desempeñan en el mantenimiento del conjunto. Incluso se puede hacer caso omiso de ellas. Si la primera era razón analítica, ésta se puede llamar, por oposición, razón sintética.
El procedimiento analítico es propio de las ciencias llamadas geométrico-materialistas por utilizar la deducción, como en geometría, y aplicarse al estudio de la materia. Estas son ciencias como la física, la química, etc. El procedimiento sintético es propio de las ciencias teleológicas, como la biología. Esta ciencia se inclina casi siempre por el segundo método porque le ofrece las mejores posibilidades para entender su objeto, aunque en ocasiones hace uso del primero, como sucede en genética y en la teoría evolucionista.
Hay quien piensa que esta división de enfoques es temporal y que tarde o temprano se extinguirá el segundo procedimiento, o razón sintética, a favor del segundo, o razón analítica, o, lo que es lo mismo, que las ciencias geométrico-materialistas serán capaces de absorber a las biológicas, pero esa es una posición ontológica que ha brotado del desbordamiento de las pretensiones de las ciencias físicas, un desbordamiento que la misma realidad de las ciencias practicadas actualmente niega de plano. Entre quienes parecen haber defendido esta postura falsa se cuentan Severo Ochoa y R. Dawkings.
Dejando ahora de lado los problemas epistemológicos y ontológicos implicados en estas formas de ejercer la razón, se toma como punto de partida de la relación que cabe establecer entre la izquierda y la razón el hecho de que los revolucionarios se guiaban por ella por ser científicos. Pero no se hace solamente por eso, sino por estar seguros de que la explicación que se estructura sobre este punto de partida es satisfactoria, como habrá de verse.
[1] El caso de Lavoisier, considerado hoy uno de los padres de la química, es importante por ser uno de los mejores exponentes de la puesta en marcha de la razón analítica en un sector hasta entonces no explorado suficientemente, y porque participó activamente de las creencias revolucionarias. Ambas actividades, sin embargo, no le salvaron de la guillotina, a la que fue llevado el 8 de mayo de 1794. El tribunal que lo juzgó no las tuvo en cuenta, antes al contrario, su presidente parece que espetó: “La república no precisa ni científicos ni químicos, no se puede detener la acción de la justicia”. El día 9 del mismo mes dijo Lagrange: “Ha bastado un instante para cortarle la cabeza, pero Francia necesitará un siglo para que aparezca otra que se le pueda comparar”.