Las falacias, llamadas también paralogismos si se deben a ignorancia, falta de luces o dificultad del asunto, y sofismas si nacen de la mala fe o del deseo de engañar, han sido siempre tenidas en poco o abiertamente despreciadas por la lógica. La razón de ello es que desde el punto de vista de la lógica binaria tradicional son razonamientos formalmente falsos, pero aparentemente verdaderos. Juan de Santo Tomás (1589-1647), reputado como el más completo comentarista de Santo Tomás y uno de los más destacados impulsores de la lógica proposicional hasta el siglo XIX, las definió como defectos de la consecuencia y las agrupó en falacias de la dicción y falacias materiales o de la cosa significada.
a) Falacias de la dicción
1. Homonimia o equivocación: es la confusión debida al uso de un solo vocablo con distinta significación, como en “los males son bienes, pues las cosas que deben ser son bienes y los males deben ser”, donde el verbo “deber” indica en un caso que es deseable moralmente que existan bienes y en otro que es inevitable que existan males.
2. Anfibología: es el sentido ambiguo producido por la unión de palabras que tienen un sentido preciso cuando están separadas, como en “amor fue el hijo primero que tuvo naturaleza” (Lope de Vega, La boba para los otros y discreta para sí), donde no se sabe si el amor fue el primer ser que engendró la madre naturaleza o si fue el primer hijo –de la naturaleza o de quien fuere– que tuvo ser , es decir, que poseyó una naturaleza determinada.
3. Falsa conjunción: consiste en afirmar reunidas cosas que no tienen sentido si no es separadas, como en “dos y tres son par e impar, ahora bien, dos y tres son cinco, luego cinco son par e impar”. La conjunción de la primera premisa no puede significar que el dos y el tres son par e impar ambos. Por haberse deslizado esa confusión se extrae después una conclusión disparatada.
4. Falsa disyunción: es afirmar separadas cosas que no tienen sentido más que cuando van juntas, como en “es imposible que ande quien está sentado, Tomás está sentado, luego es imposible que Tomás ande”. La primera premisa sólo es verdadera si se entiende que es imposible andar y estar sentado a la vez. Si ambas expresiones conservan el significado que se seguía de su unión, a saber, la imposibilidad de andar, es inevitable que surja el malentendido.
b) Falacias materiales o de la cosa significada
1. De accidente: adscribir el atributo esencial de un ser a cada uno de sus accidentes, como en “si Corisco es otra cosa que un hombre entonces es distinto de sí, pues Corisco es un hombre”. El que sea hombre no le impide ser también moreno, bajo, bizco…, sin dejar por ello de ser hombre.
2. Confusión de lo relativo con lo absoluto: extraer de algo que se usa en sentido restringido una conclusión universal, como en “es lícito matar en defensa propia, luego es lícito matar”. La generalización de la conclusión no tiene fundamento, pues la premisa de la que parte es particular.
3. Ignorancia de la tesis cuestionada o ignoratio elenchi: tomar como opuestas cosas que no lo son, como en “la casa está cerrada durante la noche, y no está cerrada durante el día; luego está cerrada y no está cerrada”. La conclusión se desentiende de la premisa y se pone a hablar de otra cosa.
4. Petición de principio o círculo vicioso: tomar un enunciado no evidente como prueba de sí mismo, si bien bajo otros vocablos, como en “ando averiguando cuál fue primero, la mentira o el sastre, porque si la mentira fue primero, ¿quién la pudo decir si no había sastres? Y si fueron primero los sastres, ¿cómo pudo haber sastres sin mentir?” (Quevedo, Los sueños…) La circularidad consiste en identificar sastre y mentira.
5. Confusión de la causa con lo que no es causa: relacionar como causa y efecto cosas que nada tienen que ver entre sí, como en “si no hubiera tiempo alguno no habría noche, si no hubiera noche habría día, si hubiera día habría algún tiempo, luego si no hubiera tiempo alguno habría algún tiempo”.
6. De (negación del) antecedente: creer que porque una cosa se sigue de otra no sucederá aquélla si ésta no se da, como en “si ando estoy en movimiento; no ando; luego no estoy en movimiento”. Se olvida que la condición expresada en el antecedente es suficiente y no necesaria para que suceda lo dicho en el consecuente.
7. De (afirmación del) consecuente: creer que porque una cosa se sigue de otra, esta última es verdadera porque aquélla lo es, como en “si corro me canso; estoy cansado; luego he corrido”. No es verdad, pues puede estar cansado por otros motivos.
8. De la múltiple interrogación: reunir varias preguntas en una sola, de manera que no es posible dar una respuesta uniforme, como en “¿son buenos o malos los vicios y las virtudes?”. Una pregunta de esta índole no tiene respuesta.
9. Ad baculum: apelar a la fuerza como razón concluyente para establecer una verdad.
10. Ad hominem: pretender refutar una opinión censurando a quien la sostiene.
11. Ad populum: invocar hechos o circunstancias que exciten los sentimientos del auditorio para que adopte el punto de vista del hablante en lugar de aportar razones.
12. Ad verecundiam, o apelación a la autoridad: recurrir al sentimiento de respeto que se tiene por una autoridad para conseguir el asentimiento. No sería raro encontrar ensartadas las cuatro últimas en una sola frase: “Como sigas por ahí te vas a enterar (ad baculum), reacionario, que eres un reaccionario (ad hominem). Nadie con dos dedos de frente piensa esas cosas que piensas tú (ad verecundiam). Y no es que lo diga yo, lo dice todo el mundo (ad populum).
13. Ad ignorantiam: pretender que algo es verdadero porque no se ha probado que es falso. “¿Que no existen extraterrestres? Pruébalo. ¿Que no puedes? Entonces has de admitir que existen”.
14. Tu quoque, o “tú también”: devolver la acusación al acusador en lugar de dar argumentos. “¿Cómo voy a dejar de fumar si mi médico no lo hace?”