Regímenes políticos de Atenas

El arcontado

Un recorrido por los regímenes políticos de Atenas es sumamente instructivo para comprender algo de la esencia de lo político. Se comienza por el arcontado.

Egeo, el noveno rey de Atenas, vio correr sus años a lo largo del siglo XIII a. C. Fueron sus padres Pandión II y Pilia. Él mismo, pese a haber desposado a varias mujeres, no lograba tener descendencia, por lo que se desplazó a Delfos con el fin de inquirir la causa a Apolo. Éste respondió:

-No abras la boca de tu odre de vino hasta que llegues a Atenas.

Egeo no comprendió el oráculo, pero sí Piteo, en cuya casa se hospedó a la vuelta de Delfos. Éste supo que su huésped tendría un hijo de la primera mujer con quien se uniera después de consultar al dios, por lo que, tras lograr que se emborrachara, hizo que pasara la noche con su hija Etra.

Un tiempo más tarde Egeo dio cobijo en Atenas a Medea, que había asesinado a sus propios hijos en venganza por la traición de su marido y padre de los mismos, Jasón. Medea había prometido descendencia al rey y así sucedió, pues de ambos nació un hijo, de nombre Medo.

Pero Etra también había concebido un niño la noche que siguió al oráculo y le llamó Teseo. Éste se presentó en casa de su padre y Medea trató de matarlo, pero no lo consiguió, porque Egeo reconoció a su hijo por una espada y unas sandalias que había entregado a Etra para que, si de su unión resultaba algún fruto, se le presentasen como señal del mismo.

Sisyphus Painter. Llegada o despedida de un joven guerrrero (tal vez Teseo, cuya espada reconoce su padre Egeo). British Museum. Fotografía der Marie-Lan Nguyen (User:Jastrow), 2007

Teseo llegó cuando su padre tenía más necesidad de ayuda, pues eran los días en que se veía forzado a hacer frente a los cincuenta hijos de Palante, que le disputaban el trono. Los Palántidas fueron vencidos y se restableció la paz, pero un nuevo infortunio vino a caer sobre la ciudad debido a que la muerte de Androgeo, el hijo de Minos y Pasífae, la misma mujer que se había enamorado locamente de un toro y había concebido de su unión carnal con él al Minotauro, se atribuyó a Teseo y por causa de ello el rey de Creta exigió el pago de un impuesto anual de siete doncellas y siete mancebos, que debían ser entregados al Minotauro en su laberinto.

Teseo se ofreció para matar al monstruo. Convino con su padre una señal: el barco que le trajera de vuelta mostraría una vela blanca en señal de triunfo y negra en señal de derrota. El joven mató al Minotauro, pero los marinos desplegaron por error la vela negra y su padre, desesperado, se arrojó al mar. Desde entonces ese mar se llama Egeo. Hoy surcan sus aguas los barcos de una floreciente industria turística y sus pasajeros oyen estas historias para distraerse.

Teseo heredó el trono, liberó su territorio de bandidos y monstruos y lo engrandeció llevando sus fronteras hasta Corinto. Fue incluso el forjador de los estamentos políticos que con el correr de los años habrían de dar lugar a la democracia. Hasta entonces los habitantes del Ática estaban distribuidos en pequeños grupos políticos, oikoi, organizados en torno a nobles terratenientes. Teseo unificó los oikoi y fundó una sola boulé, o asamblea, y un solo pritaneo, o gobierno. Ambas instituciones estaban dirigidas por arcontes. Por esto se ha pensado siempre que Teseo fue el fundador del arcontado.

El último de los arcontes que todavía llevó el nombre de rey fue Codro. La ciudad se llamaba todavía Cecropia, por el primero de sus reyes, Cécrope, que había reinado en el siglo XVI a. C. El cambio de nombre le vino después de una disputa entre Poseidón y Atenea. No poniéndose de acuerdo ambos dioses, decidieron elegir al rey como árbitro.

Para convencer a Codro de que la ciudad debía llamarse Poseidonia, el dios del mar clavó su tridente en el suelo y allí mismo brotó una fuente. La diosa arrojó su lanza y en el lugar en que quedó clavada brotó un olivo. Codro sintió sed y bebió de la fuente, pero encontró que el agua estaba salada, por lo que eligió el olivo. Desde aquel día la ciudad se llama Atenas. También es desde entonces una ciudad con muy escasos recursos de agua, debido a que Poseidón sigue ofendido.

Durante su reinado la ciudad fue atacada por invasores dorios. Sabiendo Codro que, según un oráculo, obtendría la victoria el pueblo cuyo rey muriera en el combate, se introdujo disfrazado en los campamentos de los enemigos para que éstos lo mataran, como así sucedió. Conmovidos por este hecho, los atenienses proclamaron que sólo Zeus podía ser más grande en virtud que Codro y que sólo éste o sus hijos eran dignos de poseer el título de arcontes de Atenas. Por esto solo estuvieron dispuestos a nombrar a Medonte, su hijo, para esta dignidad, originándose así la monarquía hereditaria.

Todos los reyes de Atenas fueron grandes en merecimiento y virtud. No otro era el fundamento de su gobierno, según Aristóteles. También lo fue, según él, de la aristocracia:

El reinado, repito, se clasifica al lado de la aristocracia, en cuanto es, como ésta, el premio de la consideración personal, de una virtud eminente, del nacimiento, de grandes servicios hechos o de todas estas circunstancias unidas a la capacidad. Todos los que han hecho grandes servicios a las ciudades y a los pueblos, o que eran bastante poderosos para poder hacerlos, han obtenido esta alta distinción: los unos por haber evitado con sus victorias que el pueblo cayera en esclavitud, como Codro. (Aristóteles, Política, cap. VIII)

El arcontado fue al principio decenal, luego anual y, por último, se repartió entre nueve arcontes, que llevaban los nombres de epónimo, el que daba el nombre al año, polemarco, el general en jefe de las tropas, basiléus, el juez de los asuntos religiosos. Los restantes eran los tesmoteta, cuya misión era registrar las leyes nuevas.

La monarquía gozó de estima entre los atenienses por motivos míticos o religiosos. Todo poder los necesita. La diferencia es que el mito era poético en los antiguos siglos griegos, en tanto que hoy es prosaico.

Con todo, está escrito con letra indeleble en el alma de los hombres que éstos se duelen del mal y se cansan del bien y que por este motivo están siempre queriendo cambiar el orden establecido. Debido a esto, la monarquía hubo de ser reemplazada por otro régimen, en lo que, como suele acontecer, tuvieron parte importante las gentes del pueblo llano, en quienes reside la auténtica fuerza, de lo cual es una prueba la discusión que mantuvieron Calicles y Sócrates en el Gorgias de Platón.

El poder de las mayorías

Calicles defiende que el mejor es el poderoso. Sócrates encuentra que entonces la multitud sería mejor, pues ella es sin disputa más poderosa que un solo hombre. Apoyados en groseras razones que el propio Calicles niega en este diálogo, muchos piensan hoy que la mayoría popular es por excelencia más noble, excelente y buena. Pero esto no puede sostenerse. La verdad de la cosa está en que las minorías no poseen la fuerza, sino que se enseñorean de la opinión y así consiguen que les obedezcan las mayorías:

Sócrates.- Pero ¿llamas tú a la misma persona indistintamente mejor y más poderosa? Pues tampoco antes pude entender qué decías realmente. ¿Acaso llamas más poderosos a los más fuertes, y es preciso que los débiles obedezcan al más fuerte, según me parece que manifestabas al decir que las grandes ciudades atacan a las pequeñas con arreglo a la ley de la naturaleza, porque son más poderosas y más fuertes, convencido de que son la misma cosa más poderoso, más fuerte y mejor, o bien es posible ser mejor y, al mismo tiempo, menos poderoso y más débil, o, por otra parte, ser más poderoso, pero ser peor, o bien es la misma definición la de mejor y mas poderoso? Explícame con claridad esto. ¿Es una misma cosa, o son todas distintas más poderoso, mejor y más fuerte?

Calicles.- Pues bien, te digo claramente que son la misma cosa.

Sóc.- ¿No es cierto que la multitud es, por naturaleza, más poderosa que un solo hombre? Sin duda ella le impone las leyes, como tú decías ahora.

Cal.- ¿Cómo no?

Sóc.- Entonces las leyes de la multitud son las de los más poderosos.

Cal.- Sin duda.

Sóc.- ¿No son también las de los mejores? Pues los más poderosos son, en cierto modo, los mejores, según tú dices.

Cal.- Sí.

Sóc.- ¿No son las leyes de éstos bellas por naturaleza, puesto que son ellos más poderosos?

Cal.- Sí.

Sóc.- Así pues, ¿no cree la multitud, como tú decías ahora, que lo justo es conservar la igualdad y que es más vergonzoso cometer injusticia que recibirla? ¿Es así o no? Y procura no ser atrapado aquí tú también por vergüenza. ¿Cree o no cree la multitud que lo justo es conservar la igualdad y no poseer uno más que los demás, y que es más vergonzoso cometer injusticia que recibirla? No te niegues a contestarme a esto, Calicles, a fin de que, si estás de acuerdo conmigo, mi opinión quede respaldada ya por ti, puesto que la comparte un hombre capaz de discernir.

Cal.- Pues bien, la multitud piensa así.

Sóc.- Luego no sólo por ley es más vergonzoso cometer injusticia que recibirla y se estima justo conservar la igualdad, sino también por naturaleza. Por consiguiente, es muy posible que no dijeras la verdad en tus anteriores palabras, ni que me acusaras con razón, al decir que son cosas contrarias la ley y la naturaleza y que, al conocer yo esta oposición, obro de mala fe en las conversaciones y si alguien habla con arreglo a la naturaleza lo refiero a la ley, y si habla con arreglo a la ley lo refiero a la naturaleza.

Cal.- Este hombre no dejará de decir tonterías. Dime, Sócrates, ¿no te avergüenzas a tu edad de andar a la caza de palabras y de considerar como un hallazgo el que alguien se equivoque en un vocablo? En efecto, ¿crees que yo digo que ser más poderoso es distinto de ser mejor? ¿No te estoy diciendo hace tiempo que para mí es lo mismo mejor y más poderoso? ¿O crees que digo que, si se reúne una chusma de esclavos y de gentes de todas clases, sin ningún valer, excepto quizá ser más fuertes de cuerpo, y dicen algo, esto es ley?

Sóc.- Bien, sapientísimo Calicles; ¿es eso lo que dices?

Cal.- Exactamente. (Platón, Gorgias, 488 c – 489 c)

Aristocracia y timocracia

Sumergidos en nuestros propios mitos, no vislumbramos la valía de los ajenos, cuando tanto los nuestros como los de ellos sirven para conformar esa opinión que ha de ser la norma de la conducta de las mayorías.

El oráculo de Delfos, las hazañas de Teseo, la muerte de Codro… eran los mitos que envolvían a los griegos. Ellos los veían no solo como verdaderos, sino como origen de sus instituciones más preciadas. Con su hilo se había tejido la trama del arcontado y la monarquía, como queda dicho. Era un entrelazamiento de creencias religiosas y organizaciones políticas que explica por qué los atenienses posteriores mostraran veneración por aquellas primeras formas de gobierno.

Tan buena memoria guardaban de ellas que la aristocracia que vino después hubo de recurrir a su prestigio para justificar su control de la sociedad. La primera aristocracia ateniense hundía su raíz en la posesión de la tierra. La tierra llevaba consigo derechos y deberes como la administración de justicia, la defensa frente a agresiones externas y otras prestaciones. En torno a esos derechos y deberes de los que era portador el noble terrateniente se organizaba el mundo social

Pero al lado de éste surgió otra aristocracia, la del dinero procedente del comercio. Era una clase social desarraigada del suelo y libre de las obligaciones que pesaban sobre la aristocracia. Con ella se introdujo el desequilibrio en la sociedad ateniense. Trajo, por ejemplo, la usura y ésta creció tanto que los deudores llegaron al punto de verse obligados a pagar las cinco sextas partes de su trabajo para devolver sus deudas so pena de ser vendidos como esclavos si no lo hacían. Los disturbios no tardaron en aparecer y hubo que reformar el gobierno ateniense. De ello se encargó Dracón en el año 621 a. d. J., promulgando nuevas leyes, que resultaron tan severas que hubieron de ser abolidas en poco tiempo.

Volvieron los disturbios. El pueblo exigía que se repartieran las propiedades, la nobleza se oponía con todas sus fuerzas y la guerra se aproximaba cada vez más. El año 594 se nombró arconte con poderes dictatoriales a Solón para que actuara como mediador y resolviera los conflictos. Su acción fue acertada. Se ganó las simpatías del pueblo  tras su victoria sobre Megárida. Anuló las deudas injustas, prohibió vender como esclavos a los insolventes y reformó la Constitución de los atenienses.

En Atenas había tres clases de hombres: los libres, los esclavos y los metecos. Los primeros se dividían en nobles o eupátridas, labradores y artesanos. Inicialmente sólo los primeros participaban en el gobierno de la ciudad, después fueron admitidos los que entre ellos contaban con una renta de 500 medimnos de trigo o cebada, más tarde los que contaban con una de 300, después los de 200. Solón estableció una división del pueblo en cuatro clases según la riqueza, conservó los nueve arcontes y creó un Consejo (boulé) de 400 hombres mayores de 30 años. Los arcontes debían ser extraídos de las dos clases superiores y los miembros de la boulé de las tres. Creó asimismo la asamblea popular (ekklesía), a la que pertenecían todos los ciudadanos mayores de 20 años, y el Areópago, un tribunal superior formado por los antiguos arcontes.

En tiempo de guerra todos los ciudadanos debían prestar servicio de armas hasta los sesenta años. Los de las tres primeras clases iban como hoplitas, los de la última como infantería ligera. En tiempo de paz solamente prestaban servicio de armas durante dos años, el primero para recibir instrucción militar y el segundo para prestar servicio en alguna de las fortalezas de Atenas.

La enseñanza que puede extraerse de estas transformaciones es que las gentes se rebelan contra el orden establecido bien en defensa de la igualdad si creen que son iguales que los que les oprimen o bien en defensa de la desigualdad si creen que son superiores a otros y que no se les reconoce su valía. Esta causa general explica por qué los atenienses abandonaron el arcontado y cayeron en la aristocracia, cuando los miembros de esta clase dieron en pensar que ellos no eran inferiores al propio rey, por qué los nobles poseedores del dinero no sufrieron la primacía de los aristócratas poseedores del suelo y por qué el pueblo llano no permitió a la larga que nadie sobresaliera por encima de él. Así fue como Atenas recorrió el camino que va de la monarquía a la aristocracia, de ésta a la timocracia, de la timocracia a la tiranía y luego a la democracia, que con facilidad se tornó en una forma más de tiranía.

La tiranía

Una vez que introdujo una serie importante de reformas, Solón, en lugar de aprovecharse de su prestigio y su posición para medrar, abandonó el poder. Pero los disturbios no tardaron en aparecer de nuevo. Nacieron tras facciones, capitaneadas por nobles; cada una de ellas pretendía dominar a las otras dos.

Corría el año 560 a. d. J. Pisístrato, que era pariente de Solón y pertenecía a la nobleza, consiguió ponerse al frente del partido de los más pobres y, gracias al apoyo de éstos y a algunas estratagemas que él urdió, implantó la tiranía en Atenas, lo que no significaba entonces que impusiera un gobierno cruel, sino que ocupaba el poder sin corresponderle según la ley.

El mismo tipo de régimen había florecido en otras ciudades, como Corinto y Megara, y posteriormente en Siracusa. En todas ellas había dado el mismo fruto que dio el de Pisístrato en Atenas. Este favoreció a los campesinos confiscando las tierras de los nobles derrotados y entregándoselas a ellos, renovó la moneda, ordenando que representara a Atenea y a la lechuza, emprendió grandes construcciones públicas, como la del Partenón, el templo de Zeus y la columnata de la Acrópolis, con las que dar trabajo e ingresos a los que lo habían alzado hasta el poder, instauró las fiestas Panateneas, etc., y no cambió las leyes de Solón. Era generoso y perdonaba con facilidad las ofensas, daba a los labradores necesitados lo que exigía su tarea, entabló relaciones políticas con otras naciones helénicas, llamó a su corte a muchos poetas y artistas para embellecer la ciudad, etc. Atenas vivió durante su mandato una época de esplendor. Según comenta Aristóteles, supo hacer uso de los medios necesarios para mantener una tiranía.

Pero, como también dictaminó Aristóteles para toda tiranía, la de Pisístrato no fue duradera. A su muerte, le sucedieron sus dos hijos, Hipias e Hiparco, hombres de costumbres depravadas y licenciosas que no estuvieron a la altura que su función requería. El oráculo de Delfos no cesaba de repetir a cuantos iban a consultarlo que había que destituirlos. Harmodio y Aristogitón asesinaron a Hiparco en un solemne ritual de las fiestas Panateneas. Hipias, atacado por sus cada vez más numerosos detractores, escapó a Persia, donde se dedicó a intrigar contra su patria, dando con ello pruebas de su carácter miserable.

Así recorrió Atenas el camino que lleva a la tiranía.

La democracia real

Tras la muerte de los hijos de Pisístrato volvió a estallar la división social. Los nobles, separados en facciones contrarias, luchaban entre sí, hasta que uno de ellos, Clístenes, comprendiendo que no podía vencer de otra manera a sus enemigos, decidió, como Pisístrato antes que él, ponerse a la cabeza del pueblo y darle una constitución más acorde con sus exigencias que la de Solón. Esto sucedió entre los años 510 y 507. Sus disposiciones procuraban confundir a todas las clases sociales, que dejaron de estar divididas según sus rentas y se dividieron en tribus o demos. Las instituciones de aquella democracia fueron, en esencia, las siguientes:

  1. La Asamblea o ekklesía.- Todos los ciudadanos varones mayores de 20 años constituían la Asamblea, que era directa y no representativa, y se reunía diez veces al año de modo regular y de manera extraordinaria a requerimientos del Consejo. Los actos de esta Asamblea eran similares a los de nuestros Parlamentos cuando dictan leyes. No se discutía la política a seguir en casos concretos ni las medidas adoptadas por el cuerpo ejecutivo de la ciudad. La originalidad de esta Asamblea radica en que las decisiones políticas eran tomadas por todos los ciudadanos, que votaban a mano alzada en ella. Solamente eran ciudadanos los varones adultos. Las mujeres y los esclavos carecían de derechos políticos. No debe olvidarse que la mitad de la población o más estaba compuesta de esclavos.
  2. El Consejo de los Quinientos o boulé.- Era el órgano ejecutivo central del gobierno y tenía un control absoluto de la hacienda, la administración de la propiedad pública y los impuestos. También controlaba la flota y sus arsenales y había una multitud de comisiones y cuerpos de funcionarios que dependían de él. Cada una de las diez tribus, o demos, en que se dividía la población proporcionaba 50 hombres para su composición, pero sólo se podía ser miembro de este cuerpo dos veces en la vida. Como el número de 500 era muy elevado para tratar los asuntos, se reducía su tamaño mediante la rotación en los cargos, lo que daba lugar a un comité ejecutivo, el pritaneo.
  3. El pritaneo.- Los cincuenta de cada tribu actuaban durante la décima parte del plazo anual de ejercicio del cargo, es decir, cada 36 días. Ese comité de cincuenta, más un consejero por cada una de las tribus restantes, lo que daba un total de 59, tenía el control real y tramitaba los asuntos en nombre de todo el Consejo. Se escogía por sorteo, entre los cincuenta de turno, un presidente, o epistades, para cada día. Sólo se podía ser epistades una vez en la vida. El procedimiento de hacer depender todos los cargos, incluido el de presidente, del sorteo tenía el fin de evitar la aparición de grupos y partidos políticos interesados, así como el de evitar el surgimiento de nuevos tiranos.
  4. Los tribunales.- Junto con el Consejo de los Quinientos, eran los cuerpos gobernantes verdaderamente esenciales de la democracia ateniense. Eran la clave de todo el sistema. Sus miembros eran también nombrados por las tribus, en número de 6.000 ciudadanos cada año. Se les designaba por sorteo para los distintos tribunales y casos judiciales. Todo ciudadano ateniense de 30 años de edad podía ser nombrado. Los tribunales se componían de varios centenares de personas: entre 201 y 501, a veces incluso más. Los jueces eran también jurados. Las partes litigantes estaban obligadas a defender personalmente sus posiciones. El tribunal se limitaba a votar: primero sobre la culpa y después sobre la pena. No había posibilidad de recurrir una sentencia, pues se pensaba que actuaban en nombre de todo el pueblo, cuyas decisiones se estimaban inapelables. Sus poderes no eran sólo judiciales, sino también ejecutivos y legislativos. Controlaban leyes y magistrados. El control sobre los segundos se conseguía de tres modos:
    1. Poder de examen, que consistía en la posibilidad de entablar un proceso de recusación contra un candidato que no considerasen apto para un cargo. La elección de magistrados por sorteo dependía del azar menos de lo que podría parecer.
    2. Poder de revisión de los actos de un funcionario una vez que concluía su mandato.
    3. Auditoría especial de cuentas y revisión del manejo de los dineros públicos. Podía aplicarse contra cualquier ciudadano que hubiera desempeñado un cargo.
  5. Control de las leyes, que era tal que un tribunal podía anular cualquier de ellas si descubría que era contraria a la norma fundamental. Se juzgaba a las leyes como a las personas.
  6. El ejército.- La organización de la población en tribus se transfirió al ejército. En lugar del polemarco, que hasta entonces había detentado el mando sobre el ejército, éste se transfirió a diez generales, o estrategas, por elección popular, no por sorteo. El sorteo parece que se reservaba para cargos menores, sobre todo para aquellos que no fueran militares. Cada tribu proporcionaba un regimiento de soldados para el combate, comandado por un estratega, lo que arrojaba la cifra de diez regimientos a las órdenes de diez generales. Al mando de todos ellos estaba el arconte polemarco. Los generales eran seleccionados por elección directa, no por sorteo, y, a diferencia del resto de los cargos, eran reelegibles y no estaban sujetos a inspección como el resto de los magistrados.
  7. El ostracismo.- Para cerrar la puerta a la tiranía, Clístenes estableció este postrer procedimiento, que permitía sustraer de la vida política a cualquier ciudadano que estuviera adquiriendo más prestigio del corriente, ya fuera por su hacienda, sus hazañas guerreras o sus virtudes cívicas. Cada año, en la asamblea principal de la sexta división conciliar del año, se decidía si se quería condenar a alguien al ostracismo. Cada ciudadano escribía entonces en un ostrakon (trozo de cerámica) el nombre del individuo al que quería expulsar de la ciudad. No había debate. El voto era secreto. El quorum tenía que ser de 6.000 votantes. El individuo que recibía más votos debía exiliarse por diez años de la ciudad, pero no perdía sus derechos de ciudadanía ni de propiedad.

Democracia esclavista

La democracia ateniense era realmente el gobierno directo del pueblo, luego era una democracia real, si se atiene uno al significado del nombre: demos, o pueblo, y kratía, o gobierno. Habría que decir, sin embargo, que el gobierno correspondía a los demoi –plural de demos-, que eran las circunscripciones administrativas establecidas por Clístenes. Había diez, como se ha indicado.

Pero no todos los habitantes de Atenas estaban encuadrados en algún demos. No todos eran ciudadanos, miembros de la pólis, ni participaban en el gobierno. En tiempos de Pisístrato se calcula que en Atenas había ciento diez mil esclavos, unos cuarenta mil metecos y veinte mil ciudadanos. Los esclavos, los metecos, las mujeres y los menores de dieciocho o veinte años –según las fechas-, quedaban excluidos. Luego la democracia era en realidad una oligarquía que se había alzados sobre la mayoría de la población. Los asuntos del gobierno eran controlados por unos siete u ocho mil hombres varones libres mayores de edad y nacidos en Atenas.

La totalidad del pueblo, de los demoi, tomaba, sí, las decisiones políticas, pero era una totalidad muy restringida. Además, atendiendo al hecho de que las clases de los propietarios se quejaban de que la democracia era en realidad el dominio de los pobres sobre los ricos, hay que entender que así era de hecho, como hace notar Aristóteles en su Política. Hay que entender, en consecuencia, que la democracia fue antes que nada un freno a las pretensiones de los ricos para explotar a los pobres. Ahora bien, una sociedad que protege a sus clases bajas del poder de los ricos es una sociedad que se las tiene que arreglar como puede para explotar el trabajo de otras clases sociales. Puesto que no se podía explotar más allá de ciertos límites a los metecos, que eran hombres libres, aunque extranjeros, había que explotar entonces a los esclavos, que no tenían ningún derecho. De aquí se sigue que la esclavitud se desarrolló durante el periodo democrático más que en cualquier otro, y que no era un suceso accidental, sino una consecuencia necesaria del sistema. Si no se puede explotar a los ciudadanos libres, porque están protegidos por leyes que ellos mismos promueven y aprueban en la Asamblea, no queda más remedio que explotar a los esclavos, que no pueden hacer nada para defenderse. Esto explica la paradoja de que en Atenas había más esclavitud cuanta más libertad había. De ello hay un excelente estudio realizado por un gran historiador marxista, G. E. M. de Sainte Croix. El título de la obra es La lucha de clases en el mundo griego antiguo.

El propósito fundamental de los demócratas era, en efecto, que su sociedad alcanzara las libertades mayores. Que ello trajera consigo una mayor esclavitud no debió preocuparles demasiado, pues la esclavitud les pareció a ellos tan imprescindible como a todas las clases y estamentos del mundo antiguo.

Luego la única democracia real de que tenemos noticia fue una democracia esclavista, lo cual significa que sin la esclavitud no habría sido posible. De hecho pudo sobrevivir gracias a una explotación de los esclavos superior a la de otras clases de gobierno. También sobrevivió por ser una democracia militarista.


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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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