La filosofía de Auguste Comte, nacido el día 19 de enero de 1798, llevó hasta su culminación la confusa idea roussoniana de la voluntad general, una idea de algo inexistente que hoy ha resucitado en la noción de cultura como una sustancia incorpórea que vive por encima de los individuos, les da el ser y tiene sus propios rasgos independientes de los de ellos. En Comte era el concepto de sociedad, una entidad que, según él, supera los fines individuales.
Esta concepción había sido antes de él una reacción contra la Revolución Francesa, cuyo programa individualista y atomizador ha mostrado Gustavo Bueno en un libro de lectura obligada (El mito de la izquierda, Ediciones B., Barcelona, 2003), fue discutido por filósofos tradicionalistas católicos como Bonald y De Maistre. La filosofía social de Hegel, que fue puesta al día por Marx y sus seguidores, se encuadra en esta misma tendencia.
Las ideas de Comte no traían grandes novedades a la escena filosófica del momento. Lo que hicieron fue despertar la esperanza de sustituir la especulación por la ciencia empírica. Se deseaba poder analizar la sociedad y descubrir sus leyes generales de modo que pudiera haber un control inteligente de las instituciones humanas. A ello debía colaborar decisivamente la sociología recién fundada por Comte y muy en particular su ley de los tres estados.
Una ley que rigiera el crecimiento y desarrollo de las sociedades y señalara la línea de evolución de todas ellas con variaciones que dependieran de las circunstancias fascinó a los filósofos políticos del siglo XIX. Tal ley estaba ya implícita en la idea de progreso de pensadores ilustrados como Turgot y Condorcet, en las filosofías de Hegel y Marx y entroncaba además con la teoría darwiniana de la evolución de las especies, que se produjo también en ese siglo.
El panorama era prometedor. La consecuencia inmediata de todo ello fue la iniciación de muchos estudios sobre distintos campos de la organización social y política, pero el resultado fue desalentador. Ni la ley de los tres estados puede hoy aceptarse ni existe una línea de crecimiento general de las culturas. La antropología social y cultural no encuentra datos que puedan corroborarlo. Las grandes doctrinas de Comte permanecen hoy cubiertas de polvo en el museo de la historia de la filosofía como fetiches que un día encandilaron a muchos europeos, pero que el paso del tiempo ha mostrado lo que son: ídolos del teatro (idola theatri) que, según Francis Bacon, derivan de falsas teorías que engañan a los hombres como los actores en el teatro.