Argumentos en espiral

“¿Dónde está el dinero? Tiene que estar en algún sitio”, se preguntan y se responden algunos, creyendo haber dado con la clave del asunto. Incluso D. Luis Martínez Sistach, cardenal de Barcelona, ha dicho: "antes había mucho dinero y ahora me pregunto: ¿dónde está el dinero?, ¿se ha quemado?, ¿se ha perdido?".

La respuesta no puede ser más fácil. El dinero que hay en España se debe. Todo o casi todo. Se debe incluso más de lo que hay. Más del que España produce, así que si hay aquí algún dinero es que no debería estar aquí, porque hay que devolverlo.

Según se dice, España debe unos cuatro billones de dólares y para irlos pagando se ha ido endeudando más y más debido a que con lo que gana no llega casi para nada. Pero ha llegado al límite y ya no puede seguir adelante. A su capacidad productiva no le quedan posibilidades físicas de crecer y sin embargo ha estado amontonando una deuda gigantesca que hay que devolver y para devolverla tiene que endeudarse más aún. Tanto tiene que endeudarse que para este año, solo para este año, está obligada a seguir pidiendo prestado para restituir unos treinta mil millones de euros en concepto de intereses por esa montaña de deuda. Y ello a pesar de que, si las cosas van bien, su productividad disminuirá este mismo año solo un uno y medio por ciento, aunque podría darse el caso de que disminuyera un cuatro por ciento.

Las argumentaciones de la economía forman espirales que serían entretenidas si no fueran siniestras. Es la ciencia lúgubre, ya se sabe.

Ahí va otra, para solaz de quien no haya dedicado ni siquiera una tarde a su estudio. Va como respuesta a la pregunta: ¿por qué estamos donde estamos?

Porque nos volvimos consumidores de todo, puros consumidores de cualquier cosa, por extravagante que fuera. A todo tuvimos derecho. Pero era derecho a crédito, derecho que nos daban otros con su dinero, los mismos que ahora lo reclaman. Se nos prestó dinero a manos llenas desde el exterior porque con lo que ganábamos en el interior no llegaba. Se abrieron las sucursales bancarias, autonómicas, municipales, etc., para dárnoslo. Compitieron en demagogia y engaño. Lo tuvieron fácil, porque siempre se puede mentir a quien está deseando dejarse engañar. España iba bien.

Pero la producción caía conforme subía la deuda. Hasta que pasó lo inevitable: si se debe mucho más de lo que se gana, los acreedores, que otros llaman mercados para demonizarlos, se resisten a prestarnos más o han dejado ya de hacerlo.

La conclusión: ¿esto es economía o más bien es ética? Desde esta perspectiva la lección también es sencilla. Uno no debe adquirir más compromisos que los que pueda cumplir. Y para tener dinero hay que trabajar.

(Publicado en La piquera, de Cope-Jerez el 11-04-12)

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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