Archivo de la categoría: Economía

La crisis

Hoy hago una excepción y pongo en esta entrada una fotografía como asunto central. Las que he puesto hasta el momento han servido para ilustrar o adornar lo que decía, pero hoy es diferente.
Los conceptos no se transmiten mediante imágenes, pues las imágenes son particulares y los conceptos generales. ¿O sería posible representar la Crítica de la razón pura de Kant haciendo mimo? Eso de que una imagen vale más que mil palabras es como creer que es posible hacerlo.
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Coacción sindical

Todo aquel que ame la libertad tiene que defender el derecho de los trabajadores a asociarse y formar sindicatos, pero también debe oponerse a que éstos se conviertan en organizaciones cuyo poder de coacción llegue a ser tan grande que un sistema democrático pueda hacer poco por detenerlo sin dañarse a sí mismo.
Ese poder de coacción no es principalmente el que se manifiesta en forma de brigadas de choque o piquetes informativos organizados con el fin de forzar a los indecisos a que se sumen a su causa y de hacer callar a los adversarios de la misma.
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Discriminación sindical

Si la función real y efectiva de los sindicatos fuera, como ellos dicen y mucha gente cree, forzar el alza de los salarios, y si además lo hubieran logrado, hace tiempo que se habrían extinguido. Si no ha sucedido así ha sido por dos causas: por la financiación del Estado y porque el alza que consiguen para algunos trabajadores se contrapesa con la ausencia de contratos que se sigue para otros. La situación así generada es apenas sostenible, pero el efecto que se seguiría de su éxito sería devastador para la economía y para ellos mismos.
Siguen existiendo en la forma actual, por tanto, porque el beneficio que proporcionan a los trabajadores es selectivo: para que unos resulten favorecidos otros tienen que resultar desfavorecidos. La economía de un país no podría resistir que todos pertenecieran al primer grupo.
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Sindicatos

La intromisión del Estado en la economía produce efectos perniciosos. También la de los sindicatos, lo que resulta intolerable, pues se trata de grupos de particulares.
A favor de estos últimos juega la opinión de que contribuyen de forma decisiva al incremento del empleo y de los sueldos, pero no es verdadera una cosa ni la otra. Se trata de un mito que justifica la coacción que ejercen.
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Propiedad privada

Aunque el marxismo ha fenecido en todas partes, menos en la fraseología de los partidos de izquierda cuando hay elecciones y en los manuales de filosofía e historia del Bachillerato, el éxito del vocabulario que introdujo en el lenguaje común sigue vigente.
El vocablo “proletario”, por ejemplo, que evoca una clase social que nunca existió en la realidad, compuesta de individuos despojados de sus bienes y reducidos a la única función de tener prole, señala uno de los triunfos de su propaganda.
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El vil metal

Los que dicen odiar el dinero están casi siempre dispuestos a apoderarse de él por medios inmorales en vez de hacerlo con su propio esfuerzo y contando con las demás personas. Para el que ha logrado acumularlo porque ha pensado en sus hijos o en su vejez es algo honroso, casi sagrado. Si el gobernante mete sus manos en ese capital, como pretende hacer en estas fechas, con el fin de salir de una crisis económica, se comporta como el ladrón que penetra en la morada de un hombre honrado con violencia. Es incluso una canallada superior, pues, aparte de no dejar posibilidad alguna de defenderse, carga sobre la personalidad de su víctima los peores insultos. Es el colmo del cinismo: te roban y además te acusan de no ser solidario.
Para conseguir dinero y guardarlo hace falta ser virtuoso. Para apoderarse de él sin merecerlo o para despilfarrarlo es necesario no tener valentía ni sentido moral. Este tipo de sujetos son los que están obligados a pedir perdón por sus acciones, no el otro. Conviene apartarse de ellos. Llevan piel moralizante, pero son lobos depredadores. Hace muchos siglos que han aprendido a tender trampas para cazar a los buenos ciudadanos que estiman su dinero y a los que piden perdón por tenerlo. A unos les aligeran el bolsillo, a los otros les alivian de su culpa.
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