Ni ricos ni pobres

Dado que los potentados y los desheredados de la fortuna se temen unos a otros, es muy difícil, si no imposible, que tramen algo conjuntamente. Unos temen el yugo de los otros y desconfían entre sí. Por eso solo pueden estar de acuerdo en que gobierne la gente de en medio. Es lo que sucede cuando luchan dos partidos contrarios, que necesitan un árbitro que no pertenezca a uno ni al otro.

Muchos gobernantes han cometido el mismo error: dar demasiado poder a los ricos y engañar luego a los inferiores. Con ello solo han logrado un mal de un bien que no era verdadero. La ambición de los ricos es inagotable y es causa más corriente de la ruina de los Estados que la de los pobres.

Muchas son las maneras de engañar a los de abajo, pero no se muestran descontentos si no se les desprecia ni se les quita lo poco que tienen. La receta parece fácil, pero no lo es en realidad, porque los que detentan el mando tienden con facilidad a creerse superiores y a tratar con desdén a los que carecen de fortuna. Es algo que todo buen demagogo no debería olvidar.

Sería bueno, por lo demás, para la política que los jerifaltes estuvieran en todo momento seguros de que se les puede destruir. Ese era el sentido del esclavo que acompañaba al general victorioso en Roma: “acuérdate de que eres mortal”. Juan de Mariana defendió el tiranicidio no tanto por el hecho de eliminar al tirano cuanto por hacerle sentir que una espada pende continuamente sobre su cabeza.

Share

Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
Esta entrada fue publicada en Filosofía práctica, Política. Guarda el enlace permanente.