El asalto a la razón

El proceso político iniciado por los revolucionarios de 1.792 oscila entre un todo imposible, que consistiría en una comunidad universal de individuos indiferenciados, o bien en esos mismos individuos sueltos y ajenos a toda comunidad política.

Los revolucionarios no pensaron que eran polos imposibles, el primero porque un individuo indiferenciado, un ser humano que no sea francés, prusiano, español, etc., no es más que un bípedo primate. El segundo porque toda comunidad política se construye siempre en oposición a otras, lo que excluye que una cualquiera de ellas sea universal.

Esa era la holización que las prácticas revolucionarias, asistidas por las ideas de Rousseau y otros filósofos seguidores del extraño concepto del hombre en estado natural ajeno a toda sociedad, estaban poniendo en marcha. Unas prácticas que poco tenían que ver con la visión emic de sus actores, los cuales dieron ya comienzo a esa asociación entre la izquierda y la razón que trata de expulsar a la derecha a los páramos de la irracionalidad y, si además esa derecha es cristiana, a los de la superstición, lo que ha mezclado en sus anatemas a personajes tan dispares como Dilthey, Simmel, Scheler, Weber, Hitler, Heidegger, Jaspers, etc., como se observa en una obra de tan elocuente título como El asalto a la razón, de Lukacs.

Aquellos revolucionarios eran en su mayor parte philosophes, hombres de letras que desconocían no solo los rudimentos de toda administración estatal, pese a lo cual se dieron a la tarea de crear sociedades políticas a partir de la nada, sino los de las ciencias geométrico-materialistas que en su época estaban desarrollándose con vigor. No es de extrañar que no fueran capaces de especificar una idea consistente de la razón por la que decían luchar. Y así sucedió que lucharon sin proponérselo por realizar la que estaba presente en los procedimientos propios de esas ciencias.

Aquellos revolucionarios parisinos que en 1789 abrieron las puertas a la revolución, aunque el movimiento se insertaba en el siglo XVIII, iniciaron una trayectoria que repite la misma estructura de las ciencias geométrico-materialistas a cuyo desarrollo triunfal contribuyeron algunos de ellos, mientras otros, aunque no las dominaban, presumían de ellas. Los jacobinos de hecho prohibieron el culto católico y protestante, suprimieron las fiestas, abolieron el calendario gregoriano y proclamaron la República el día en que el sol llegó al equinoccio verdadero, todo lo cual son adornos científicos que mostraban su intención explícita de hacer las cosas racionalmente, lo que parecía ser para ellos hacerlas siguiendo el modelo de aquellas ciencias. En su delirio racionalizante entronizaron incluso a la diosa Razón en Nôtre Dame, como queda dicho.

Con todo, estas acciones, pese a servir de indicio de lo que estaba pasando, son acciones ridículas que no bastarían para justificar la asociación de la izquierda y la Razón. Tiene que haber motivos más profundos para ello. La opinión de G. Bueno es que el proceso que condujo a la formación de las nuevas ciencias, ciencias como la Mecánica, la Teórica Cinética de Gases, la Química, la Biología Celular, etc., es el mismo que condujo a las entidades políticas que surgieron del Antiguo Régimen. En algunos casos, como el de Lavoisier, Condorcet, Laplace, Cabanis, etc., eran además los mismo hombres los que laboraban en uno y otro terreno.

En todo caso, háyanlo sabido o no sus protagonistas e independientemente de lo que sus propósitos conscientes hayan contribuido a conseguir, lo cierto es que el campo de las sociedades políticas tiene una estructura holótica incontestable. El vocabulario político ya lo atestigua: partidos políticos, partidos judiciales, participación electoral o ciudadana, voluntad general del “todo social” (Rousseau), etc.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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