Pulchrum transcendentale

Creen algunos que la belleza es, junto a la unidad, la verdad o la bondad, una propiedad trascendental del ente. Para otros esta creencia carece de fundamento. Aquellos tienen a suprimir toda referencia al placer en la definición de lo bello, por lo que ponen en duda o trata de modificar la referencia de Tomas en Summa theologiae, I, 95, 9, 5, ad 1: “se llaman bellas las cosas que una vez vistas producen agrado”. Estos, por el contrario, no toleran tal supresión y deducen que lo mismo que la verdad se da en la relación de lo real al entendimiento, así se da el agrado en relación a la voluntad, por lo que éste es nota esencial de la belleza. Dado que todo bien ya es de suyo deleitable, concluyen, no es oportuno añadir la belleza a la serie de los trascendentales una vez que entre éstos se cuenta ya el bien.

¿Qué decir de estas tesis opuestas? Aclárense ciertos conceptos antes de responder.

La verdad se dice en relación al entendimiento: adecuación de la cosa y el intelecto. La bondad respecto de la voluntad: bueno es aquello que toda cosa apetece. Es como si el entendimiento introdujera dentro de sí las cosas y la voluntad fuera tras ellas. Tiene que ser porque la verdad se halla en el entender, aunque deriva de las cosas, y la bondad en las cosas, aunque de modo derivado se halle en la voluntad. De lo que se sigue que la verdad es un trascendental, porque el entendimiento está abierto a todo, y la bondad también, porque toda perfección o acabamiento de las cosas es apetecible. También se sigue que todo lo bueno es verdadero para el entendimiento, mas no que toda verdad es buena para cualquier apetencia, sino solo para la apetencia propia del entendimiento.

¿Se halla la belleza en las cosas o en el sujeto? Si se atiende a la definición tomista, que llama bello a lo que una vez visto ocasiona placer, parece estar más bien en el sujeto. Pero el que sea placentero inclina a pensar que debe estar en el objeto, pues, mientras que la verdad está en el entendimiento por ser la adecuación que se da entre él y la realidad, la belleza no se encuadra solo en el juicio emitido por aquél, toda vez que puede también darse en la sensibilidad. Además, el agrado es esencial a la belleza, pero no la verdad, por lo que hay que relacionar aquélla con la voluntad, la cual tiende a las cosas por lo que en ellas encuentra. Luego tiene que estar en las cosas. Debe ser, pues, objetiva y no subjetiva, por más que repercute en el sujeto a través del conocimiento. Pero esto es lo propio del bien, que no es querido si antes no es conocido. En consecuencia, la belleza no es algo ajeno o distinto de él. Lo bello y lo bueno son lo mismo en el sujeto. Añade aquél a éste el convertirlo en deseable: es el bien del conocer, lo que colma su deseo.

Luego la belleza se extiende a todo ser y es por tanto un trascendental, pues todo ser puede ser conocido y, en cuanto tal, satisfacer al entendimiento humano. Sin embargo, aun siendo la belleza es de tres clases, es a saber, inteligible, sensible y una mixtura de ambas, que es la que corresponde a los humanos (el esplendor de lo inteligible en lo sensible), en todos los casos es unificación de lo múltiple en lo uno, lo cual define al ente en cuanto unidad. No se diferencia, pues, tampoco de la propiedad trascendental que llamamos unidad.

En conclusión, la belleza es algo trascendental, pero no es de suyo una propiedad trascendental aparte de las otras, pues deriva de la unidad, la verdad y la bondad y en ellas está incluida. Sería una propiedad trascendental secundaria para un entendimiento que disfruta de la belleza inteligible pura, pero para uno que, como el nuestro, disfruta del esplendor de lo inteligible en lo sensible, es decir, de una intermedia entre la animal y la divina, ni siquiera es un trascendental secundario.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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