Razón y progreso

De dos cosas he de tratar hoy brevemente, de la razón y del progreso, cosas ambas de importancia suma para los ilustrados del XVIII y sus posteriores secuaces, cuales fueron los revolucionarios franceses, pues pusieron en las armas y la rebelión lo que ellos habían puesto en la inteligencia y el discurso. Las dos fueron eficaces para, supuesto que la historia es un río de orillas izquierda y derecha según es la corriente, suponer en la derecha, motejados de retrógrados e irracionales, a quienes no las tomaban en consideración ni hacían de ellas materia para la guía política y social.

Fiesta de la Razón. 1793

Fiesta de la razón. 1793

El significado de la razón es por demás ambiguo e indefinido en el uso que de ella hicieron. Hacer uso de ella, a fin de cuentas, es algo que todos hacemos en nuestra vida diaria, y más y mejor en las ciencias y los saberes en general. Y, tanto en un campo como en el otro, es posible hacerlo de tres maneras: o bien se desciende de lo universal a lo particular, que se llama deducción, o bien se asciende de lo particular a lo universal, y se llama inducción, o bien, por último, se combinan una y otra, cosa por cierto la más común de todas. De la inducción hacen uso las ciencias positivas, obligadas a confirmar o desmentir sus hipótesis y teorías en algún experimento, bien entendido que también usan por fuerza la deducción. De la deducción hacen uso exclusivo las matemáticas y la lógica. Sigue leyendo

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Eugenesia o la cría de los mejores

Dijo Nietzsche que el hombre de ahora es el del nihilismo pasivo, un ser de cultura amplia que se preocupa de su salud, el último hombre.

Tanto la idea de cultura como la de salud tiene muy distintos sentidos. Habrá ocasión de tratar los de la primera, pero ahora hablaré de algunos de la segunda. Seguramente Nietzsche no habría adivinado bajo qué aspecto se habría de presentar la preocupación por la salud en el siglo XX, pese a que en alguna medida hundía sus raíces en su sistema filosófico.

La salud se dice en varios sentidos, tantos que no es fácil tenerlos todos en cuenta. Se dice, por ejemplo, que un hombre está sano y que un cierto clima es también sano, pero el vocablo no tiene el mismo significado en ambos casos. Al segundo se le aplica por analogía con el primero, siendo éste el analogado principal porque es el sujeto del que con toda propiedad se predica la salud o la enfermedad y del otro solamente en referencia al primero. Se habla también de salud reproductiva, salud del planeta (¿se llegará a hablar de salud del sistema solar?) o de salud digital. Durante una gran parte del siglo pasado se habló de salud del grupo biológico, salud mental, salud de la sociedad, salud de la especie, salud de la nación o salud de la raza. Sigue leyendo

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Amor a la vida y virtud

Quiero referirme a la conexión de la idea de suicidio con la ontología y la ética, lo que me obliga a deshacer previamente algunos equívocos presentes en las palabras y los conceptos que acompañan a esta idea.

Para empezar, digo que el suicidio es en realidad lo contrario de lo que aparenta ser.  No es odio a la vida, sino amor por ella, amor incluso desesperado y violento. Si al que se quiere matar se le quitara la causa de su desesperación, si se le evitara todo sufrimiento, él mismo se precipitaría con ansiedad en el gozo de vivir. Lo que él odia es la forma dolorosa y mísera con que se le presenta, pero él quiere la vida de modo más firme y consciente que la mayoría.

Éste es un hecho incontestable. Se diría que ha arraigado en nosotros un misterioso y potente instinto de cuyo influjo no es posible evadirse. Más que ocultarlo, el infortunio lo muestra en toda su fuerza y vigor. Cuando una cierta forma de vida se convierte en un tormento se desea acabar con esa forma, pero no con la vida misma, aunque en ocasiones parezca que hay que acabar con la segunda para liquidar la primera. Sigue leyendo

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Persona y naturaleza humana

Algún sistema de filosofía política, como también la gente del común, sobre todo la que dice ser demócrata, creen que el Estado existe para que se desarrolle en toda su plenitud la naturaleza humana. Si esto es verdad, no puede tener una estructura cualquiera, sino sólo la que facilite esa plenitud del mejor modo posible. Aunque hay disputa sobre cuál es el mejor desarrollo de una persona, no parece que pueda haberla en que un Estado nivelador no es un buen medio para ese fin, porque lo propio de cada individuo humano es ser algo único e irrepetible. No es éste sin embargo el tema que hoy quiero tratar, sino del derecho a la vida y si el titular del mismo es la naturaleza humana individual o la persona.

Parece indiscutible que si se niega o restringe de algún modo la vida no es posible que haya ninguna manera de perfeccionarla, porque, muerto o incapacitado el sujeto, nada o muy poco puede hacerse ya. En consecuencia, el primer cuidado de la ley tiene que ser el de garantizar en primer lugar que ésta llegue a existir y, en segundo, que no sea interrumpida o dañada por decisión injusta del Estado o de un particular a quien el Estado autorice u ordene. Sigue leyendo

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El derecho a la vida

Quien dice que tiene derecho a la vida no está diciendo que hay algo en su persona con ese nombre, como si fuera parecido a tener estómago o bazo. Tener ese derecho significa que el Estado tiene el deber de protegerla. Con ese sentido lo reconoce el comienzo del artículo 15 de la Constitución de 1978, que dice que “todos tienen derecho a la vida”.

Nunca antes una constitución española, de las seis que ha habido desde 1812, había promulgado el derecho a la vida. La razón es clara: es que no era necesario, como no es necesario promulgar el derecho a la amistad o al deporte. No es indiferencia o menosprecio por la vida, como no lo es por la amistad o el deporte.

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Eutanasia. Aclaración léxica

De lo que muchos llaman derecho a la vida querría yo hoy hablarles aquí, porque estimo que hay mucha confusión y enredo en esa manera de hablar, por si pudiera yo contribuir a aclarar las cosas y poder así razonar con más propiedad y acierto.

Comienzo recordando cómo en su De anima dice Aristóteles que hay cuerpos con vida, o alma, y cuerpos sin vida, pero que lo que no hay y nadie hallará es vida sin cuerpo en el que estar, porque entonces ¿qué sería lo que viviría? Mejor es entender los vocablos “vida” y “alma” como unívocos. No en vano seguimos usando en la lengua castellana el término latino anima con el fin de distinguir los seres en animados e inanimados, dando así por descontado que en un ser vivo no es una cosa el cuerpo y otra la vida.

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