Entre los años 1965 y 1969 el 59% de las novias de raza blanca y el 25% de las de raza negra llegaron embarazadas al altar en los Estados Unidos, según los cálculos de Janet Jellen, Georg Akerlof y Michael Katz. En ese cálculo hay que resaltar dos notas. La primera es una constatación que trasluce en él: que las relaciones prematrimoniales eran generalizadas en aquellos años. La segunda, más llamativa y sólo en apariencia contrapuesta a la anterior, es que llegaban al altar, es decir, que los hombres se declaraban responsables del cuidado de sus novias y del niño que llevaban en su vientre.
El papel de la mujer en el parentesco es biológico. De ahí las él brota un impulso muy fuerte para el cuidado de su prole, impulso que es imprescindible para la continuidad de la sociedad. El del hombre no es biológico, sino social o moral. Es necesario que haya en su medio social un conjunto de principios de conducta que le inciten a cuidar de la madre y del niño, porque si no lo hace corre peligro la continuidad de la sociedad. En algún momento de la historia de la humanidad, dice la antropóloga Margaret Mead, se hizo un grandioso descubrimiento: las sociedades tienen que inducir en los varones el deber de aportar cuidados y recursos a las madres y a sus hijos.