Filosofía política de Platón

I. La sociedad como un todo

La descripción del mejor de los estados va en Platón ligada a la descripción del mejor y más saludable estado del alma. La analogía es completa: la ética y la política son inseparables, si es que no son lo mismo.

Cuando un grupo social es pequeño y sencillo, la obediencia a las leyes reporta beneficios al individuo tanto como al grupo, pues no se percibe la diferencia entre obligación moral e interés común. Pero la civilización griega había dejado de ser pequeña y sencilla hacía ya bastante tiempo. Se había extendido más allá de sus fronteras, había asimilado costumbres, religiones y saberes ajenos, se había vuelto más compleja en suma. Esa expansión podía convencer a muchos de que el bandolerismo a gran escala, en el que podían incluirse las conquistas militares, o a una escala más reducida, la de los particulares o las bandas de ladrones, era beneficioso. Que la obediencia a las leyes podía convertirse en un peligro. Y que, en fin, lo bueno tiene que ser agradable para uno mismo y que el placer del fuerte es su único deber. Así se resolvía la diferencia entre la ley y la naturaleza. Sigue leyendo

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El socialismo desde el punto de vista de sus medios de acción

El socialismo es el fantástico hermano menor del despotismo casi difunto, cuya herencia quiere recoger; sus esfuerzos son, pues, reaccionarios. Desea una plenitud de poder del Estado como el propio despotismo no tuvo jamás; sobrepasa lo que enseña el pasado, porque trabaja por reducir a la nada formalmente al individuo: es que éste le parece un lujo injustificable de la Naturaleza y debe ser corregido por él en un órgano útil de la comunidad. Como consecuencia de esta afinidad, se deja ver siempre alrededor de todos los desarrollos excesivos de poder, como el viejo socialista tipo, Platón, en la corte del tirano de Sicilia: anhela (y aun exige en ocasiones) el despotismo cesáreo de este siglo, porque como he dicho, desearía ser su heredero.

Dezrobirea Muncitorilor («Emancipación de los trabajadores»), Romanian magazine Lumea Nouă, 11/1895.

Pero aun esta herencia no bastaría a sus fines; le es necesaria la servidumbre completa de todos los ciudadanos al Estado absoluto, tal como jamás ha habido otra semejante, y como no tiene el menor derecho para contar con la vieja piedad religiosa hacia el Estado, sino que al contrario, debe de buen o mal grado trabajar constantemente por su supresión –pues que en efecto trabaja por la supresión de todos los Estados existentes– no puede tener esperanza de una exigencia futura, sino por cortos períodos, aquí y allá, gracias al más extremo terrorismo. Por esto se prepara silenciosamente para la dominación por el terror, y hunde en las masas medio cultas, como un clavo en la cabeza, la palabra «Justicia», a fin de quitarles toda inteligencia (después de que esta inteligencia ha sufrido bastante por cierto en la semicultura) y de procurarles, por el villano juego que ellos tendrán que hacer, una buena conciencia. El socialismo puede servir para enseñar de manera brutal el peligro de todas las acumulaciones de poder en el Estado, y en este sentido insinuar una desconfianza contra el Estado mismo. Cuando su ruda voz se mezcla al grito de guerra «Lo más Estado posible», este grito resultará de pronto más ruidoso que nunca; pero en seguida estallará con no menor fuerza el grito opuesto: «Lo menos Estado posible.»

Nietszche, Humano, demasiado humano, aforismo 472


 

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Conocimiento y realidad en Platón

1. La percepción sensible

De las varias clases de conocimiento, el más fiable, el auténtico, tendrá que ser aquél que no pueda ser puesto en duda razonablemente por nadie. Para ello deberá ser infalible. Pero no sería suficiente: podría tratarse de un conocimiento infalible pero vacío, lo que le impediría ser auténtico. Luego el conocimiento debe ser infalible y tener por objeto lo que es, no lo que no es.

¿Puede la percepción sensible ser esta clase de conocimiento? Para contestar es preciso ver antes si cumple las dos condiciones mencionadas. En primer lugar, si fueran lo mismo la percepción y el conocimiento, de tal manera que no hubiera ningún conocimiento que no fuera percepción, habría otras actividades mentales que no podrían ser utilizadas para conocer. Tal la memoria: debería admitirse que quien ha conocido y recuerda, pero sin percibir en ese instante, no conoce de verdad. Si, por el contrario, se defiende que recordar algo es conocerlo, será porque percepción sensible y conocimiento no son exactamente equivalentes. Luego parece claro que la percepción no es todo el conocimiento. Sigue leyendo

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Mito y razón

  1. El milagro griego

La explicación usual de la historia de la filosofía da por sentado que ésta nació en Grecia hacia el siglo VI antes de nuestra era, concretamente en las ciudades jónicas del Asia Menor. Destaca además un acontecimiento y una fecha como indicadores de la aparición de esta nueva forma de pensar: la correcta predicción, en el año 585 a. C., de un eclipse de sol por el filósofo Tales de Mileto, a la sazón el primer representante de la más primitiva escuela griega de ciencia. La razón del hecho no habría estado en que Tales hubiera hecho una buena predicción, sino en que fue un hombre que había adoptado una nueva actitud intelectual: en lugar de consultar al oráculo, observó y calculó las trayectorias de los cuerpos celestes[1]. Tal actitud, se concluye, obedecía a una diferente concepción del universo, a una aceptación de la existencia de leyes por las que éste se rige. Esta novedad, este gran acontecimiento con que se inicia la historia de la filosofía y la ciencia de la tradición europea, no puede ser explicado si no es aludiendo al «milagro griego». Sigue leyendo

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La política según Aristóteles

Los fines de la vida ética no son suficientes para un hombre. Necesitan completarse en la vida política, necesaria para él porque no puede vivir en soledad. Todo hombre nace en alguna clase de comunidad.

1) Clases de comunidad humana

La más antigua y sencilla de las comunidades es la familia, que existe porque un individuo no se basta a sí mismo. La familia es ante todo división del trabajo para satisfacer las necesidades cotidianas del alimento, el vestido, la crianza de los pequeños, la protección, etc. El segundo peldaño en la escala de las comunidades es la aldea, o unión de varias familias, que aparece para atender necesidades no cotidianas de la vida. La última es la pólis, o comunidad de aldeas, que no surge meramente para vivir, sino para vivir bien, porque es el único suelo en que puede arraigar una vida plenamente civilizada y autárquica. Solamente en una pólis bien ordenada pueden los mejores hombres, no las pasivas mujeres, los torpes esclavos o los artesanos y campesinos embrutecidos por el trabajo manual, alcanzar la plenitud de la vida humana. Sigue leyendo

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Ética de Aristóteles

Tres son los temas principales de la ética aristotélica: el bien, la felicidad y la virtud, que conviene precisar en cuanto sea posible para evitar equívocos, pues se trata de tres nombres tan comunes que, como suele suceder, creamos saber todo y en realidad no sepamos nada.

1. El bien

Aristóteles en «Crónica de Nuremberg».

El primero, el bien, es aquello a que cada cosa tiende, sea en el orden de la naturaleza, sea en el de la acción humana. En aquél es, en general, el Dios-razón, en éste los fines que los hombres persiguen. Éstos no buscan nunca el mal a sabiendas, aunque muchas veces dan con él sin quererlo. Como son una gran muchedumbre de individuos tan distintos entre sí, unos buscarán un fin y otros otro, de manera que habrá muchas clases de bien, tantas como clases de hombres haya: la riqueza para el pobre, la salud para el enfermo, el placer para el voluptuoso, la libertad para el preso, la victoria para el estratega, etc.

De estos fines, unos se buscarán por sí mismos y otros con vistas a otra cosa. No se busca, por ejemplo, la guerra por sí, sino por la victoria, y ésta tampoco por sí, sino por la paz, por la liberación o por algún otro fin parecido. Tampoco se busca la riqueza por el afán de acumularla, sino para vivir con holgura. Si hubiera algún bien que se buscara por sí mismo y no por otro, ése sería el mejor y todos los demás serían medios en comparación con él. Conocer un fin así es por fuerza necesario para elegir una buena vida. ¿Dónde hallarlo? En la ciencia política, sin duda alguna, dice Aristóteles, porque, aun no siendo distintos el bien del individuo y el de la pólis, siempre será preferible el de un pueblo entero antes que el de un individuo solo.

No debe esperarse que esta ciencia sea necesaria, pues es ciencia práctica. Como no puede exigirse al orador que eche mano de la demostración exacta, tampoco puede esperarse que lo haga el que entiende de ética y política, porque este saber solamente es útil para quienes, una vez llegados a la edad adulta, son capaces de encauzar su vida según los dictados de la razón, no para los jóvenes, que no tienen experiencia de las cosas de la vida. La razón no entra en los hombres hasta que son adultos, debido a que hasta entonces se dejan guiar por la intemperancia y el sentimiento. Lo mismo da a este respecto que sean jóvenes de edad o de carácter (Aristóteles, Política, 1094 b).

Además de ello, lo que importa en esta investigación no es saber con precisión en qué consisten el bien y la felicidad, sino ser buenos y felices. Así sucede siempre con las prácticas y los oficios: el carpintero no saca ningún provecho del conocimiento del ángulo recto, sino de su utilización para hacer la silla, ni el general es mejor por haber contemplado la idea en sí, sino por vencer en la batalla.

2. La virtud

Ser bueno es tener virtud y tener virtud es ejecutar la función o finalidad propia (v. Ética a Nicómaco, II, 1106 a 20). La función del hombre es la de un compuesto que ha de vivir en conformidad con todo su ser. Por una parte es alma vegetativa, que le impone acciones como el alimento y la reproducción. En esto no se diferencia de una planta. Por otra es alma sensitiva, que le impone las acciones del animal. Como no parece que la vida de un hombre haya de ser la de un matorral o la de un caballo, no puede consistir en esto todo. Resta la parte específica de su naturaleza, su alma racional, en lo que no se distingue de un dios. Sería absurdo pretender que un caballo o un matorral hubieran de vivir como un hombre, que es de naturaleza superior, pero no lo es que un hombre viva como un dios, pero, teniendo que contar también con los lados vegetativo y sensitivo de su naturaleza, no puede vivir así ininterrumpidamente.

Aunque la razón es la parte más alta del hombre y debe regir al resto, es preciso asignar otras funciones a las demás. Por esto las virtudes son de varias clases. Están por un lado las dianoéticas o intelectuales, que se adquieren por experiencia y tiempo. Entre éstas se cuentan la sabiduría, la inteligencia, la prudencia, etc. Por el otro están las virtudes éticas, que, como la fortaleza, la templanza, la generosidad, etc., necesitan costumbre.

La virtud no se hereda ni se recibe como un regalo, sino que es efecto de la propia actividad. Es

un hábito selectivo que consiste en un término medio relativo a nosotros, determinado por la razón, y por aquélla por la cual decidiría un hombre prudente (Aristóteles, Ibidem, 1107 a)

Que sea un término medio no quiere decir que sea posible calcularla con exactitud, pues ya se ha acordado que no cabe ser totalmente rigurosos en asuntos prácticos. Lo que la definición de virtud dice es que en las acciones suele haber un término medio entre un exceso y un defecto. La valentía con exceso es temeridad, con defecto, cobardía; el hombre valiente está entre un extremo y otro, como el templado está entre el licencioso y el insensible, el generoso entre el derrochador y el tacaño, el hombre agradable entre el bufón y el desabrido, etc. Ese medio entre dos extremos no es una medida absoluta con validez objetiva para todos los hombres. La generosidad no se mide con la misma vara para un rico y para quien no lo es, ni el valor para un guerrero y para un niño o una mujer. El medio que se debe ejecutar en cada acción es algo que corresponde a cada hombre que actúa y no puede ser dado de una vez por todas y para todos por igual. Conviene, sí, dejarse guiar por aquello que se sabe que haría en las mismas o parecidas circunstancias un hombre prudente, cargado de experiencia en las cosas de la vida. Estos hombres, capaces de servir de modelo para los otros, son los que deberían legislar en las ciudades.

Hay que hacer alguna excepción a esta norma general, pues no de toda acción hay exceso, defecto y término medio. El homicidio y el adulterio, entre otras, no los tienen. Sería ridículo o malvado decir que un homicida que se cuide de los extremos y mate según un término medio actúa bien, o que el adulterio es honroso si se comete con la mujer adecuada, sin excederse y sin quedarse corto. En esas acciones y en otras que se les parecen siempre se yerra y nunca se acierta.

Aparte de estos casos indiscutibles, hay muchas maneras de ser malo y una sola de ser bueno. Será bueno el que, disponiendo de un discernimiento adecuado, sea capaz de acertar en la mayor parte de las ocasiones, y más bueno será cuantas más veces lo logre y menos esfuerzo le cueste hacerlo, lo que sólo se consigue cuando se convierte en hábito. Lo mismo que una golondrina no hace verano, no bastan tampoco para vivir de acuerdo con lo razonable y ser bueno un día o un año, sino la vida entera. Tampoco es buen músico el que ha tocado bien una pieza en una ocasión, sino el que lo hace siempre y sin esfuerzo, lo que solamente se consigue cuando el hábito se ha convertido en naturaleza.

3. La felicidad

Un hombre así encuentra placer en su propia actividad y es feliz. Es un hombre bien educado, pues la buena educación no es más que complacerse y dolerse como es debido (Aristóteles, Ibidem, 1104 b.) Cada uno encuentra placer en aquello a que se aficiona. Son placenteras por naturaleza las acciones acordes con la virtud, de manera que quien es virtuoso no necesita esperar ningún placer añadido. Ésta es la felicidad propiamente humana, la que puede alcanzarse por el propio esfuerzo y no debe abandonarse a los azares de la fortuna. Quien, además de esto, no carece de bienes materiales suficientes, que no deben ser tampoco excesivos, no está privado de amigos, no es repugnante, no tiene hijos depravados, etc., se halla en posesión de la mejor de las cosas humanas. Cierto es que hay una parte de su vida que depende de la fortuna, pero sería un error dejar en manos de ésta también la otra parte, que es lo más hermoso que se puede adquirir por medio de la práctica y el estudio.

Si la práctica de la virtud hace la felicidad y si los hábitos bien seleccionados construyen una naturaleza para el hombre, ¿qué decir de aquellas doctrinas de los sofistas sobre la maldad o bondad natural del hombre? Unos habían defendido que es perverso por naturaleza y que es imposible dirigirlo al bien, otros lo contrario. Aristóteles opone a ambas doctrinas ésta que hemos visto, según la cual los hombres no son buenos ni malos por naturaleza ni contra naturaleza. En ellos no hay inclinación natural hacia el bien o el mal, sino la posibilidad de ser bueno o malo. No sucede aquí como con el ojo, que primero se recibe de la naturaleza y luego se usa para ver, sino como con la música, que no se nace citarista, sino que se es a fuerza de práctica y estudio. Es en nuestras actividades, en nuestros hábitos y costumbres, donde nos hacemos virtuosos o viciosos. Quien no actúa no es bueno ni malo, como no gana triunfos y honores el atleta por el mero hecho de ser atleta, sino por competir. La diferencia es que al hombre le es imposible no actuar.

Quedan, pues definidos el bien, la virtud y la felicidad. El primero es aquello a que cada cosa tiende, la segunda es «un hábito selectivo que consiste en un término medio relativo a nosotros…» y la última la práctica de la virtud.


 

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