El materialismo filosófico

Los distintos materialismos confluyen actualmente en sistemas de filósofos como Ferrater Mora (1912-1991), Mario Bunge (1919- ) o Gustavo Bueno (1924- ). El materialismo profesado por este último, denominado materialismo filosófico, ofrece, a nuestro juicio, un sistema de coordenadas ontológicas capaz de traducir a sus términos el núcleo esencial de la filosofía clásica, que consta de elementos tanto materialistas como idealistas, según ha habido ocasión de ver.

Este sistema filosófico vuelve a considerar que la estructura básica de la filosofía es la ontología, o saber cuyo objeto es la Idea de Ser. Reconoce además que la ontología adquirió su más lograda expresión académica en la obra de Wolff, cuya Metaphysica specialis abarcaba los tres tipos o géneros de Ser: Mundo, Alma y Dios. Y descubre que casi toda la tradición filosófica ha dado por supuesta esta partición trimembre, si bien unas corrientes han mostrado inclinación por alguno de los géneros en detrimento de los demás y otras por otro, como ha podido verse en las páginas precedentes.

El idealismo alemán posterior a Kant, por ejemplo, ha tendido a identificar el Alma con Dios, dando como resultado la oposición entre los dos géneros restantes, el Mundo y Dios, o la Naturaleza y el Espíritu, entendido este último casi siempre como Cultura en sentido metafísico, o como Historia, etc. El reino psicológico fue así elevado a la dignidad del Ser Supremo. El extremo del idealismo, con todo, no ha sido la filosofía de Hegel, sino la de Berkeley, que llegó a identificar la materia con las ideas de la psique y pensó que Dios es la única fuente de éstas.

El materialismo posterior a Demócrito, por su lado, ha seguido el camino contrario, identificando a Dios con el Alma y dando como resultado la oposición entre los otros dos géneros de Ser, el Mundo y el Alma, o lo natural y lo psicológico, entendido esto último a veces como cultura en sentido subjetivo. El extremo del materialismo fue la doctrina de Demócrito, que identificó a Dios con el Alma y a ésta con el Mundo. En efecto, todo cuanto no fuera cuerpo material o vacío no era para este filósofo más que convención y apariencia.

Pero tanto el idealismo como el materialismo han tenido siempre presente el triángulo wolffiano, aunque no haya sido más que para negar uno o más de sus lados. Luego al recobrar dicho triángulo no se hace otra cosa que recobrar el sentido que ha tenido hasta el día de hoy toda filosofía, por lo que se impone recuperar explícitamente tanto el ser tomado en sentido ontológico general como el tomado en sentido ontológico especial.

La modificación principal introducida en este punto por el materialismo filosófico de Bueno consiste en entender que la Idea de Ser es equivalente a la Idea de Materia. Con ello no se pretende reducir toda la realidad a una suma de cuerpos, como había hecho Demócrito. Para comprenderlo es preciso tener en cuenta la materia determinada, o especial, y la materia general.

Materia determinada para un alfarero es la arcilla que utiliza en su taller. Se trata de una materia que él transforma mediante operaciones hasta obtener varias ánforas de diferentes proporciones. Tres momentos se entretejen en el taller: la arcilla, las operaciones del alfarero y las proporciones entre las ánforas obtenidas. Los tres momentos son materiales y los tres están interconectados entre sí, no constituyendo ninguno de ellos un reino aparte. Ninguno, por tanto, se puede sustancializar o hipostatizar, como si fuera posible que uno pudiera subsistir sin los otros.

Tres son, en consecuencia, los géneros de materialidad, denominados M1, M2 y M3:

M1: entidades constitutivas del mundo físico exterior, tales como arcilla, rocas, organismos, campos electromagnéticos, explosiones nucleares, edificios o satélites artificiales.

M2: fenómenos subjetivos de la vida interior etológica, psicológica e histórica, tales como operaciones de los sujetos, un dolor de muelas, una conducta de acecho o una estrategia bélica.

M3: objetos abstractos tales como las proporciones entre objetos, el espacio proyectivo reglado, las rectas paralelas, el conjunto infinito de los números primos, la lengua de Saussure, las instituciones sociales, las líneas de una gráfica que expresa los movimientos del precio del petróleo, etc.

Pero materia determinada y materia general no son lo mismo, como tampoco lo son el ser en cuanto tal de la ontología y el ser determinado de la metafísica especial. Lo esencial del ser en cuanto tal, o materia en sentido ontológico-general, es que no se refiere a las realidades que constituyen el mundo entendido como entretejimiento de M1, M2 y M3. La materia ontológico-general no se reduce a las tres materialidades mundanas.

La ontología del materialismo filosófico distingue, en consecuencia, dos planos:

a) La ontología general, cuyo contenido es la Idea de materia ontológico general.

b) La ontología especial, cuya realidad positiva son tres géneros de materialidad, que constituyen el mundo, es decir Mi=M1,M2,M3.

(Extraído de Filosofía. 1 Bachillerato, cap. VII)

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La motivación

Si el aire pensara podría decir: puedo soplar desde el Oeste y entonces ser el Céfiro, o desde el Este y ser el Euro, desde el Sur y ser el Noto, o desde el Norte y ser el Bóreas, puedo aborrascar el mar y hacer que la tormenta se desate sobre el marino, o inspirar una suave y fresca brisa sobre la playa para que disfruten los bañistas. Todo esto está en mi poder. Lo cual es cierto, pero para que se dé una cualquiera de esas posibilidades debe darse antes un cambio, como una diferencia de presión, que la provoque y, una vez producido dicho cambio, lo que viene después tiene que ocurrir.

A un hombre también le resulta posible decir: puedo seguir viviendo con mi familia o irme de casa y abandonarla, o dejar el trabajo que tengo y vivir como un vagabundo, etc. Y es cierto también, pero lo que este individuo no tiene en cuenta es que no puede querer otra cosa que la que está queriendo, es decir, vivir con su familia, seguir con el empleo que tiene, etc. Y, una vez que quiere, tiene que hacerlo. También aquí vence el motivo más fuerte.

Cuando se quiere algo no hay más remedio que hacerlo. Si no se hace es porque hay obstáculos que lo impiden. Si tengo una pistola puedo pegarme un tiro y matarme. Es indudable. Pero también es indudable que no quiero hacerlo ni soy capaz de quererlo, por más que me empeñe. Luego no puedo matarme. Me falta un motivo. Si hubiera uno que fuera lo bastante fuerte como para decidirme nada me detendría y yo me pegaría un tiro. Puede parecer extraño, pero es la verdadera situación de las cosas: lo mismo que la bola de billar no puede moverse antes de recibir el golpe del taco, un hombre ni siquiera puede levantarse de una silla si antes no siente un motivo suficiente que le haga desearlo. La diferencia está en que el golpe se ve y el motivo no. Pero tampoco se ve la fuerza con que el imán atrae a las limaduras de hierro y no por ello decimos que se mueven por sí mismas.

Lo mismo que las causas en lo inorgánico no actúan directamente, sino según sea el medio sobre el que se ejercen, asimismo los motivos no actúan directamente, sino según el medio sobre el cual se ejercen. El calor reblandece la cera y endurece el barro. La misma presión ejercida sobre un cuerpo redondo y sobre otro de forma cúbica moverá al primero y no al segundo. La causa es la misma en ambos casos, pero varía el medio sobre el que se ejerce. En el caso humano el medio es el carácter, moldeado por la biología y por las instituciones sociales, dos sectores que conforman el ambiente natural en que se mueve un hombre.

(Extraído de Sobre la libertad, cap. 3)

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Categorías e ideas

La función de la filosofía. Diferencia entre ideas y categorías

La filosofía es un saber de segundo grado. Esto significa que presupone la existencia previa de otros saberes ya dados: como la lechuza de Minerva, sólo levanta el vuelo al atardecer. La filosofía no pretende conocer la realidad. Esto es tarea específica de las ciencias. Sin embargo, no por ello es un saber vacuo, huero, adjetivo, muy al contrario, es un saber sustantivo. Su objeto lo constituyen las Ideas. La Idea es una categoría que desborda su ámbito de aplicación y cobra un significado trascendental, trasciende y rebasa su ámbito categorial inicial. Las Ideas desbordan los ámbitos científicos, categoriales, y los recorren y atraviesan como hilos de una urdimbre. El tema de la filosofía es la relación entre las Ideas y las categorías. La categoría es un concepto científico, que define el ámbito de esa ciencia y su campo de objetos.

Uno de los postulados o presupuestos teóricos del materialismo filosófico es la afirmación de la conexión objetiva de las ideas por encima e independientemente de la voluntad y de la conciencia de los filósofos. Hay un orden eidético sistemático, arquitectónico, de las ideas. Este orden no equivale a un cosmos, a una armonía aproblemática, monista. Monismo es la postulación de un orden de la realidad omnicomprensivo, la hipostatización de la idea de orden, de unidad. El monismo, como ya vio Platón en El Sofista (251-253), es dogmático y paraliza el discurso racional. Si todo está unido con todo, no podemos conocer nada. Nada se puede decir. Tampoco el extremo contrario, el nihilismo o atomismo es deseable. Tal tesis afirma que todo está separado de todo. También esta vía es intransitable para la filosofía. Platón nos dice que lo correcto es sostener la symploké de los géneros de la realidad. La realidad está en symploké: ni todo está unido con todo ni todo está separado de todo, sino como están entre sí las letras de un idioma, hay conexiones y desconexiones. La función de la filosofía es explorar la symploké de las ideas. La razón filosófica es una razón que se mueve entre dos aguas: entre el monismo y el nihilismo. En este sentido, Bueno obra como Kant: ni dogmatismo ni escepticismo.

Otro postulado de Bueno es la identificación entre filosofía y materialismo. La razón filosófica es solidaria del materialismo. Toda filosofía es materialista. Todo lo que la filosofía académica clásica tiene de recuperable y asumible es materialismo. Conviene realizar una enérgica reinterpretación de la historia de la filosofía desde la perspectiva del materialismo filosófico.

La filosofía es un saber crítico, racional. También las ciencias son racionales y críticas, pero su racionalidad crítica desfallece a la hora de pensar sus propios fundamentos y su significado. En cuestiones trascendentales, muchos científicos caen en el misticismo cuando no en una «filosofía espontánea de los científicos» que casi siempre suele ser el positivismo. La filosofía es necesaria como saber de segundo grado para, como decía Platón, remontarse a las hipótesis y superarlas hacia un saber anhipotético, saber de las ideas trascendentales que atraviesan los diversos campos categoriales enlazándolos entre sí. El problema de la verdad no es un problema científico, categorial, sino filosófico, trascendental.

La filosofía es una praxis que reflexiona sobre las prácticas humanas y tiene una doble dimensión teórica y práctica que son inseparables e ineludibles.

Siendo el objeto de la filosofía las ideas y su relación con las categorías, la filosofía se configura como «taller de las Ideas» y se presupone una conexión estructural, symplokéctica de tales Ideas y por lo tanto, la posibilidad de construir una geometría de las Ideas mediante el doble y circular movimiento de regressus de los fenómenos hacia las ideas y progressus de las ideas a las configuraciones fenoménicas, categoriales.

(Extraído de Historia de la filosofía. 2 Bachillerato, lección 8, siglo XX)

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La esencia en las sustancias separadas

Nunc restat videre per quem modum sit essentia in substantiis separatis, scilicet in anima, intelligentia et causa prima. Quamvis autem simplicitatem causæ primæ omnes concedant, tamen compositionem formæ et materiæ quidam nituntur inducere in intelligentias et in animam, cuius positionis auctor videtur fuisse Avicebron, auctor libri Fons Vitæ. Hoc autem dictis philosophorum communiter repugnat, quia eas substantias separatas a materia nominant et absque omni materia esse probant. Cuius demonstratio potissima est ex virtute intelligendi, quæ in eis est. Videmus enim formas non esse intelligibiles in actu nisi secundum quod separantur a materia et a conditionibus eius; nec efficiuntur intelligibiles in actu, nisi per virtutem substantiæ intelligentis, secundum quod recipiuntur in ea et secundum quod aguntur per eam. Unde oportet quod in qualibet substantia intelligente sit omnino immunitas a materia, ita quod neque habeat materiam partem sui, neque etiam sit sicut forma impressa in materia, ut est de formis materialibus.

Resta ahora por ver de qué modo está la esencia en las sustancias separadas, esto es, en el alma, las inteligencias y la causa primera. Auque todos los filósofos están de acuerdo en que la causa primera es simple, algunos han atribuido composición de materia y forma a las inteligencias y las almas, una posición que, según parece, fue Avicebron, autor del libro Fontis vitae, el primero en mantener. Pero esto es contrario a la doctrina común de los filósofos, pues llaman separadas de la materia a estas sustancias y prueban que existen sin materia alguna; de las pruebas que aducen, la principal es la que parte de la capacidad intelectual que hay en ellas. Pues vemos que no hay formas inteligibles en acto a no ser que estén separadas de la materia y sus condiciones y no se hacen inteligibles en acto si no es por la virtud de una sustancia inteligente cuando son en ella recibidas y por ella actualizadas. Por lo cual es necesario que en toda sustancia inteligente haya una omnímoda inmunidad de materia, de manera que ni conste de componente material alguno ni sea una forma impresa en una materia, como acontece con las formas materiales.

{Avicebron, identificado por fin a mediados del siglo XIX  con el judío español Salomón ben Gabirol, cuyo Fontis vitae, fue seguramente traducido por Domingo Gundisalvo, defendió el panteísmo emanatista. Aristóteles y Plotino se conjugan en sus escritos para dar a luz un espíritu cósmico, compuesto de una materia y una forma de las que se hacen todos los elementos de todos los entes. La diferencia entre unos y otros es la materia y la forma particulares de que están compuestos. La Escuela hizo suyas muchas de estas ideas tras depurar el panteísmo que se sostenía sobre ellas. La teoría sobre los ángeles que Tomás atribuye a ben Gabirol en este texto es en realidad más antigua que este filósofo. Los ángeles son seres presentes en la Biblia, por lo que ha solido admitirse su existencia. Muchos Padres de la Iglesia, sobre todo de la latina, creyeron además que son corporales, si bien pensaban que se trataba de un cuerpo luminoso, etéreo y muy superior al nuestro. En el siglo XVI el cardenal Cayetano sostuvo por última vez la corporeidad de los demonios. Lo cual es sorprendente, pues poco tiempo antes se había inclinado por la incorporeidad angélica en su comentario a la Summa theologica de su maestro.

La mayoría de los teólogos del siglo XIII habían abandonado ya la idea de que los ángeles tuvieran cuerpo. Solo se preguntaban si estaban compuestos de una materia y una forma metafísicas. Casi todos ellos respondieron afirmativamente. El más notable de ellos fue San Buenaventura. También Alberto el Magno sostuvo esta tesis. Esta doctrina se debía seguramente a la influencia patrística y al hecho de no distinguir adecuadamente entre el concepto de materia y el de potencia. Fue Santo Tomás el encargado de cambiar las ideas a este respecto, argumentando que las inteligencias angélicas constan de esencia y existencia y no de materia y forma. Pero, en lugar de expresar una opinión contraria a los padres y doctores de la Iglesia, prefirió contradecir a un filósofo gentil heterodoxo. (Cf. Bruneteau, E., op. cit., páginas 88-90)}

(Extraído de Santo Tomás de Aquino, El ente y la esencia. Edición bilingüe, introducción, comentarios…, capítulo quinto)

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Las falacias

Las falacias, llamadas también paralogismos si se deben a ignorancia, falta de luces o dificultad del asunto, y sofismas si nacen de la mala fe o del deseo de engañar, han sido siempre tenidas en poco o abiertamente despreciadas por la lógica. La razón de ello es que desde el punto de vista de la lógica binaria tradicional son razonamientos formalmente falsos, pero aparentemente verdaderos. Juan de Santo Tomás (1589-1647), reputado como el más completo comentarista de Santo Tomás y uno de los más destacados impulsores de la lógica proposicional hasta el siglo XIX, las definió como defectos de la consecuencia y las agrupó en falacias de la dicción y falacias materiales o de la cosa significada.

a) Falacias de la dicción

1. Homonimia o equivocación: es la confusión debida al uso de un solo vocablo con distinta significación, como en “los males son bienes, pues las cosas que deben ser son bienes y los males deben ser”, donde el verbo “deber”  indica en un caso que es deseable moralmente que existan bienes y en otro que es inevitable que existan males.

2. Anfibología: es el sentido ambiguo producido por la unión de palabras que tienen un sentido preciso cuando están separadas, como en “amor fue el hijo primero que tuvo naturaleza” (Lope de Vega, La boba para los otros y discreta para sí), donde no se sabe si el amor fue el primer ser que engendró la madre naturaleza o si fue el primer hijo –de la naturaleza o de quien fuere– que tuvo ser , es decir, que poseyó una naturaleza determinada.

3. Falsa conjunción: consiste en afirmar reunidas cosas que no tienen sentido si no es separadas, como en “dos y tres son par e impar, ahora bien, dos y tres son cinco, luego cinco son par e impar”. La conjunción de la primera premisa no puede significar que el dos y el tres son par e impar ambos. Por haberse deslizado esa confusión se extrae después una conclusión disparatada.

4. Falsa disyunción: es afirmar separadas cosas que no tienen sentido más que cuando van juntas, como en “es imposible que ande quien está sentado, Tomás está sentado, luego es imposible que Tomás ande”. La primera premisa sólo es verdadera si se entiende que es imposible andar y estar sentado a la vez. Si ambas expresiones conservan el significado que se seguía de su unión, a saber, la imposibilidad de andar, es inevitable que surja el malentendido.

b) Falacias materiales o de la cosa significada

1. De accidente: adscribir el atributo esencial de un ser a cada uno de sus accidentes, como en “si Corisco es otra cosa que un hombre entonces es distinto de sí, pues Corisco es un hombre”. El que sea hombre no le impide ser también moreno, bajo, bizco…, sin dejar por ello de ser hombre.

2. Confusión de lo relativo con lo absoluto: extraer de algo que se usa en sentido restringido una conclusión universal, como en “es lícito matar en defensa propia, luego es lícito matar”. La generalización de la conclusión no tiene fundamento, pues la premisa de la que parte es particular.

3. Ignorancia de la tesis cuestionada o ignoratio elenchi: tomar como opuestas cosas que no lo son, como en “la casa está cerrada durante la noche, y no está cerrada durante el día; luego está cerrada y no está cerrada”. La conclusión se desentiende de la premisa y se pone a hablar de otra cosa.

4. Petición de principio o círculo vicioso: tomar un enunciado no evidente como prueba de sí mismo, si bien bajo otros vocablos, como en “ando averiguando cuál fue primero, la mentira o el sastre, porque si la mentira fue primero, ¿quién la pudo decir si no había sastres? Y si fueron primero los sastres, ¿cómo pudo haber sastres sin mentir?” (Quevedo, Los sueños…) La circularidad consiste en identificar sastre y mentira.

5. Confusión de la causa con lo que no es causa: relacionar como causa y efecto cosas que nada tienen que ver entre sí, como en “si no hubiera tiempo alguno no habría noche, si no hubiera noche habría día, si hubiera día habría algún tiempo, luego si no hubiera tiempo alguno habría algún tiempo”.

6. De (negación del) antecedente: creer que porque una cosa se sigue de otra no sucederá aquélla si ésta no se da, como en “si ando estoy en movimiento; no ando; luego no estoy en movimiento”. Se olvida que la condición expresada en el antecedente es suficiente y no necesaria para que suceda lo dicho en el consecuente.

7. De (afirmación del) consecuente: creer que porque una cosa se sigue de otra, esta última es verdadera porque aquélla lo es, como en “si corro me canso; estoy cansado; luego he corrido”. No es verdad, pues puede estar cansado por otros motivos.

8. De la múltiple interrogación: reunir varias preguntas en una sola, de manera que no es posible dar una respuesta uniforme, como en “¿son buenos o malos los vicios y las virtudes?”. Una pregunta de esta índole no tiene respuesta.

9. Ad baculum: apelar a la fuerza como razón concluyente para establecer una verdad.

10. Ad hominem: pretender refutar una opinión censurando a quien la sostiene.

11. Ad populum: invocar hechos o circunstancias que exciten los sentimientos del auditorio para que adopte el punto de vista del hablante en lugar de aportar razones.

12. Ad verecundiam, o apelación a la autoridad: recurrir al sentimiento de respeto que se tiene por una autoridad para conseguir el asentimiento. No sería raro encontrar ensartadas las cuatro últimas en una sola frase: “Como sigas por ahí te vas a enterar (ad baculum), reacionario, que eres un reaccionario (ad hominem). Nadie con dos dedos de frente piensa esas cosas que piensas tú (ad verecundiam). Y no es que lo diga yo, lo dice todo el mundo (ad populum).

13. Ad ignorantiam: pretender que algo es verdadero porque no se ha probado que es falso. “¿Que no existen extraterrestres? Pruébalo. ¿Que no puedes? Entonces has de admitir que existen”.

14. Tu quoque, o “tú también”: devolver la acusación al acusador en lugar de dar argumentos. “¿Cómo voy a dejar de fumar si mi médico no lo hace?”

(Extraído de Filosofía. 1 Bachillerato, cap. III)

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Acción del entendimiento

Todos saben por experiencia propia que hay dos clases de motivos que despiertan el deseo. Uno es el que da placer o dolor al instante. Otro es lo que se cree que se debe querer porque así se descubre al deliberar sobre lo mejor y lo peor. En muchos casos lo que se quiere porque se ha decidido que es lo mejor tras haberlo deliberado no trae placer hoy, pero sí mañana. Y cuando no es así, porque alguien podría, por ejemplo, decidir sacrificar su hacienda o su vida en aras de un bien mayor, también se prescinde de lo placentero y se lo suplanta por otra cosa. Siempre es algo que se quiere después de haber pensado en las consecuencias de lo que se va a hacer. Entonces llega a convertirse en un deber. El deber se muestra al sujeto en la deliberación.

Importa mucho pensar en lo que se hace, pues quien no piensa está dejando que otro lo haga por él y permitiendo que su vida se oriente hacia su propio daño y perjuicio. Esta es la cosa más corriente del mundo. Llevando esto al extremo, un proverbio latino decía que es menester ser cuerdo o tener una cuerda. La falta de cordura es una de las peores desgracias que un hombre puede labrarse por sí mismo, pues por su causa hacen muchos el mal y se perjudican. Éstos se parecen a los niños y los animales por permanecer atados a los deseos del instante en vez de interponer entre ellos y la acción la deliberación sobre lo que es mejor y más conveniente.

La falta de deliberación es el mayor enemigo de la libertad, si bien no de la libertad entendida negativamente como eliminación de trabas para hacer lo que a uno le apetece en cada instante, que no es otra cosa que seguir el placer que entonces brota espontáneo, sino de otra libertad que consiste en hacer lo mejor, siquiera sea lo mejor para uno mismo. Esto introduce además una diferencia grande entre los animales y los niños, por una parte, y los hombres hechos y derechos, por la otra, toda vez que aquéllos están más sujetos a sus deseos momentáneos, en tanto que éstos pueden aprender a interponer entre el deseo y su puesta en práctica una reflexión sobre lo que es mejor para ellos.

Deliberar es más que razonar, porque quien resuelve teoremas matemáticos está aplicando la razón, pero no la deliberación, dado que de sus pensamientos no se siguen acciones. Puede darse además el caso de quien demuestre una capacidad intelectual elevada, pero sea un necio a la hora de tomar decisiones, porque no sepa calcular previamente las consecuencias que se seguirán de ellas.

Evaristo Galois es un magno y trágico ejemplo de esta clase de personas. Fue un gran matemático cuyos descubrimientos se incluyen en una escala que parte de los primeros siglos de nuestra era. Hacía mucho tiempo que se sabía cómo resolver ecuaciones de primero y segundo grado. Tartaglia y Fiore descubrieron cómo resolver las de tercero a mediados del siglo XVI. Cardano resolvió las de cuarto en el mismo siglo. Galois cerró con broche de oro este capítulo de las matemáticas definiendo la región de racionalidad para las ecuaciones de enésimo grado.

Tenía veintidós años. Corría el año 1832. Fue entonces retado a un duelo por dos provocadores para el treinta de mayo. Su contrincante era el campeón de esgrima del ejército francés. Galois aceptó el desafío. La noche anterior dejó escritos para un amigo suyo sus descubrimientos. En un margen de aquel documento anotó lo siguiente:

L’éternel cyprés m’environne.
Plus pâle que le pâle automne
Je m’incline vers le tombeau[29].

Al día siguiente murió. Una inteligencia teórica luminosa se acompañaba de una inteligencia práctica propia de un necio. Muy diferente fue la conducta de Sócrates, quien un día sufrió en silencio un golpe que le dio alguien en la asamblea porque no hallaba argumentos con que rebatirle y que a la pregunta de un amigo que le recriminaba esta actitud respondió:

-¿Y qué quieres que haga si un asno me da una coz? ¿Llevarlo ante la justicia?[30]

 Tampoco siguió el código de honor del duelo aquel general romano que, tras recibir un mensaje de un jefe bárbaro en que le retaba a un combate entre ambos para decidir de ese modo la victoria por la que se habían de enfrentar los dos ejércitos, le respondió que si tenía ganas de morir se colgara de un árbol y si lo que deseaba era combatir que le enviaría un gladiador.

Una inteligencia práctica bien formada hace caso omiso de muchas cosas y solo se detiene ante algunas. Pero no todos los hombres la poseen. Solo los que con el tiempo y la práctica han adquirido el hábito de hacerlo. Los otros pueden llegar incluso a perder la capacidad de deliberar por falta de ejercicio, pues sucede en estas cosas lo que con los atletas, que tienen que seguir entrenándose si quieren seguir siendo atletas. Unos son prudentes y sabios, los otros son imprudentes y necios. Los primeros no deliberan sobre lo que no está al alcance de su mano ni cae bajo su poder. No, por ejemplo, sobre la salida o la puesta del Sol, sobre las cosas que dependen de la suerte, como que a uno le toque la lotería, ni otras muchas cosas semejantes a éstas. Ciertamente hay quienes caen en ensoñaciones y se hacen la ilusión de estar ya tomando decisiones sobre cosas que no pueden dominar, sean los premios de la lotería u otras cosas por el estilo, pero una persona prudente no pierde el tiempo en deliberar acerca de ello en cuanto comprende que no cae bajo su poder.

Se reflexiona, en fin, sobre lo que a cada uno le toca hacer, no sobre lo que no le toca hacer, lo cual se aprende con la experiencia, a pesar de lo cual hay hombres cargados de experiencia que no lo han aprendido. Y se reflexiona, en general, en las situaciones cargadas de duda e incertidumbre, en los cruces de caminos. Pero, una vez que se conocen suficientemente esas situaciones, el hombre práctico y prudente ya no necesita apenas detenerse a deliberar, porque se ha convertido para él en un hábito.

Esta clase de hombres no deliberan tampoco sobre los fines que ha de lograr, excepto cuando lo hace como filósofo, lo cual ya no es reflexión encaminada a la acción sino a la comprensión. Un gobernante no se para a pensar si debe hacer buenas o malas leyes, ni un médico si debe curar o enfermar a las personas, ni una madre si debe alimentar o no a su niño. No se delibera sobre los fines, que son el objeto de nuestro deseo, tanto si este objeto ha sido fijado dejándose llevar de lo que es momentáneamente agradable o de lo que es bueno, sino sobre los medios y sobre cómo se han de disponer éstos para alcanzar aquéllos. Si los medios de que se puede echar mano para llegar al fin querido son varios entonces hay que averiguar cuál es el mejor y más apropiado, y si se encuentra uno que es imposible, porque no está en poder de uno practicarlo, porque es inmoral, porque daña a otras personas o a uno mismo, entonces se abandona la deliberación y el proyecto. Al menos así procede el hombre que sabe deliberar.


[29] Cit. en DUPUY, P., La vie d’Évariste Galois, 242: El ciprés eterno me rodea. Más pálido que el otoño pálido me inclino hacia la tumba.
[30] DIÓGENES LAERCIO, Los diez libros de Diógenes Laercia sobre las vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, 93


 

(Extraído de Sobre la libertad, cap. 11)

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